domingo, 30 de septiembre de 2012

La máquina de Neumann. La reproducción conceptual, trabajo, libertad y sufrimiento.(Conferencia ante el III Congreso Internacional de Psicología del Trabajo y las Organizaciones.Mendoza 27 al 29 de Septiembre de 2012)


La máquina de Neumann era una curiosa máquina que puesta en Marte extraería mineral para cubrir las necesidades de la tierra. La curiosidad de esta máquina es que tenía la propiedad de reproducirse a si misma. Al hacerlo usaba parte del mineral que extraía, lo cual bajaba su rendimiento en el aquí y ahora, pero, como su reproducción constituía una progresión aritmética, al cabo de un  tiempo estas máquinas producirían mas material. Este es el principio que fundamenta los virus en informática, el virus se reproduce a si mismo y en una progresión aritmética infecta un infinito número de computadoras.
Tomé esta metáfora, porque con los conceptos en general y especialmente con un cierto concepto de la relación entre trabajo, libertad y sufrimiento ocurre algo parecido.
Empecemos a dialogar sobre trabajo y libertad.
A la entrada de los los stalags alemanes, podía leerse la frase “arbeit macht Frei”, “(el) trabajo hace libre”, una cínica manera, propia del nazismo, de encuadrar el trágico significado de estos campos de exterminio.
Pero lo que nos interesa, es que este significado del trabajo en términos de libertad, es utilizado frecuentemente, aun por sectores de izquierda.
La libertad y la igualdad (además de la fraternidad) fueron dos de las grandes consignas de la gran revolución francesa, pero ambas tuvieron diferentes significados y diferentes públicos. Mientras la libertad era la consigna fundamental de la burguesía que reclamaba libertad de comercio, libertad de prensa, etc., y construía en ese movimiento lo que se dio en llamar el liberalismo, la igualdad era la consigna del incipiente proletariado francés, representado por los sans culottes con Jacques Hebert y Jacques Roux a la cabeza. Desde entonces, igualdad y libertad fueron casi consignas antagónicas aun cuando sean plenamente compatibles. A tal punto tiene vigencia esta polémica que hoy en Francia hay quien dice “entre el débil y el fuerte, la libertad es opresión”
En el campo del trabajo, la libertad era para los siervos de la gleba, que en la sociedad medieval se liberaban de su atadura a la tierra, libertad para someterse al burgués que desearan o le proveyera de trabajo en la ciudad, o en términos de Marx libertad de morirse de hambre sino se convertía en un esclavo del capital vendiéndole su fuerza de trabajo. El capitalismo como sistema necesita del trabajo libre, es una condición de su existencia, y el liberalismo impulsó la idea de la libertad como un valor absoluto.
Ahora bien, la pregunta es que es la libertad, la posibilidad de hacer lo que el sujeto desee, que pueda transitar sin que nadie lo limite, que pueda decir lo que quiera, pues bien, les tengo una mala noticia, todas esas libertades en la sociedad actual se encuentran limitadas por múltiples factores, económicos, ideológicos, políticos.
La libertad es la conciencia de la necesidad, esta frase de Engels, llevó a una multiplicidad de polémicas, ya que desde una perspectiva se afirmaba que la libertad es la posibilidad que tenemos los seres humanos de decidir a partir del conocimiento.
El conocimiento, que constituiría un punto de partida para que los hombres seamos realmente libres, es un conocimiento limitado, sesgado, el hombre conoce a partir de su práctica, pero lo hace con herramientas que toma de la cultura y el ambiente. Nos encontramos en un mundo complejo, en el que podemos tener conocimientos objetivos pero limitados, y en el que el conocimiento esta determinado por una forma cultural de ver la cosas que no es una producción solamente nuestra, sino que esta determinada por la cultura y las relaciones sociales en las que nos desenvolvemos.
En la sociedad de las TICs tenemos cada vez mayores posibilidades de acceder al conocimiento, el mismo se democratiza cada vez más, pero en ese mismo movimiento somos dominados por la masividad de información que nos atraviesa y a la que no podemos procesar.
