viernes, 10 de marzo de 2017

Introspección.


Circula por las redes sociales una foto que, a juzgar por el pie, donde hay una foto de Mauricio Macri y un texto que dice “Yo estoy con vos”, ha sido enviada por el macrismo. La foto contiene un mensaje que dice y cito textualmente “Inmigrantes que hicieron grande este país fueron nuestros ABUELOS. Nunca hicieron una villa miseria, nunca tiraron una manta en la vía pública, nunca cortaron las calles y nunca pidieron un plan social o pensión. VINIERON A TRABAJAR.” Como tengo una vieja deuda con el racismo y la discriminación que va más allá de mi conciencia actual, quiero analizar este texto y confrontarlo con una cierta cultura que viví en mi lugar de residencia hasta los 18 años, pero que creo, a juzgar por mi experiencia cotidiana, permea a muchos sectores sociales de la argentina. Mis ancestros eran italianos del norte, de la Emilia Romana, mi abuelo vivía en un pueblito, San Próspero, en la comuna de Savigno cerca de Boloña. Mis abuelos vinieron con la inmigración en el siglo XIX y se establecieron en la ciudad de Gálvez. Provincia de Santa Fe. El abuelo Pio Ettore entró a trabajar en el ferrocarril y según cuenta la tradición familiar las cosas fueron bien hasta que un día alguien robó unas herramientas y el capataz lo acusó a él. El orgullo del abuelo se sintió dañado y renunció a su trabajo. Como el ferrocarril era la principal fuente de trabajo en Gálvez, el abuelo y su familia sobrevivieron como pudieron, pero la pobreza se cobró en su cuerpo los sacrificios y murió muy joven, de una enfermedad (creo que respiratoria) dejando a un hijo de 9 años y cinco hermanas mayores adolecentes. La familia sobrevivió con dignidad, es cierto, gracias al trabajo de todas las hermanas que se emplearon en tareas de servidumbre, pero tuvieron una vida de privaciones y pobreza. Mi abuela murió en la década del 50 a los 83 años ciega y sin movilidad, la pobreza también se cobró en su cuerpo tanta carencia. Mi tía Anita (una de las razones por las hoy mi hija lleva ese nombre) derrochaba dulzura y venia frecuentemente a mi casa paterna con montones de regalos comprados con esfuerzo en Casa Tía, pero el trabajar toda su vida cama adentro para una familia de Santa Fe deterioró su cuerpo y su mente y terminó sus días, producto de un Alzheimer o una demencia senil, en una sillita en el patio de mi casa sin reconocer siquiera a su hermano del alma. Crecí en el seno de esta familia de inmigrantes que trabajaron toda su vida pero que en general murieron en la pobreza o como parte de una clase media baja. Mi padre con gran esfuerzo logró criar cuatro hijos y salir de la pobreza, trabajo hasta la extenuación en una empresa eléctrica, pasó su vida alejado de nosotros, vagando en soledad por los pueblos de la provincia, durmiendo en hoteles baratos y esperando las vacaciones anuales que le permitieran compartir unos días con su mujer e hijos. Mi madre tuvo que asumir la conducción del hogar, pero ambos nos dieron un regalo que valoro y aprecio, educación, mi hermano y yo obtuvimos el título de Técnicos Mecánicos en la ENET 1 de Gálvez, el terminó trabajando en la misma empresa que nuestro padre y yo migré a Rosario e ingresé a la Universidad. Mi hermana mayor concurrió a una escuela profesional para mujeres, según el imaginario machista de la época que veía a la mujer en la casa cuidando hijos y la otra terminó en Rosario sus estudios de bachiller. Creo que progresamos todos, pero seguimos siendo miembros de una clase media baja, el techo que tuvieron millones de descendientes de inmigrantes, y digo techo porque muchos más millones son pobres o indigentes, viven en asentamientos precarios (villas). Sin agua o cloacas, con un medio ambiente rodeado de inmundicias, plagado de enfermedades curables, pasando frio en invierno y calor en verano, con pocas posibilidades de acceso a la educación primaria, menos en la secundaria y casi ninguna en la universitaria, viviendo un presente carenciado sin futuro. Volvamos al texto, “Nunca hicieron una villa miseria”, este argumento es falso, la gran mayoría de los inmigrantes vivían en las grandes ciudades hacinados en conventillos, en condiciones miserables, tal vez los que migraron al campo pudieron tener una casa de ladrillo y barro construida con sus