viernes, 24 de junio de 2016

Santos, ídolos, pecadores y seres humanos.


Cuando era niño solía leer un comic que se llamaba “Vidas ejemplares”. La revista narraba la existencia de personajes de la historia de la humanidad que habían tenido una vida intachable. Por aquellos años, la ingenuidad de la infancia hacía que yo creyera esas historias. La revista tenía un fin ideológico, se trataba de educar al lector en ciertos valores tales como el altruismo, la honestidad, la valentía, la entereza, etc. Por lo general las vidas ejemplares narraban las historias de santos, aunque también había números en los que se contaba las peripecias existenciales de laicos. Traigo a colación este recuerdo porque en Argentina hemos desarrollado una gran capacidad para construir iconos que son vendidos como el ejemplo de la pureza, con un conjunto de valores a los que hay que imitar. Estos ídolos pueden ser religiosos, mitológicos, civiles. Por allí caminan de la mano el guachito Gil junto a la difunta Correa, en alguna esquina encontramos a Gilda y en algún lugar de la Pcia de Bs. As el potro Rodrigo, la primera con ermitas por su calidad de “santa” el segundo como ícono popular. Durante años endiosamos a un excelente futbolista y lo elevamos a la característica de Dios (por lo menos la mano de Dios) y también en la época de la dictadura canonizamos a las madres de Plaza de Mayo, construyendo el ícono Hebe. Con menor suerte Favaloro y Maradona son parte de la iconografía vernácula, y algunos políticos fueron elevados a la deidad, o acaso no hablamos de San Perón y Santa Evita, y otros más laicos, los hay los que son sinónimo de virtudes como la honestidad (Illia) o de la educación (Sarmiento), y en general los políticos apetecen llegar a ser canonizados para tener su lugar en loa historia popular. Pero con la misma velocidad que construimos una deidad, los argentinos la destruimos, y entonces surgen dos preguntas, ¿en todos lados es así? y ¿Cuál es la causa de esta volubilidad de nuestras emociones? Creo que, si bien las figuras arquetípicas de la nacionalidad y la vida cotidiana de los países son sometidas a la crítica en todo el mundo, en general se las respeta y se es muy cuidadosa a la hora de evaluar sus conductas- Gandhi no es vituperado en la India, Mandela es una figura respetada en Sudáfrica, el propio Kennedy es respetado por los americanos, Napoleón es un héroe para los franceses, y así los diferentes países tienen sus iconos a los que admiran y respetan. En cambio, en Argentina, los ídolos suben y caen del pedestal al ritmo del merengue que entonan los medios masivos de comunicación o como en el tango cambalache van mesclados unos con otros. En los ochenta y noventa, Hebe era endiosada por la gran mayoría de los argentinos (la respetaban aun aquellos que hablaban de las locas de plaza de mayo). Si alguien se atrevía a hacerle una crítica, era inmediatamente vituperado, y debemos reconocer que, aunque Hebe es un ejemplo de la lucha popular contra la dictadura tuvo expresiones controvertidas (como aquella vez que dijo que se alegraba de los yanquis que murieron en las torres gemelas), pero estas expresiones desafortunadas no invalidan lo que significa su trayectoria en defensa de los derechos humanos. Además, Hebe es un ejemplo de honestidad y entereza, aunque algunos medios de la derecha argentina pretendan ensuciarla (sobre todo por la estafa perpetrada por Schoklender en el caso de sueños compartidos). Desde el deporte, Maradona, sobre todo luego del mundial 86 se convirtió en un Dios laico de los argentinos. Durante años, asistimos a las crónicas de la perfección de Maradona en la que los periodistas vendían una imagen muy distante del ser humano. Otros ídolos como Favaloro, tuvieron menor suerte, pero luego de suicidarse comenzaron a tener el respeto que se le había negado en vida. Ni hablar de Perón y Evita, dioses del Olimpo argentino, que desde lo alto del monte gobiernan las voluntades de unos y son objeto de la crítica insidiosa de otros. Muchos de estos ídolos, sobre todo los que vienen del campo de la política, son objeto de veneración un día y al día siguiente son profundamente denostados. Luego de la “revolución libertadora”, Perón paso de ser el padre amado por la mayoría, a ser un ladrón, abusador de menores, corrupto, y no se lo encerró en una cárcel, solo porque se fue a tiempo. Los argentinos olvidaron como durante casi diez años millones de trabajadores, vulnerables, pequeños comerciantes, etc., se reunían para venerar al líder todopoderoso, y como los mismos que lo denostaron durante dieciocho años, mágicamente comenzaron a vivarlo cuando el viejo líder volvió del exilio. Un capítulo curioso es el de los santos de la iglesia católica. Sicarios, contrabandistas, asesinos, ladrones, figuran en el santoral y son venerados por la grey católica sin que se les cruce por la cabeza el mínimo atisbo de duda respecto a su santidad. Solo por dar un ejemplo, San