Existe un modelo de conocimiento que se estructura desde muy temprano en la vida del hombre y que es funcional a la sociedad de clases, es lo que podríamos denominar conocimiento pre fabricado, si yo quiero conocer algo hoy tengo a mi disposición una multiplicidad de medios que me proveen definiciones, conceptos, teorías que los técnicos y expertos en la vulgarización del conocimiento producen.
Los medios de comunicación masiva construyen en forma constante una realidad que martillea sobre nuestra conciencia, ya sea en los llamados programas de “entretenimientos”, como en aquellos que haciendo gala de la “cultura” convocan a “expertos” para que nos expliquen como debemos ver las cosas, por supuesto, según la conveniencia de la línea editorial del medio.
De lo que se trata es que no pensemos cuando pensamos, que no seamos capaces de discernir críticamente entre el pensamiento del otro y el propio, que no podamos ejercer lo que Castoriadis denomina la autonomía en la producción conceptual.
El concepto que define la posibilidad de ser libres a partir del trabajo es como todo concepto polisémico, el trabajo no puede hacernos libre si en el mismo movimiento nos somete a la esclavitud.
Por supuesto que esta afirmación es también discutible, no todos los trabajos son iguales, no todos los trabajadores tienen las mismas características y sentimientos. Ya Mac Gregor con la teoría X e Y había considerado estas diferencias, lo que no consideró es que existe algo que iguala a todos los seres humanos, la imaginación radical y la necesidad de la autonomía como base del desarrollo del pensamiento crítico.
En la sociedad moderna, con la caída del Taylorismo (modelo del pensamiento X) surgen nuevos paradigmas de entender la producción y el trabajo, hoy las empresas asumen que el capital intelectual (aquel que portan sus trabajadores) es tan o mas importante que los activos físicos y que desarrollar conocimientos en sus trabajadores puede constituirse en una ventaja competitiva frente a una competencia cada vez mas extrema.
Es por ello que no es extraño que muchas empresas prefieran trabajadores “rebeldes”, sujetos que sean capaces de pensar la tarea, de ir mas allá de su entorno inmediato sobre la base de la comprensión de procesos totales, al modelo pasivo de trabajador cuyo principal valor era la alta fidelidad a la organización.
Es claro que este modelo inestable de trabajador requiere de tecnologías de gestión mucho mas sofisticadas, que puedan encauzar la libertad y la creatividad del trabajador. En alguna medida empresas como Google inauguran una nueva época en la organización del trabajo, aun cuando no debemos pensar que Google es el paraíso en la tierra.
Pero no solo han cambiado en el último siglo los modos de organizar la producción, lo que esta cambiando es también la estructura misma de la sociedad. Las recurrentes crisis del capitalismo ponen en interdicción la supremacía del modelo de la propiedad privada, otro concepto que se reproduce a si mismo como la máquina de Neumann y que se justifica por sí mismo.
En la sociedad actual la propiedad constituye un valor sacralizado, pero podríamos deconstruir este concepto en lugar de repetirlo acríticamente. Ninguna propiedad nos pertenece, aun la casa en que vivimos, si realizamos un seguimiento histórico, veremos que la misma es producto de un robo (la propiedad es un robo diría Pierre-Joseph Proudhon) perpetrado por los colonizadores a los pueblos originarios y a la vez los saqueadores provenían de un espacio donde por siglos imperó la rex nullius de los romanos el derecho de conquista, es decir lo que se obtiene por conquista le pertenece al conquistador.
Estos nuevos modos de organizar el trabajo, constituyen una forma incipiente con la que los trabajadores interpelan a la propiedad capitalista.
Veamos algunos de ellos. En la Argentina del 2001 comenzó a surgir un vigoroso movimiento de empresas recuperadas. Frente a los empresarios que desertaban de las organizaciones y abandonaban a su suerte a los trabajadores, muchos de estos no se resignaron a la pérdida de sus fuentes de trabajo y asumieron la producción y comercialización de los productos por la autogestión de su propia fuerza de trabajo, los ejemplos son muchos, La Morocha, Cooperativas Unidos, Cooperativa Lacar, Cooperativa de Trabajo Lavalan, Cerámica Zanón y muchas otras.