manos, pero no era precisamente un palacio. En las décadas del 50’ y 60’ ocurrió un fenómeno interesante, muchos hijos de inmigrantes, que vivían en villas de emergencia y producto de las políticas keynesianas que favorecieron la industrialización y el consumo pudieron salir de ellas, tener sus casas de material y gozar de algunos placeres de clase media como el turismo, acceso a la salud, etc. Pero esa línea ascendente de integración social ser interrumpe en 1966 con el golpe contra Illia, y a partir de 1975 con el plan Rodrigo se profundiza la pobreza y la indigencia. En 1974 el índice de pobreza era del 4,57%, en 1982 del 21,55%, en 1985 del 14,19%, en 1989 llegó al 32,29%, en 2002 alcanzó el 42,29%, en 2006 bajó al 18,22% en 2010 vuelve a crecer 29,5%, en 2015 28,7% y en 2016 32,9%. La indigencia pasó del 5,19% en 1982, al 2,56% en 1985, 11,66 en 1989, 16,22% en 2002, 5,79 en 2006, 8,3 en 2010, 5,30% en 2015 y 6,30% en 2016. Fuentes INDEC y EDSA-UCA). En general las estadísticas de los diferentes entes dedicados a la medición de la pobreza varían, pero muestran una curva decreciente de la pobreza y la indigencia hasta 1975, crece durante la dictadura militar para tener una breve baja en la primera parte del gobierno de Alfonsín, creciendo en la segunda, vuelve a ceder en los primeros años de los 90’ y alcanza su pico máximo en 2002. El programa neokeynesiano del kirchnerismo retrotrae la pobreza y la indigencia a niveles de mediados de los 80’ pero vuelve a crecer hacia 2010 y da un salto en 2016. Las villas de emergencia son el producto de la migración de los pobres del campo, desalojados por la falta de trabajo por incorporación tecnológica (cosechadoras, sembradoras, etc.) y de las malas condiciones laborales y de salud combinadas con salarios bajos inflación y devaluaciones que adelgazaron los bolsillos de los trabajadores. Las mismas se reducen hasta la década del 70 pero luego vuelven a crecer, producto de que los hijos de los trabajadores que habían logrado salir de ellas deben volver por el empobrecimiento creciente durante los planes neoliberales de dictaduras y gobierno democráticos. Por lo tanto, los compañeros que viven en asentamientos precarios no lo hacen porque les gusta, sino porque en las grandes ciudades no tienen otra opción por la falta de terrenos para construir sus casas, por la falta de recursos para hacerlo, por carencia de apoyo financiero y social del estado, altos alquileres, etc. Y es falso que los abuelos inmigrantes no vivieran hacinados y condiciones deplorables, existe gran cantidad de datos gráficos que demuestran las condiciones de hacinamiento, indigencia y pobreza en que vivían nuestros abuelos, fundamentalmente en las ciudades. En cuanto a “nunca tiraron una manta en la vía pública, nunca cortaron las calles y nunca pidieron un plan social o pensión”, es cuanto menos equivocado ya que en la década del 40 por ejemplo hubo una gran conflictividad social, con huelgas y movilizaciones, que alcanzó un punto alto en la gran movilización del 17 de octubre de 1945, y no tiraban mantas en las calles porque la indigencia no eran tan grande como ahora. Alguien podría pensar que un ser humano que tira un colchón o una manta en la calle para dormir lo hace de puro extravagante, o de vago, solo en el desvarío de una parte de la pequeña burguesía discriminadora puede caber esa idea. Lo hacen porque no tienen donde dormir, porque no tienen para pagar una pensión y están obligados a pernoctar en la calle. Las otras dos cuestiones, cortar calles y cobrar planes sociales, son producto de la inequidad de la Argentina, donde 10 familias tienen más del 50% de los bienes, y la gran mayoría vive en la miseria. Los planes sociales y los piquetes son hijos de las políticas neoliberales, los primeros como una forma de tapar el empobrecimiento de las grandes masas, y los segundo ante el hartazgo de los ciudadanos con NBI (necesidades básicas insatisfechas) que reclamaban y no eran escuchados. Son el producto de las malas elecciones, sobre todo de los sectores de clase media que llevan al poder a gobernantes corruptos, codiciosos e inescrupulosos como Mauricio Macri, que cuando tienen poder solo piensan en hacer negocios ellos y sus amigos, parientes y favorecedores a costa del hambre y la miseria de los trabajadores. En