Pablo era un asesino al servicio de los dignatarios judíos y como un homólogo de la inquisición que vendría después, se dedicaba a perseguir y matar nazarenos. Santo Domingo y su s seguidores eran los responsables de la inquisición, y aunque muchos lo veneren como santo, asesinaba a los herejes sin piedad ni compasión, sino indáguese sobre el genocidio que hizo la primera cruzada interna de la cristiandad contra los cátaros en la occitania francesa, donde el nivel de genocidio llegó al punto de que un monje dominico en el sitio de una ciudad occitana dijo a degüello (o sea mátenlos a todos) y ante la pregunta del general, ¿eminencia allí hay de los nuestros?, contesto, no importa Dios sabrá distinguirlos. Ningún creyente, católico, musulmán, duda de las bondades de Jesús o Mahoma. Sin embargo, el primero, aun con todas sus virtudes, pecaba y seguramente tuvo mucho de que arrepentirse a la hora de su partida, y el segundo era un militar conquistador bajo cuya espada murieron miles en vida, y millones después de muerto. Acaso San Francisco de Asís era más o menos santo que el actual Francisco, o tenía sus manchas ocultas que la historia y el mito se encargaron de borrar cuidadosamente. Nadie es santo, todos somos solo seres humanos, con virtudes y defectos, pero seres humanos que al final no nos vamos a sentar a la diestra, ni a la siniestra de Dios, sino que seremos polvo, por decir una grosería, de un polvo venimos y al polvo vamos. Entonces porque embanderarnos en discursos hipócritas que nos hablan de un cúmulo de virtudes de los santos, si ni siquiera somos capaces de seguir la máxima atribuida a Jesús, “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Creo que esta tan mal endiosar a las personas como vituperarlas luego, porque en ninguna de las dos oportunidades reconocemos lo que son humanos, comunes y corrientes. Hace unos días en el Facebook escribí unas líneas porque me emocionó un reportaje que Víctor Hugo realizó a Maradona. En el mismo, Diego se mostró en su faceta humana como nunca, apareció un Maradona humilde, capaz de reconocer a los que participaron con él del logro mundial, preocupado por los más vulnerables, generoso. No desconozco los defectos del Diego, se de sus cuestiones íntimas ventiladas en los medios aviesamente porque no les gustan sus posiciones políticas o simplemente porque para los medios de comunicación ventilar la mugre que todos tenemos en nuestra intimidad es lucrativo. Pero lo que sí sé, es que la intimidad es del Diego y sus familiares y que como decía la Tía Veneranda, en las cosas de la familia los de afuera son de palo. Más que criticar al Diego por sus cosas íntimas (si tuvo muchas mujeres, si no reconoció hijos, si se peleó con otras, si no drogó o no, lo que tenemos que valorar es lo que Diego y muchos otros nos dieron en un momento crítico de nuestra historia, un campeonato mundial, una alegría inmensa, que, como el mismo dijo, nos permitió sentirnos reivindicados por tanta muerte cometida por milicos aventureros que mandaron a nuestros pibes al muere a manos de los expertos asesinos ingleses. Diego y su equipo nos dieron una alegría que permitió que elaboráramos nuestra complicidad en la matanza, ¿o acaso millones de argentinos no nos alegramos cuando invadieron Malvinas?, ¿acaso no fueron miles y miles los que vivaron a Galtieri en la Plaza de mayo?, y en los bares, cuántos debimos callar la bronca por lo que considerábamos una aventura insensata de los milicos asesinos so pena de ser agredidos por los mismos que hoy se hacen cruces por la aventura militar insensata. Los argentinos tenemos que empezar a ser más autocríticos, y pensar porque endiosamos a personas que no son más que ciudadanos con un poco de prensa. Nos desesperamos para decir hola Susana, te amo, a una analfabeta, sin cultura, de derecha casi fascista, que proclama la necesidad de la pena de muerte a los delincuentes, pero que en su momento para evadir al fisco compro por intermedio de un minusválido un Mercedes Benz que cuando la descubrieron ocultó en un gallinero para no hacerse cargo de su delito. Vemos a una señora conservadora almorzar con lo más granado de la derecha argentina y dilapidar insensateces a diestra y siniestra, mintiendo y prejuzgando solo por el magro placer de tener un poco de pantalla en sus últimos días. Son tantos los ídolos de barro que construimos, esos que no nos dan nada, solo opio para nuestros cerebros, que anestesian nuestro pensamiento, que trafican ideología, que nos sumergen en un espectáculo bizarro que solo busca impedir que podamos asumir la crítica existencial de nuestras condiciones de vida, que los verdaderos ídolos, esos que nos dieron mucho como Maradona, o como Estela de Carlos, Hebe de Bonafini, el Che Guevara, Illia, Alfonsín, son mancillados con una crítica superflua o son olvidados en los márgenes de la historia. Para pensarlo Hasta la próxima.

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