Algunas perduraran, otras serán asimiladas por el modelo de producción, no pocas fracasarán, pero lo importante, mas allá de las críticas y objeciones que podemos hacer, es que estos trabajadores con su práctica laboral discuten el modelo de propiedad capitalista y los modos de organizar la producción.
Otro modelo que esta en pleno desarrollo es lo que se ha dado en llamar el desarrollo local (ascendente y descendente). En este modelo se combinan el aprovechamiento de dos formas de capital, el capital intelectual y el capital social. El primero como forma de conocimiento que el sujeto tiene, que se manifiesta bajo la forma de expertis dado por las competencias laborales adquiridas en el proceso de formación (formal o informal). La segunda forma de capital la podemos definir como el conjunto de relaciones que los sujetos tienen en el territorio y que les brindan oportunidades de negocios competitivas sobre la base de las redes que pueden establecer. Es en alguna manera, esta forma de capital es la posibilidad que una pequeña o micro empresa tiene de competir frente a la producción masiva, utilizando el conocimiento del territorio y las redes que establece por ser parte del mismo.
En el desarrollo de los programas de este tipo son de vital importancia las ONG, el voluntariado llega allí donde el Estado no puede llegar y organiza recursos humanos y materiales generando nuevas formas de propiedad y de trabajo.
Llegado a este punto de la exposición volvemos a interpelar a la libertad, y nuestro cuestionamiento apunta a analizar las bases de desenvolvimiento social, tratando de indagar sobre las diferencias que existen entre la sociedad industrial de los siglos XVIII, XIX y XX y la actual sociedad tecnológica.
En el capitalismo industrial asistimos a una fuerte tensión entre las diferentes clases sociales que surgieron producto de la gran revolución industrial, mientras que la burguesía se consolidaba en el poder, y en ese mismo movimiento consolidaba el liberalismo político y económico, las clases subalternas comenzaban a pugnar por ganar nuevos espacios económicos-sociales.
Marx dirá que los sectores trabajadores en el proceso de desarrollo de su conciencia de clase primero constituyen la conciencia en sí, es decir que son una clase social y en función de ello construyen las organizaciones sindicales para defender sus intereses particulares como sector social y luego sobreviene la formulación de la conciencia para sí, es decir que además de reconocerse como trabajadores sienten que tienen la potencialidad de cambiar la sociedad.
Durante el siglo XIX y una parte del XX la sociedad capitalista se conmueve por una serie de revoluciones populares cuyo exponente más elevado será la revolución de Octubre.
A partir de este momento las contradicciones en el seno de la sociedad se agudizan y la sociedad burguesa conmovida con los levantamientos de los trabajadores comienza a desarrollar políticas represivas que se combinan con concesiones a las demandas de mayor democracia e igualdad.
Si la marca de la sociedad industrial fue la represión violenta a las demandas de los trabajadores, en la sociedad tecnológica asistimos a una nueva fórmula de control social. Los partidos que pretenden representar los intereses de los trabajadores (Comunistas, Trotskistas, maoístas, socialistas) participan en las contiendas electorales e ingresan al juego parlamentario, los sindicatos se institucionalizan y la palabra comienza a circular por las democracias occidentales.
Internet, la telefonía celular, etc., proveen a los ciudadanos de una nueva manera de comunicarse, se horizontalizan las relaciones y se consolida la idea del ciudadano pleno con el incremento de la ciudadanía social a diversos sectores antes postergados (voto a la mujer, nuevos derechos igualitarios a la minorías étnicas, sexuales, etc.).
El control social comienza a desplazarse de la represión policial al control de los medios de comunicación masiva, La gran burguesía tiene en nuestra época una importante herramienta de construcción de consensos y de formulación de nuevas realidades acordes a sus intereses en los grandes monopolios concentrados de los medios de comunicación, que como un gigantesco gran hermano penetran hasta los lugares mas recónditos llevando su mensaje de construcción ideológica y cultural.
El otro formidable instrumento de control social se articuló desde el campo de la economía. Los trabajadores en la medida en que ganaron posiciones económicas, comenzaron a ser algo más que fuerza de trabajo, se convirtieron en un objetivo de negocios.
