He recortado de diversos sitios de internet algunos datos de los “Sans Culottes” y los enrages (rabiosos).
El interés de recordar este sector social de la revolución francesa obedece a clarificar con mayor precisión quienes son “los amigos del pueblo”.
Aclaro que los párrafos que presento a continuación no son de mi autoría, son recortes realizados a algunos artículos de los muchos que circulan por internet.
Los “Sans culottes” constituían un grupo heterogéneo de personas, eran trabajadores independientes, pequeños comerciantes y artesanos (carpinteros, sastres, etc.). Lo que los unía con mayor fuerza eran las condiciones de vida a las que estaban sometidos, vivían en las barriadas pobres de París, no tenían propiedades (por lo que en el sentido de ciudadanía al comienzo de la revolución les negaba la participación) el término era sinónimo de “desarrapados” y se aplicaba a las clases sociales populares de la Francia de ese período. Desde el comienzo de la revolución se constituyeron en aliados de la burguesía, alineándose con el sector más revolucionario de la misma. Una de las más claras diferencia con los burgueses era su forma de hablar, lo hacían mediante el tuteo igualitario, al contrario del rígido protocolo clasista de tratar de «vos» o «Señor». En su mayor parte eran artesanos y tenderos, aunque también hubiese asalariados y algunos campesinos.
Ellos protagonizaron la toma de la Bastilla en 1789 y el asalto al Palacio de las Tullerías de 1792. Tal fue la presión que ejercieron sobre los diputados a la hora de votar sobre la condena a muerte de Luis XVI que resultó decisiva para que el monarca acabase en la guillotina. Fueron los militantes radicales de la clase baja, gente común que no formaban parte de la burguesía, la aristocracia o la familia real. Eran mayoritariamente trabajadores urbanos, y a pesar de que no estaban bien equipados, eran los que formaban la masa del ejército revolucionario durante los primeros años de la Revolución.
“Tú no tienes experiencia de la Revolución, y no sabes lo que puede pasar en una Comuna cuando ordena el toque de generala y repicar a rebato”, le comentaba un veterano “Sans-culotte” a un joven guardia nacional en la noche que cayó Robespierre. En mayo de 1795, empujados por el hambre y las desigualdades que la Revolución no consiguió erradicar, una muchedumbre proveniente de los barrios humildes de París asalta la sala de sesiones de la Convención. En los sucesos se dispara contra un diputado, se le decapita y exponen sobre una pica su cabeza al presidente de la asamblea. Entre la multitud un ciudadano se dirige a los demás diputados y les grita: “¡Marchaos todos! ¡Vamos a formar la Convención nosotros mismos!”. Y otra voz dice: «Queda suspendido todo poder que no proceda del Pueblo». A estos sucesos se les conoce en historia como las jornadas del Pradial, que fueron brutalmente reprimidas por las tropas militares bajo las órdenes de la burguesía termidoriana. Esto supuso el fin del movimiento popular de los “Sans-culottes”, protagonistas directos de la Revolución Francesa.
Quienes eran los líderes de este grupo social. A diferencia de la burguesía revolucionaria, encabezada por Robespierre y los jacobinos, hubo una serie de personas que conocían directamente la situación miserable del pueblo. Ellos fueron los portavoces de los descamisados de las secciones y sociedades populares. Reclamaban una mejor política social a favor de los pobres: tasación de los productos básicos, circulación del asignado, requisa de los granos, limitaciones a los ricos y la eliminación de los especuladores que se beneficiaban a costa del pueblo. Eran los «enragés» (los rabiosos) que se atrevieron a atacar directamente a la burguesía y abogaban por una democracia popular y la nivelación social y económica.
El más conocido fue el ex cura Jacques Roux (el cura rojo), que al comienzo de la Revolución participó en la quema de castillos nobiliarios. Abandonó el sacerdocio y fue uno de los líderes de la Sección de los Gravilleros. Formó parte del Consejo General de la Comuna de París y fue la voz radical de los más necesitados. Su fama creció durante la crisis económica y la escasez, hasta terminar molestando a los jacobinos que lo metieron preso; antes de ser guillotinado prefirió suicidarse. Otros dos famosos “enragés” fueron Teóphile Leclerc y Jean Varlet. El primero se hizo notar como un gran orador que atacó a la monarquía; hizo causa común con Jacques Roux en el tema social y criticó al gobierno revolucionario; fue denunciado por los jacobinos y tuvo que alistarse para el frente para salvar su vida. Jean Varlet se hizo famoso por arengar en los suburbios a los transeúntes desde una banqueta o tarima rodante, a diferencia de los otros dos, su discurso era más político que social; cuando la dictadura jacobina empezó a perfilarse y limitó el número de asambleas generales de las secciones, protestó y fue detenido; la defensa de los «sans-culottes» logró su liberación, pero quedó prontamente neutralizado.
