En primer lugar, quiero dejar claro que la democracia burguesa, como la que hay hoy en Argentina es mucho mejor que una dictadura militar como las que tuvimos en nuestro país.
Pero la democracia burguesa, tal como está expresada en nuestra constitución, es una verdadera falacia democrática.
Así como hemos afirmado que la democracia griega era una democracia limitada, en ella no podían participar los esclavos, los metecos, las mujeres, etc., en nuestra democracia encontramos también límites, y si algo tiene de universal, es el voto, el único derecho democrático del que gozan todos los ciudadanos.
La democracia en Argentina ha virado a un escenario meramente mediático, en el que solo transitan actores reconocidos y donde el ciudadano común tiene vedado su paso.
Pregúntese el lector cuantas veces ha concurrido a manifestar su opinión a un set de televisión, o cuantas veces ha visto ciudadanos (de a pie, como dice la expresión común) en esos set. El carnicero, el obrero, el intelectual, el maestro, etc., raramente son portadores de la palabra en los medios de comunicación.
Lo grotesco es esos programas que incitan al ciudadano a participar, y esa participación se reduce a enviar un mensaje de texto o de voz, que por supuesto, son cuidadosamente seleccionados por la producción del programa, no vaya a ser que en el montón se cuele una opinión que le pueda costar un dolor de cabeza a los que hacen el programa.
En los programas televisivos, cuando hay ciudadanos comunes, están en la tribuna, no tienen voz ni participación, salvo cuando se los incita a aplaudir. Rara vez un programa invita a ciudadanos con problemas para que expresen su opinión, y son una rareza los conductores que le otorgan la palabra a estos ciudadanos.
Las entrevistas callejeras con intencionadas, el movilero por lo general determina con su interrogatorio la respuesta, casi siempre hace preguntas que tienen contenidas la respuesta esperada.
Cuando uno mira los programas “políticos” ve siempre a los mismos invitados, los que se repiten hasta el cansancio y realizan los mismos enunciados todos los días. No existe debate, porque el debate es respetar al que habla, escucharlo con atención y refutar lo que no se acuerda, en general, en estos programas solo hay una vocinglería que aturde, pero de la que el espectador no puede llegar a entender nada porque los políticos y periodistas asistentes se tapan unos a otros.
Uno puede saber la tendencia del programa por los invitados que asisten, por ejemplo, “Animales sueltos” tiene un elenco estable de conservadores reaccionarios como Feinmann, De Pablo, Zunino, Santoro, Berenstein y el conductor que es un conservador reaccionario al servicio de los mandatos del canal, Alejandro Fantino.
Es un claro ejemplo de posicionamiento reaccionario y de derecha, donde las únicas opiniones son las de los defensores de las políticas conservadoras y neoliberales que asolaron al país.
Lo interesante es que periodistas, diputados, funcionarios, cuando hablan siempre dicen que hay que escuchar la voz del pueblo, lo que el pueblo pide, lo que necesita, y la pregunta es: ¿han visto alguna vez a alguien integrante de esa categoría difusa?
El sistema democrático de Argentina se basa en lo prescripto en la constitución que dice que el pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes. Ahora bien, que grado de representación tienen los representantes, si no existe ninguna ley que los obligue a cumplir con sus promesas de campaña.
En la actualidad gobierna un señor que hace exactamente lo opuesto a lo que prometió en campaña, lo votan diputados que ganaron por un sector político diametralmente opuesto al del que gobierna y que luego que asumieron su cargo se convirtieron en más oficialistas que los oficialistas.
Esos diputados, senadores, funcionarios, nunca dan cuenta a sus electores de lo que deciden, jamás consultan con ellos, más aún toman la decisión que se les ocurre o que se corresponde con sus intereses personales.
Y por añadidura, no son votados por la gente, porque salvo algunos cargos ejecutivos en los que se vota directamente a una persona (Presidente, gobernador, intendente) en general los ciudadanos votan listas completas en las que no conocen a los que están (por ejemplo en Santa Fe votamos en una lista a alguien que vive en una ciudad de la frontera norte o sur a la que no vimos nunca, no conocemos, no sabemos cómo piensa y que una vez instalado en la cámara votará como le indique el jefe de la bancada, el ejecutivo, o se saltará de partido sin más ni más y recibirá una jugosa compensación por su cambio.