Los nuevos instrumentos de comercialización avanzaron sobre los intereses de los trabajadores y en función del despliegue de comunicación estratégica de las organizaciones se fue articulando la sociedad del consumo masivo.
Ya no existe la necesidad de contar con el dinero en efectivo para acceder a algún bien, los sistemas de créditos al consumo y los nuevos instrumentos de pago ampliaron la capacidad adquisitiva de los trabajadores, en palabras de Marx, se amplió hasta el paroxismo el capital ficticio, la masa de capital circulante en la sociedad que no se expresa en la base monetaria, sino que se expande a través del crédito y los medios de pago plásticos.
Por un lado el trabajador es víctima de la acción de la publicidad que le crea nuevas necesidades (electrodomésticos, ropas sofisticadas, vehículos, espacios de diversión) y por el otro el capital financiero cubre la satisfacción de esas necesidades por vía de créditos casi ilimitados.
Cada uno de nosotros consume y se endeuda, y en ese movimiento nos vemos cada vez mas sujetos por las deudas que ocasiona el consumo, pero por acción de las necesidades artificialmente creadas por la sociedad, nos sentimos compelidos a consumir aun mas.
Encontramos que la represión, los estados policiales, tan necesarios en otros momentos del desarrollo capitalista, hoy pueden ser remplazados por democracias mas o menos estables porque el sujeto es sujetado por medios que no tienen la contundencia material del bastón de abollar ideologías (al decir de Mafalda) pero que tienen una eficacia simbólica mucho mas efectiva que aquél.
Surge entonces un nuevo cuestionamiento, si debemos trabajar para pagar el consumo y los compromisos contraídos, por lo que el trabajo ya no es una necesidad de autorrealización del ser humanos, ¿que significa hablar de felicidad en el trabajo?
Comenzaré mi análisis desde un punto que considero seguro, que es el de la razón etimológica de las palabras.
Etimológicamente, entre los latinos, feliz venía de felix que significa fecundo, y se relaciona con el verbo felare que es chupar o mamar, es decir que se vincula al acto de amamantamiento,  en griego el término  para designar a la felicidad es eudaimonia que se usaba para expresar bienestar, felicidad, buena fortuna, abundancia. La palabra es compuesta, tenemos eu que significa bien y daimón, daimono (luego derivaría a Daimoio (demonio), eudaimón es quién tiene un buen espíritu o buen ánimo, en definitiva un buen dios.
Por lo tanto la palabra felicidad es una acción activa que privilegia el dar sobre el recibir y que se relaciona con placeres ancestrales en la vida humana o con la cercanía a la divinidad.
La felicidad sería pues un estado caracterizado por la sensación de bienestar que evoca momentos prototípicos de la vida de un sujeto.
En la sociedad contemporánea, basada en el consumo, la felicidad se relaciona más con la posesión gratificante de bienes que con el bienestar mental y físico.
De todas maneras subsisten formas arqueológicas de representación que remiten a la idea medieval de la felicidad anclada a la vida celestial, y de la misma como estado de plenitud psicofísica, que acerca la idea a la de la salud. 
Podemos tomar un camino de análisis de la relación de la felicidad con el trabajo en el que, cuanto menos, veamos que constituye un relación de ambigüedad y ambivalencia.
Tomamos para nuestro análisis el interesante libro Baudelot y Gollac[1], el que se basa en el Cuestionario de la Encuesta permanente sobre condiciones de vida de los hogares (parte variable) trabajo y modos de vida –Francia Metropolitana[2] -.
En las respuestas al cuestionario aplicado, aparecen indicadores que participan de la relación entre felicidad y trabajo (tener trabajo, que mi hija encuentre trabajo, tener salud, dinero, amor, familia, etc.) poniendo de manifiesto que se está ante un concepto que podríamos decir que es un falso amigo, ya que, estas vinculaciones aparecen porque el trabajo es, en la sociedad capitalista, el medio que poseen los proletarios para poder obtener los recursos que satisfagan sus necesidades más elementales.
Y este es el punto en el que me propongo interpelar al texto, formulando una nueva pregunta, tantas veces escuchada en la vida cotidiana: “Trabajamos para vivir o vivimos para trabajar?”.