También podemos añadir a una predecesora del feminismo, la actriz Claire Lacombe que encabezó el Asalto de las Tullerías. Formó parte de la Sociedad de Republicanas Revolucionarias que invadieron la Convención, y se atrevió a tratar de «Señor» (que era un insulto) al mismo Robespierre. Los jacobinos enojados disolvieron la sociedad y terminaron encarcelándola. Los girondinos y los jacobinos representaban el programa político económico de la burguesía, la que destituida la monarquía aspiraba a entronizar su mundo burgués basado en el libre mercado, la democracia representativa y los derechos del hombre.
Obsérvese que las dos consignas en pugna, libertad e igualdad, entre los dos sectores sociales revolucionarios en la Francia de 1789 que eran la burguesía y los sectores vulnerables, pobres y olvidados de París. La burguesía operaba desde dos proyectos políticos, uno de la burguesía centrista, los girondinos, más proclives a desarrollar un estado negociado con la vieja clase dominante y el otro radical revolucionario, encabezado por Robespierre (los jacobinos) partidarios de reformas radicales que pretendían dejar fuera del poder a la vieja clase dominante.
Los jacobinos eran radicales, pero también burgueses, en ningún momento avanzaron sobre el derecho a la propiedad privada, y su fundamental énfasis estaba puesto en la lucha por la libertad. Los “Sans Culosttes” en cambio estaban más interesados en sus derechos políticos y en la igualdad en todos los sentidos, de nada vale la libertad si no está acompañada de la igualdad entre los ciudadanos.
No es que exista dicotomía entre estos dos términos. pero de nada vale tener libertad para morirse de hambre, y poco dura la igualdad cuando se desarrollada en el marco de sociedades sin libertad.
El ejemplo de la primera afirmación son las sociedades burguesas de los siglos XVIII, XIX y XX en las cuales la desigualdad creció sin límites, donde los sectores más sumergidos de la escala social sufrieron todo tipo de explotación y ultraje a manos de los burgueses que se hicieron cada vez más ricos. Cuando un burgués habla de libertad es necesario solicitarle que precise a que se refiere, porque en general esta clase lo hace en clave económica, preconizando la libertad de mercado y el estado mínimo, dejando librada la suerte de los trabajadores a su sola voluntad individual, lo que frente al poderío de las corporaciones los convierte en un juguete manipulable. La burguesía en el marco del capitalismo no pudo, ni quiso resolver nunca el problema de la desigualdad, ni aun en países que tienen una pirámide social más achatada como Noruega, Suecia o Dinamarca. Hoy la sociedad humana es más desigual que durante el imperio romano (hemos dicho varias veces que según el Banco Mundial el 1% de la población mundial es dueña del 40% de los bienes del mundo), no debemos ser ingenuos y aceptar sin críticas el relato de los medios hegemónicos reaccionarios que pretenden hacernos creer que no hay otro sistema económico mejor que el capitalismo, ni otro sistema político mejor que la democracia representativa burguesa.
En la otra punta de las afirmaciones, no dura la desigualdad sin libertad, el ejemplo más claro es la revolución rusa que a partir de la NEP (Nueva Política Económica) implementada por los bolcheviques en el poder dirigidos por Lenin alrededor de los comienzos de la década del veinte del siglo pasado, con la cual se abandonó la senda socialista de organización social económica de la URSS y se implementó un capitalismo monopolista de estado. Lo que fracasó en la URSS y el bloque socialista y que lo llevó al colapso en 1989 con la caída del muro de Berlín no fue el socialismo, el socialismo como sistema económico nunca estuvo en la agenda de ningún gobierno del mundo, lo que fracasó en la URSS es el capitalismo monopolista de estado que desarrolló un gobierno burocrático que traicionó todas las banderas de octubre (aconsejo leer Rebelión en la Granja el brillante libro de Orwell donde se critica a este sistema).