argentina aumentó en un año 11,5 millones la cifra de pobres y ello no se debe a vagancia o desidia, sino que es porque se aumentó la luz, el agua, el gas, los peajes, a niveles insoportables y ello se transfirió a los precios generando una inflación que duplicó la de 2015 y los años anteriores, todo ello para bajar los subsidios a las mineras, a los terratenientes, a los agroexportadores y favorecer la bicicleta financiera de los bancos que ganan fortunas con la especulación o para robar 70 mil millones de pesos auto perdonándose una deuda como la del Correo Argentino. En este último año vivimos un proceso exponencial de concentración de la riqueza en cada vez menos manos a costa de los trabajadores, por eso se agudiza la lucha de clases con grandes movilizaciones docentes, de empleados públicos, de miembros de las pequeñas y medianas empresas, de las mujeres trabajadoras, por eso las organizaciones sociales hacen piquetes, por eso los pobres piden ayuda al estado, son formas de decir que no aguantamos más la vejación y la humillación de la pobreza, de no poder llevar un plato de comida a nuestros hogares, de ver esfumarse no solo nuestro futuro, sino fundamentalmente el de nuestros hijos. Pero la foto de referencia contiene un ingrediente más, la estigmatización de la pobreza. Los británicos en la época isabelina consideraban la existencia de pobres merecedores y no merecedores, los primeros eran los minusválidos, los huérfanos que requerían la asistencia del estado, los segundos en cambio eran pobres porque querían, dado que contaban con las capacidades de trabajar y si no lo hacían era por desidia. La burguesía tuvo e instaló en la sociedad siempre el imaginario según el cual el que no progresaba era porque era un vago, el que trabajaba y se esforzaba vivía cada vez mejor. Lo que la burguesía ocultó siempre es que si vagos hablamos hay que hablar de los empresarios, financistas, que no se esfuerzan para nada y ganan millones a costa del esfuerzo de trabajadores mal pagos que se hacinaron y hacinan en las barriadas obreras de las grandes ciudades. Este imaginario respecto del trabajo oculta que en un proceso laboral existen dos clases de sujetos fundamentales, los dueños del capital y los que solo pueden ofrecer su fuerza de trabajo, estos últimos lograron con luchas y mártires disminuir la jornada de trabajo de las 144/168 hs. semanales de trabajo en los siglos XVIII y XIX a las actuales 30/44. Para un burgués del siglo XIX una persona que trabajaba 30 hs semanales era un vago, para un burgués dentro de 50 años una persona que trabaja 20 hs semanales será algo común. El trabajo constituye un valor importante, por él nos mantenemos, educamos nuestros hijos, pagamos nuestra vivienda, pero no lo es todo, no constituye el centro de nuestras vidas, porque los seres humanos necesitamos compartir con las personas que amamos, divertirnos, hacer turismo, recrearnos, tanto o más que trabajar, y para que esta utopía suceda deberemos arrancarles a los burgueses lo que les robaron a nuestros abuelos, a nuestros padres e impedir que nos sigan robando a nosotros o a nuestros hijos y ello solo es posible con piquetes, huelgas, movilizaciones, lucha. Un último comentario, el pensamiento racista y discriminador que subyace al texto de la foto no es nuevo. Recuerdo como se enojaba mi inefable tía Anita cuando nos escuchaba decir ante algo mal hecho que era cosa de negros. Hace años se instalaron en Gálvez unos pobres e iniciaron un barrio precario, pero muchos de sus habitantes creen que la causa de la inseguridad es porque están esos pobres, la pequeña burguesía estigmatiza al pobre, al villero, al indigente, al home less, pero ello se debe a un profundo temor de llegar a estar algún día en esa situación, algo terrible para un actor social que pretende identificarse con la burguesía y sus usos. La gran burguesía, fundamentalmente identificados con el macrismo no toleran que los pobres quieran gobernarse a sí mismo, no toleran distribuir sus bienes obtenidos de manera corrupta mediante la explotación y el robo al estado, la evasión de impuestos o los actos de contrabando y mafia que han realizados por más de dos siglos. En argentina es hora de decir basta. Hasta la próxima.

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