Una digresión, se comenta que Ángela Merkel hizo referencia a que los alemanes trabajaban más horas que los españoles y que en ello residía una de las razones del mayor bienestar de los alemanes. Cuando su interlocutor le señaló que los españoles trabajaban más horas, Merkel dijo “entonces es peor de lo que pensaba” (es decir, en ese momento ella pensó, no son vagos, son inútiles).
La concepción de vida de los alemanes se teje alrededor de la noción de esfuerzo y eficiencia permanente, el alemán (en el decir de los españoles) trabaja sin resuello once meses y en el duodécimo ser emborracha con cerveza, que le sirven con eficiencia cantineros, en las ciudades balnearias ibéricas.
Como es de público conocimiento, la palabra trabajo proviene de un instrumento de tortura, el tripaliari, que era el aspa en el que se ataba al esclavo para azotarlo. A lo largo de la historia, las clases sojuzgadas han utilizado términos que remiten al sufrimiento para designar al trabajo, el yugo, el laburo, o términos que remiten a lo que el trabajo asalariado representa para el trabajador, es decir vender su cuerpo (fuerza de trabajo diría Marx) por dinero, no es casual que en nuestras fábricas trabajar, y perdonen el término, cuando se habla de ir a trabajar, se dice “vamos a poner la concha” utilizando una metáfora que alude al desempeño de las meretrices.
Los griegos y los romanos denostaban el trabajo manual, para ellos trabajar con la manos, con materias corruptas significaba corromperse y además una humillación, por ello tenían un ejército de esclavos que hacían esas tareas que para ellos eran denigrantes.
Hoy en argentina existen émulos de esos ancestros de la humanidad que ven al trabajo como algo sucio, a lo que ellos no se acercan, son las clases privilegiadas que viven de la renta y usufructúan el esfuerzo de los demás.
En este punto de las reflexiones surge la cuestión del empleo que como bien señala Medá[3], es un bien cada vez más escaso, hoy Europa, con diecisiete millones de desocupados, vive algo que los argentinos experimentamos durante la segunda década infame (el menemismo-delarruismo), es decir una sociedad desequilibrada por las altas tasas de desempleo.
El texto de Boudelot y Gollac se narra adecuadamente cual es el sentir de los desempleados, y no solo que acordamos con lo que dice, sino que también lo expresamos en nuestro libro “El mito de Saturno. Desocupación y vida cotidiana”[4] y lo profundizamos en “Trabajo y no trabajo: la otra mirada”[5].
El desempleo afecta la psiquis de los desempleados, su vida de relación (familiar y con sus vecinos) su autoestima, y todo lo que se afirma en la parte teórica de este texto. Nosotros, en “El mito” fuimos mas allá y afirmamos que “la desocupación constituye una patología social del capitalismo que en el fin del milenio, afecta individual y colectivamente a la salud de las personas”[6].
En su irracionalidad el sistema capitalista condena a grandes franjas de la población (fundamentalmente jóvenes) a la inactividad laboral, retarda su ingreso al primer trabajo y los hacina en barrios despojados de los más elementales derechos sanitarios y sociales. A los mayores de cuarenta y cinco años los excluye permanentemente  del mercado de trabajo y por lo tanto del consumo y mediante planes de ajuste neoliberales los condena a la miseria, sin asistencia sanitaria, sin formación, y en general ello se hace para sostener las ganancias de los grandes bancos y corporaciones internacionales.
El sufrimiento del proletario es grande en la organización laboral, donde se ve sometido a cargas físicas, psíquicas y mentales, a un ambiente nocivo de trabajo, a exigencias de eficiencia y eficacia. Los nuevos manuales de gestión de recursos humanos impelen a los técnicos a que le reclamen al trabajador que intensifique su ritmo de trabajo, que se comprometa con la organización, que sea un operario emgaggement, positivo, comprometido, pero, con quien, con una empresa que no trepidará en lanzarlo a la calle si le es conveniente reducir su plantilla, ya sea por crisis, por incorporación tecnológica o simplemente por estrategia de negocios.