Aun en escenarios de organizaciones más pequeñas y acotadas como por ejemplo las facultades los sindicatos, etc., donde hay órganos colectivos decisión y en las que tenemos al “representante” a una distancia de un brazo, estos consejeros, dirigentes no consultan sobre las decisiones que toman. y acá no importa el color político, se puede ser de derecha, centro o izquierda, siempre se seguirá la lógica del representante-representado.
Pertenezco a una pequeña facultad de la Universidad Nacional de Rosario, la Facultad de Psicología, me ha desempeñado en ella como profesor durante 33 años, sin embargo nunca, y ello es taxativo, fui consultado para tomar una decisión de la facultad, nunca a mis colegas o a mí, a los estudiantes, graduados, no docentes se les preguntó si estaban de acuerdo con lo que se resolvía, los veinte consejeros que integran el consejo directivo hacen lo que les conviene a sus intereses o su facción sin consultar a los interesados, a los que sufrirán esas consecuencias. Y esta conducta fue visible durante todas las gestiones, aun las de “izquierda” como la que dirige la facultad desde 2015.
La Universidad debería ser un espacio de debate por excelencia, sin embargo, es el espacio de clientelismo político, de arbitrariedad en las decisiones, de discriminación por las ideas, y en ello reside una de las causas de su notable declive de los últimos cincuenta años.
En las democracias modernas, aun de claro carácter burgués, existen mecanismos de debate y decisión sobre problemas centrales a la vida ciudadana, de clara participación colectiva. Por ejemplo, en Italia, hoy se está llevando a cabo un referéndum para reformar aspectos de la constitución, no lo deciden algunos diputados, son todos los ciudadanos (en Italia y en el exterior) los que deciden aceptar o rechazar la reforma propuesta. En Gran Bretaña se votó el Brexit en un referéndum (sea bueno o malo es lo que decidieron los ciudadanos). Un ejemplo más cercano, Uruguay, mientras Menem privatizaba las joyas de la corona con una decisión inconsulta y autoritaria, los uruguayos fueron a un referéndum para vender su compañía telefónica (y rechazaron la venta).
En los niveles municipales sería posible discutir y decidir sobre las cuestiones barriales de manera asamblearia, sin embargo, los políticos se oponen porque ello les quitaría parte de su poder omnímodo de representación, y por lo tanto haría más delgados sus bolsillos carentes de coimas y prebendas a cambio de su voto.
Existen formas de democracia participativa, que hasta han sido aplicadas en algunos lugares del mundo y aun de nuestro país como la revocatoria de los mandatos. Es decir, si algún representante (presidente, gobernador, intendente, jefe comunal o legislador nacional, provincia o municipal) no cumple con sus propuestas de campaña, que es un verdadero contrato con sus votantes, cualquier ciudadano, que reúna una cantidad de avales, podría iniciar una acción de destitución, aun cuando le falten años para terminar su mandato. Para ello sería necesario que las propuestas más importantes de los políticos fueran registradas bajo declaración jurada y en manos de un notario.
Aumentar la participación implicaría que los candidatos que se votan se correspondieran a zonas acotadas de la geografía nacional o provincial, de manera que sus propuestas referirían a la problemática de la región de origen. Es tan desconocida la identidad y trayectoria de muchos representantes que en una ciudad como Rosario de un millón de habitantes no conocemos a los concejales y no son conocidas las decisiones que toman.
Una democracia participativa requiere también de un proyecto educativo que forme para la ciudadanía participativa. En las escuelas se les da a los alumnos una formación para la subordinación, para obedecer, para aceptar ser dominados, no se favorece el espíritu crítico-reflexivo. Ese estudiante que obedece sin criticar a su maestro, luego obedecerá a su patrón, a un gobernante, etc., sin cuestionamientos y la base de la vida social implica como punto de partida el cuestionamiento, no dar por verdadero nada, poner todo en tela de juicio, aun aquello que nos parezca más evidente.
Vivir en una democracia participativa es más difícil para los dirigentes y más transparente para los dirigidos, pero es un camino que nos lleva al verdadero cambio social, sin falsedades ni hipocresías.
Hasta la próxima.
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