Los pocos “socialismos reales” que quedan hoy en el mundo (China, Corea, Vietnam, Cuba) demuestran que este modelo de organización dictatorial y autoritario del estado sobre la base de una estructura económica de relaciones capitalistas no conduce a la igualdad sino a una desigualdad igual o mayor que en el capitalismo (véase los niveles de riqueza de los magnates chinos) que ahoga todo intento popular de rebeldía (Kronstadt en la URSS, Tiananmén en China, masacres en Corea del Norte, asesinato de Ochoa y miles de presos políticos en Cuba, represión de la primavera de Praga, represión en Budapest en 1954, el archipiélago de Gulag, etc.).
Cuando no hay libertad en cada protesta, en cada desavenencia, nos jugamos la vida, cuando no hay igualdad es muy difícil que los trabajadores explotados y oprimidos tengan espacio para la reflexión y la crítica.
Los “Sans culottes” fueron ferozmente reprimidos por la misma burguesía revolucionaria encarnada por los jacobinos y sus líderes encarcelados, deportados o guillotinados, pero su ejemplo es válido porque no fueron enceguecidos por el espejismo del relato democrático burgués, ellos sabían que su lucha caminaban junto a la de la burguesía durante un cierto tiempo, pero que en algún momento los caminos se dividirían y la contradicción latente se haría manifiesta.
No fueron los únicos mártires de la historia contemporánea, muchos marxistas y anarquistas revolucionarios se inmolaron (con razón o equivocados) en la pira sangrienta de la lucha por la igualdad, recordemos a Rosa de Luxemburgo y a Karl Liebknecht en 1919 en Alemania, a León Trotsky en 1940 en México, a Andrés Nin Pérez en 1937 en España, a Farabundo Martí en El Salvador en 1932, Augusto Sandino en Nicaragua en 1934, Severino Di Giovanni y Joaquín Pennina en Argentina en 1931 y 1030 respectivamente, y la lista sería interminable.
La revolución no es tarea de mediocres, tibios e indecisos, que terminan no haciendo nada y naufragando en las aguas borrascosas de la ideología burguesa, constituyéndose en el ala izquierda de los procesos de explotación, ni de ansiosos, aventureros y violentos que necesariamente fracasan por querer servir la comida en forma rápida. La revolución social es un plato que se sirve frio, tomándose el tiempo para prepararla, que no la hace un líder, ni una generación, se va desarrollando por capas acumulativas de experiencias (Marx decía que a diferencia de las revoluciones burguesas que avanzaban de éxito en éxito, las revoluciones proletarias lo hacían de éxito en fracaso, avanzaban un paso y retrocedían dos) para lograr en algún momento la transformación de la cantidad en calidad, solo se hacen posibles cuando en la base social ha anidado el pensamiento crítico y reflexivo, cuando todos los actores han procesado en términos de conciencia y conocimiento que les permite considerar las características de la explotación capitalista, cuando predomina en la sociedad valores éticos de solidaridad, cooperación, aceptación de la diferencia, libertad de expresión, igualdad, etc., y todos los actores sociales son capaces de enunciar un programa de transformación radical que permite avanzar en términos de igualdad pero respetando la libertad.
La revolución proletaria es ecuménica, no defiende los derechos de una clase, como en el caso de la burguesía que construyó una sociedad desigual (el capitalismo) para gozar de los privilegios que la propiedad privada le permite, por el contrario el proletariado busca crear una sociedad de derechos para todos, en la cual sus propios derechos desaparecen diluidos en el conjunto, y el cómo clase se funde con todos y se anula en el mismo movimiento en que anula las demás clases sociales. No es una sociedad de antagonismos, por el contrario, al dar cada uno según su capacidad y recibir según su necesidad se anulan los sentimientos perniciosos como la envidia, la avaricia, el afán de poder, etc., y cada cual puede disfrutar de su vida en plenitud.
La sociedad socialista ha sido definida genialmente por Marx en una obra poco visitada por los llamados marxistas, La Ideología Alemana, y constituye una utopía que alumbra el camino de transformaciones de la especie humana, camino que no se inicia en el presente, y que no va a terminar nunca, es la utopía humana que nos habla de nuestra naturaleza y que nos dice que el espíritu humano depredador al fin ha sido sometido por la cultura inaugurando una nueva etapa de nuestra especie.
Hasta la próxima
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