En este punto vemos que podemos esbozar una nueva conclusión, en un sistema en que lo fundamental es la ganancia, y al que no le importa el trabajador, es muy difícil pensar en términos de felicidad en el trabajo, mas aun cuando el trabajador tiene sobre sí la espada de Damocles de la desocupación, la miseria y el hambre.
El segundo punto al que me quiero referir, es al papel del trabajo en la constitución de la humanidad.
Hay autores como Medá[7], que critican la concepción antropológica del trabajo, que a mi entender se encuentra en el propio Marx. Marx consideraba que el trabajo constituía la esencia del hombre, la idea es que el hombre se constituye en el proceso de trabajo. Discutimos esa idea, primero, fundamentalmente porque consideramos que no existen las esencias, segundo porque no creemos que el hombre esté dotado de un espíritu, y en tercer lugar porque el trabajo menos que menos constituye una esencia. El trabajo es una acción, que organizado en términos de herramientas, permite dotar de una cierta lógica al proceso de producción. Esa lógica varía según los diferentes modos de producción y también varía según los patrones de acumulación de cada sociedad (hay sociedades más piramidales y otras más planas)
Volvamos a nuestra pregunta y ensayemos una respuesta, entre vivir para trabajar y trabajar para vivir, nos inclinamos por la segunda opción. La gran mayoría de los seres humanos, trabajamos porque no tenemos otra opción, porque tenemos que conseguir los recursos alimentarios, para pagar el alquiler, etc. En definitiva trabajamos porque existimos y para poder seguir existiendo.
Aparece en este punto del análisis un nuevo concepto, viejo concepto que tan magistralmente definió Sartre, el de la existencia.
Sartre decía que la vida humana es un proyecto hacia la muerte, que proyectamos nuestra propia muerte, pero que ese hacer proyecto es lo que nos permite seguir viviendo y luchar por conservar la vida.
Desde otro lugar teórico Castoriadis[8], trabajando el mito de Prometeo analiza el cambio que en 25 años hubo en la concepción griega del origen del hombre. En Esquilo los proto seres humanos aparecen como zombis, sin ningún tipo de motivación. Lo que Prometeo les da, simbolizado en el fuego, es el conocimiento, conocimiento que transforma a esos seres monstruosos inhábiles para la vida en seres humanos, y ese conocimiento es la certeza de la finitud de su existencia.
A mayor conciencia de lo escaso de la existencia, mayor compulsión a la realización. Vivimos para existir, pero esa existencia tiene una marca cultural y social, que nos impele a la creación de todo tipo (intelectual, material, artística, bélica, etc.).
Es en el proceso creativo que el trabajo se encarna, para darle posibilidades a la existencia humana, el trabajo debe encarnar en la creación, es tal vez por ello que durante siglos haya soportado la ambigüedad de ser algo oneroso, gravoso y a la vez muy requerido.
Resulta obvio que no es posible generalizar sobre los efectos que tiene el trabajo en la percepción subjetiva de la felicidad, pero podemos trazar algunas líneas de significancia, ya que como correctamente se señala en el texto de Baudelot y Gollac[9], esta percepción, aunque muy variable de individuo a individuo, puede construirse como cuadrantes de generalización, en los cuales encontramos que el polo de la satisfacción engloba mas a quienes tienen un cierto estatus social y organizacional, un mayor dominio tanto de los objetivos como de los procesos de trabajo; que a quienes están en el punto más bajo de las pirámides sociales y organizacionales, quienes tienen un horizonte de visibilidad muy corto y solo pueden percibir las tareas que ellos realizan y a lo sumo las de sus vecinos de tareas.
Es por ello que su involucramiento en la organización se va a ver más dificultado, solo el miedo en contextos de inestabilidad laboral y social como los que vivimos en la década del noventa en Argentina con más del 50% de la población económicamente activa con problemas de empleo[10] o que se está viviendo en la Unión Europea actualmente con, como expresamos mas arriba, más de 17.000.000 de desocupados, pude lograr, y ello es también materia de discusión, que los sectores explotados y oprimidos puedan sostener el mencionado involucramiento en la organización.
