domingo, 3 de julio de 2016

La burguesía progresista.


En la década del setenta, existía entre los muchos grupos de izquierda, un debate que nunca fue saldado. Existe o no existe un sector de la burguesía que puede denominarse progresista, o toda la burguesía constituye un bloque político reaccionario. El debate no era menor, durante los sesenta y los setenta la izquierda discutió lo que se llamaba el carácter de la revolución. Lo que en buen romance implicaba definir el tipo de poder que se debía construir luego de la toma del mismo. Siguiendo una tradición iniciada por la llamada teoría de la dependencia, entre cuyos exponentes se contaban Cardozo y Farletto (el mismo Cardozo que fue presidente de Brasil y que hoy hace alianza con la derecha más reaccionaria para dar un golpe de estado contra el gobierno del P.T., y publicaba “Dependencia y desarrollo en América Latina”, F. Cardozo y E. Farletto, Siglo XXI 1977, Bs. As.) el debate se centraba en el carácter colonial, semicolonial o independiente de América Latina. Fue un largo debate y su importancia residía en que, si la Argentina era una colonia o semicolonia, se habilitaba el desarrollo de una lucha en pos de la liberación nacional. De ello resultaba que, el carácter de la revolución que para ese momento histórico no era la construcción de una sociedad socialista, sino la unión de los sectores nacionales contra la llamada oligarquía cipaya (la gran burguesía terrateniente, financiera e industrial) que se subordinaba al capital imperialista y a través de la cual, ese capital ejercía el control del país. El pueblo, constituía un concepto genérico que reunía a todos los sectores sociales interesados en la liberación nacional. En términos económicos estos sectores eran el proletariado urbano y rural, la mediana y pequeña burguesía nacional, el campesinado medio y pobre, la pequeña burguesía, etc. En términos políticos, el frente nacional estaba conformado por el peronismo que históricamente lideró la llamada lucha por la liberación nacional y una serie de partidos burgueses y pequeños burgueses que iban del dentro hacia la izquierda. Para todos lo que suscribían la teoría de la dependencia la contradicción principal era imperio nación y luego se dirimirían las contradicciones secundarias entre la burguesía y los demás sectores explotados y oprimidos. Este es el origen fuerte del progresismo en argentina, y está vinculado a la idea del cambio revolucionario por etapas (clásica concepción del estalinismo en contraposición al trotskismo que definía la revolución permanente). En esta revolución por etapas, se debía llevar adelante una revolución democrática burguesa que desalojara del poder a la llamada oligarquía e instaurara un poder popular. La idea era que se debía realizar en esta etapa las tareas democráticas burguesas que habían quedado pendientes desde la revolución de mayo de 1810 y nunca se habían cumplido (independencia económica del país, eliminación de los resabios feudales y semifeudales, instauración de una democracia representativa, realización de la reforma agraria, etc.). Desde esa perspectiva existían sectores de la burguesía que se consideraban progresistas, es decir que aun contenían un potencial de cambio en sus necesidades de desarrollo y que este sector progresista tenía contradicciones con la gran burguesía colonialista. El peronismo encarnó desde sus inicios el pensamiento de este modelo de desarrollo en el que, la mediana y la pequeña burguesía aliadas a los trabajadores, llevaría a la Argentina por la senda del progreso social, económico y político. Un sector de la izquierda marxista, que tenía coincidencias con el peronismo, se opuso a su proyecto desarrollista, y para poder justificar sus disidencias preconizó para la Argentina la teoría del fascismo desde algunos de sus sectores (fundamentalmente el Partido Comunista Argentino que enrolado en el estalinismo que sostenía la lucha democrática de los trabajadores contra los fascismo -Italia y Alemania hasta 1945- y luego la lucha democrática contra el imperialismo americano durante la guerra fría) y otros sectores de la izquierda (fundamentalmente de raíz trotskista) que sostenían que el peronismo era una propuesta burguesa bonapartista (recomiendo leer el XVIII Brumario de Luis Bonaparte de Carlos Marx) que buscaba convertirse en mediador del conflicto entre burgueses y proletarios pero que siempre laudaría en favor de la burguesía. Hubo un pequeño sector de la izquierda, de efímera existencia, que sostuvo, basado en textos de Marx que la Argentina era un país independiente y que lo que estaba a la orden del día era la revolución socialista y la instauración de un estado obrero. Esta polémica de los setenta subsiste en las dos primeras décadas del tercer milenio, aunque los términos no tengan la misma significación. Hoy el término progresista se ha banalizado por su uso masivo y hasta sectores profundamente reaccionarios, como el macrismo y la derecha radical se definen como progresistas, preconizan el cambio y no sería raro (ya lo hicieron los militares con Onganía cuando designaron su golpe como revolución nacional) que comenzaran a hablar de una revolución en Argentina. La teoría de la dependencia fue lentamente abandonada y solo conservó lo que Cardozo y Farletto denominaron el desarrollismo (que en Argentina tuvo su máxima expresión en el gobierno de Arturo Frondizi). La caída del peronismo (como de muchos populismos en América Latina) significó el comienzo de la llamada égida neoliberal. El neoliberalismo, lo hemos dicho en varias publicaciones, constituye la propuesta de organización del estado y la sociedad sobre la base de la teoría del mercado como regulador social, por lo cual el Estado debe circunscribirse a las funciones elementales que el mercado no provee, como por ejemplo seguridad (represión), salud y educación. Porque esta teoría neoliberal tuvo tanto anclaje sobre los sectores más concentrados de la economía argentina (grandes