domingo, 15 de noviembre de 2015

Paris merece una lágrima.


Fue llamada de muchas maneras, una de ellas la ciudad luz. Meca de artistas e intelectuales, territorio de reflexión y debate, grandeza de la libertad sin límites, París se constituyó en la tierra prometida del pensamiento. Su incalculable valor llevó a Enrique IV de Francia a decir "Paris vaut bien une messe". Creo no equivocarme al afirmar que los atentados en París no hirieron y mataron solo personas, sino que se constituyeron en una estocada dañina que apuntó al núcleo de la civilización occidental, el pensamiento crítico, la creación en libertad. Son tan aberrantes los actos terroristas en París (como en cualquier otro lugar del mundo) que me atrevo a equipararlos con un ataque a la Meca en pleno Ramadan. Todos los fundamentalismos son malos, los religiosos y los laicos, los de derecha y los de izquierda, todos, pero el nivel de atrocidad, de salvajismo, de inhumanidad del fundamentalismo islámico, solo es equiparable (en los tiempos modernos) con la barbarie nazi de la segunda guerra mundial, o con el genocidio que EE.UU. cometió contra el Japón vencido cuando arrojó las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Sería una simplificación atribuir el salvajismo del Estado Islámico (EI), de Al Qeda o de los talibanes afganos solo a una carga emocional o religiosa. Siempre encontraremos tras el acto terrorista una situación de desigualdad social de base, que explica la irracionalidad del terrorismo. Un dato relevante es que el terrorismo islámico no tiene ninguna intención de eliminar las desigualdades, por el contrario busca perpetuarlas (como por ejemplo la desigualdad entre hombres y mujeres, entre ricos y pobres). Tras un velo ideológico se oculta la dura realidad de la manipulación de (sobre todo)jóvenes que han dejado de otorgarle sentido a sus vidas y buscan el sentido perdido en la trascendencia imaginaria de la religiosidad. Que mas atrayente que 100 vírgenes en el paraíso, o un lugar privilegiado en la platea del teatro eterno en el que Alá les interpreta la bienaventuranza eterna a los creyentes. El terrorismo, sea del signo que sea, es una fe irracional que cree en un paraíso que por inexistente, nadie nunca vio. Pero también para los desventurados, para los que nada tienen, para los que sufrieron el despojo capitalista que los condenó a las mas atroces y miserables condiciones de vida, la palabra de los profetas del odio suena como música celestial que les promete la bendición eterna, y les da alguna cuota de esa bienaventuranza en la tierra, en forma de dádiva a sus propios deudos si él se inmola por la creencia. Los jóvenes terroristas matan y mueren para enriquecer a sus guías corruptos que lucran con negocios sucios en sociedad con capitalistas corruptos de empresas petroleras de occidente y financistas encumbrados de la banca mundial. Los gobiernos "democráticos" de occidente, mas que atacar con bombas que matan a millones de inocentes, y algún que otro yihadista, para empezar a solucionar el problema, deberían comenzar por abandonar el saqueo permanente al mundo islámico que realizan en complicidad con reyes, príncipes, gobernantes autoritarios y teocráticos, ayatolas, mullahs, y señores de la guerra y el narcotráfico. No cometeré el error de preconizar que no hay que combatir al E.I., Al Qeda y demás terroristas fundamentalistas, pero para comenzar a debilitarlos, es vital no barrer nuestras inmundicias sociales bajo la alfombra. Es necesario expandir la innovación y la creatividad, una educación que considere la paz como valor sustancial y humano, tan humano como el respeto a la vida. Respetar la vida no es solo no matar al semejante, es crear condiciones de desarrollo humano en libertad e igualdad, es recuperar la solidaridad y el respeto por el otro, es reconocer al otro el derecho de pensar distinto aunque en ello nos vaya la vida. Respetar lo humano es respetar la obra humana, sus esculturas, pinturas monumentos, y sabemos que los dirigentes del terrorismo islámico, como los de todo terrorismo, no lo haces, solo destruyen, porque el respeto es el reconocimiento de los valores democráticos y ellos son autoritarios y tiránicos. El respeto es permitir una Sinagoga en Ryad, una Mezquita en Jerusalem, una Catedral en Bombay, pero también un ateo en La Meca y el Vaticano. París bien vale una lágrima, los parisinos merecen nuestra solidaridad y quienes los atacaron salvajemente nuestro repudio y nuestro rechazo unánime a sus prácticas asesinas. Es necesario llenar de flores París, que los filósofos debatan en el "Café de Fares", que los pintores realicen retratos en Mont Martre, que los niños retocen con su algarabía en la Torre Eiffel, que los próceres fundadores de la democracia moderna vuelvan a descansar en "El Panteón", y que Bonaparte siga descansando en "Les Inválides". El mundo necesita recuperar la alegría de pasear por los Champs Elysee hasta llegar al Arc-de-triomphe o poder visitar sin miedo los museos como el Louvre, el Pompidou o el Q´de Orsqay Pero por sobre todo necesitamos gozar de la vida en paz, con controversias, con debates, con las sillas de los cafés parisinos mirando a la calle, mientras los parroquianos se trenzan en feroces discusiones que terminan con un abrazo y un "mañana la seguimos". Tengo una utopía, que el mundo se inunde de flores y aromas de paz e igualdad, mientras tanto derramaré una lágrima acongojada por el París que amo. Hasta la próxima

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