Volviendo a el texto que estoy referenciando, me quedo con dos partes fundamentales del mismo, la apertura teórica que brinda elementos para comprender la naturaleza del trabajo en el marco de una sociedad de explotación y privilegios, segmentada en clases y estratos sociales, y su parte final en la que se enuncian algunas hipótesis muy interesantes, de las cuales, creo, la más importante es el análisis de las diferencias entre la crítica de artista y la crítica social y la posibilidad de la conjunción de ambas en el drama del trabajo.
Pero por sobre todo, el rescate que el texto realiza de las potencialidades que como intelectuales tenemos, quienes participamos de los análisis de los procesos sociales que se verifican en el campo del trabajo.
Podemos aportar mayores conocimientos que permitan el procesamiento de la conciencia social de los trabajadores respecto a la situación en que realizan sus tareas, desarrollar tecnologías sociales y organizacionales que permitan mitigar el sufrimiento psíquico que produce el trabajo, ampliar en la conciencia de los sectores vulnerables el campo de reclamos por mayores derechos sociales y laborales,  desmitificar ciertas tecnologías blandas que solo pretenden reordenar el sufrimiento, ocultando sus efectos nocivos, denunciar las condiciones y medio ambiente de trabajo a la que son sometidos los trabajadores modernos y ampliar los espacios de ciudadanía e inclusión, remarcando como dijimos más arriba, la visualización de las masas de trabajadores jóvenes que cada vez les cuesta más incluirse, y que cuando lo hacen, muchas veces son sometidos a condiciones inhumanas de empleo y de los trabajadores mayores de cuarenta años que por razones de salud al perder su trabajo quedan permanentemente excluidos del mercado laboral.
Para cerrar, quiero que estas reflexiones se constituyan en algo mas que un texto, que sean una invitación al debate, a la polémica profunda que nos debemos quienes trabajamos en este campo, y a discutir nuestro compromiso social y humano. O participamos del simulacro o nos hacemos cargo de nuestro lugar de intelectuales y somos capaces de comprometernos con la crítica social a todo orden laboral injusto.
No se trata de tener una mirada escéptica dela realidad, de sentir que nada es posible, se trata  repensar nuestro aporte a la construcción social justa y solidaria, pero por sobre todo, tener presente que, a diferencia de los intelectuales de los setenta, que contaban con un paradigma que orientaba su reflexión (el socialismo) y un marco teórico (el pensamiento de Marx) hay tenemos que partir de la reconstrucción del pensamiento social crítico, y en ese recomienzo no tenemos un padre, porque la historia lo ha destituido del lugar sacralizado en el que lo habíamos puesto contra su voluntad, hoy somos todos hermanos en la búsqueda de una nuevo paradigma teórico y social.



[1] Baudelot C., Gollac M. (2011) Trabajar para ser feliz. La felicidad y el trabajo en Francia. Ceil Conicet-Miño y Dávila. Bs. As.
[2] Francia, enero de 1977. Disponible en el sitio WEB del Centre Maurice Halbwachs  http://www.cmh.ens.fr/greco/questionnaires/EPVC/lil-011Sq.pdf
[3] Medá D. (1998). El trabajo un valor en peligro de extinción. Gedisa. Barcelona.
[4] Bonantini C. Simonetti G. et. al. (1999) El mito de Saturno. Desocupación y vida cotidiana. UNR Editora. Rosario
[5] Bonantini C. Simonetti G. et al. (2003) Vulnerabilidad y salud mental. Un análisis del desempleo sobre la salud  mental. En Cuadernos Sociales 5. Trabajo y no trabajo, la otra mirada. UNR Editora. Rosario.
[6] Bonantini C. Simonetti G. et al. (1999) ibídem
[7] Meda D. (1998) ibídem
[8] Castoriadis C. (1999). Antropogenesis en Esquilo y autocreación en Sófocles. En Figuras de lo pensable. Fondo de Cultura Económica. México.
[9] Baudelot C. y Gollac M. (2011) Ibídem.
[10] La población con problemas de empleo engloba a desempleados, subempleados e inactivos.

1 comentario:

  1. Excelente trabajo, reconozco la capacidad de abrir nuevos horizontes de pensamiento e innovacion conceptual en el documento presentado. Felicitaciones!!!

    ResponderEliminar