capitales financieros, los capitanes de la industria, los monopolios exportadores como las cerealeras e importadores y los terratenientes agrarios), la respuesta la encontramos en el carácter de la estructura económica argentina. Nuestro país, como por lo general América Latina, tiene, en términos cuantitativos, un mercado interno pequeño (40 millones de consumidores) y su principal producción son los commodities, es decir, cualquier mercancía con uso comercial, como cereales, petróleo, minería, etc.), la estructura industrial tiene un desarrollo reciente en términos temporales (si bien la teoría de la sustitución de las importaciones surgió durante las grandes guerras cuando se desarrolló una débil estructura manufacturera) y comienza a tener volumen a partir de 1945 con el peronismo (que crea un importante sector de empresas medianas y pequeñas que prácticamente no existían) y se profundiza durante los años del desarrollismo (incluido el gobierno de Illia que podríamos denominar un desarrollismo social). Entre 1945 y 1975 se sientan las bases industriales de Argentina y se constituye un sector de burguesía media con peso económico y político, que generalmente estuvo aliado a la clase obrera en la medida en que su interés por el desarrollo del mercado interno convergía con la demanda de mejores salarios y nivel de vida de los trabajadores (ver Bonantini C. Historia de la Educación Media Argentina. UNR editora, Rosario 1994 y 1996 tomos I y II). Como hemos definido en otras publicaciones, la pugna entre estos dos sectores burgueses se dio en términos de teorías económicas, la gran burguesía que adscribía a las teorías neoliberales de mercado y la pequeña y mediana burguesía que se sumó a las teorías neo keynesianas. A partir del regreso a la democracia representativa, con el derrumbe del poder militar, la gran burguesía comenzó a hacer una serie de ensayos para conservar el poder político que antes tenía de la mano de golpes cívico-militares que reprimían salvajemente a la población. Fueron ensayos de creación de partidos propios (UCD de Alsogaray), de infiltración en los grandes partidos populares (menemato 1989-1999 y delaruismo posterior) y finalmente un partido propio que llegó al poder con la estructura territorial del radicalismo de derecha, es decir el macrismo). En América Latina se dieron procesos similares en los que el retiro de los EE.UU. como consecuencia de la profunda crisis capitalista y la caída de la teoría de la seguridad nacional, acompañado por un proceso creciente de valorización de los comodities, que, con marchas y contramarchas, llevó al poder en toda la región a partidos populares de tendencia centroizquierdista (Venezuela, Bolivia, Perú, Chile, Ecuador, Brasil, Paraguay, Uruguay). En este proceso político tuvo importancia el fin del mundo unipolar donde el dominio de EE.UU. fue casi absoluto y la emergencia de nuevos bloques económicos y políticos como la U.E., el Mercosur, la UNASUR, el BRICS, etc.). Precisamente, en América del Sur, el desarrollo de Brasil como potencia emergente (económica e industrial) permitió que desde los tempranos años de la democracia se comenzara a pergeñarse un bloque de naciones que se constituyera en un espacio de libre comercio y brindara a los capitales internacionales y nacionales un mercado amplio facilitando la producción en escala que hacía más competitivas a las economías regionales. Desde el comienzo el Mercosur fue mucho más que una unión aduanera, como correctamente afirman algunos autores, (vg. Cicaré A. La educación como factor de integración en el Mercosur, Cuadernos Sociales 14/15, UNR Editorial, Rosario 2015), se configuró como una propuesta de integración económica, social, educativa y de desarrollo científico tecnológico. En los últimos 30 años asistimos en el área del Mercosur y la UNASUR a procesos de desarrollo económico, fundamentalmente industrial, integración social, disminución de la pobreza, desarrollo científico-tecnológico que no registra antecedentes en la historia de la región. El otro dato, es como hemos dicho, la adscripción a las teorías neo keynesianas basadas en la demanda que llevaron a mejorar el consumo en América Latina generando millones de nuevos “clase media” que se incorporaron al mercado de consumidores. Las cifras son elocuentes, crecimiento de la industria automotriz, alimentaria, metalmecánica, artículos de confort hogareño, de las telecomunicaciones e internet, del turismo nacional e internacional, etc. Pero también, y esto es un dato nuevo muy significativo, creció la inclusión en términos de derechos y la igualación, en términos de visibilidad de las minorías discriminadas hasta hace pocos años, La ampliación de los derechos democráticos, de los derechos civiles, de los derechos humanos, de los derechos de las minorías son datos relevantes e incontrastables en la América Latina de los últimos 30 años. Todo esto ha sido posible por la alianza que establecieron los sectores explotados y oprimidos con un sector del capital, y ello se explica en los logros electorales de los grandes líderes latinoamericanos como Cristina Fernández de Kirchner, Ignacio Lula Da Silva, Michelle Bachelet, Evo Morales, Rafael Correa, Hugo Chávez, José Mujica, Fernando Lugo. Etc. El crecimiento de la llamada clase media en este espacio geográfico, posibilitado por las políticas de inclusión y desarrollo de América Latina, es también su debilidad, por cuanto los sectores medios son muy volubles en lo referente a las ideas y tienden a mimetizarse con la gran burguesía a la que admiran y en la medida en que crece su nivel de vida en lugar de mantener la alianza con los trabajadores y sectores vulnerables (como en la Argentina de 2001 con la consigna piquetes cacerolas la lucha es una sola) buscan alejarse de los mismos y a debilitar lo que se ha dado en llamar el campo popular. La historia no está escrita. Es hora de reflexión y acción. Hasta la próxima

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