viernes, 29 de agosto de 2014

Quo Vadis Argentina.

La Argentina está en un momento muy crítico, y no es solo por el problema del dólar blue, de la inflación, de la caída de la producción industrial y del consumo, la inseguridad, los fondos buitres o Griesa, existe un problema mucho más grave que es la base de todos los problemas que acontecen en este país, es la falta de un proyecto político a largo plazo y la falta de cuadros políticos dirigenciales que lo lleven a cabo. En el modo capitalista de producción siempre han existido diferentes modelos de acumulación que pugnan en el marco de una estructura de gestión única, la democracia representativa. Para que funcione este modelo de gestión del Estado es necesario que existan algunas condiciones importantes. Una de ellas es la división de poderes ejecutivo, legislativo y judicial. El ejecutivo es siempre quien tiene a su cargo la gestión directa y las operaciones de sostenimiento del sistema. Así por ejemplo quien detenta este poder es el encargado de determinar políticas económicas, de sostener las funciones de seguridad, de salud, educación, asistencia social. Estas funciones no son en resguardo de los intereses del “pueblo” ya que el fin último del estado burgués es la defensa de los privilegios de clase de la burguesía, privilegios que se sostienen mediante la defensa de la propiedad privada de los medios de producción. Ahora bien, en un Estado burgués no existe un interés único, la clase dominante que se encuentra dividida en diversos sectores definidos por la concentración del capital y la propiedad, tiene intereses muy distintos, y aunque tenga intereses estratégicos comunes a toda la clase (eso es lo que le da el carácter de clase única) tiene otros intereses específicos de cada sector que en determinados momentos adquieren la forma de antagonismos políticos muy fuertes. Cada uno de estos sectores de la clase dominante, tenía, en la teoría político económica clásica formas partidocráticas específicas. En Argentina de los años setenta existían partidos burgueses con representaciones más o menos nítidas, el peronismo y el radicalismo referenciaban a sectores de la burguesía media, mientras que la gran burguesía financiera industrial, comercial y agraria que desde el siglo XIX había sido incapaz de construir una fuerza que pugnara en la arena política (democracia burguesa) por acaudillar a los demás sectores subordinados a ella, buscaba atajos para imponer sus planes de dominación. Es por ello que el rol político de construcción de hegemonía de este sector estuvo residente desde el golpe de 1930 en las fuerzas armadas. El llamado partido militar sería el encargado en lograr el control del Estado mediante golpes militares para poner en marcha estrategias de acumulación que favorecieran a la gran burguesía. Entre 1930 y 1984 el Estado argentino sería sucesivamente cooptado por gobiernos surgidos de las urnas y dictaduras militares que interrumpían los procesos democráticos burgueses. Si analizamos los planes económicos y sociales de estos diferentes tipos de gobierno veremos que mientras los militares conculcaban los derechos civiles y democráticos de los trabajadores y de la pequeña y mediana burguesía favoreciendo el interés de la gran burguesía, los gobiernos surgidos de las urnas (Irigoyen, Alvear, Perón, Frondizi, Illia, etc.) desarrollaban políticas que favorecían mayoritariamente a los sectores menos concentrados del capital. Mientras los gobiernos militares abrían las fronteras aduaneras para el ingreso de capitales especuladores y financieros, favorecían las exportaciones del agro, impulsaban la concentración financiera e industrial, desarrollaban políticas orientadas a conculcar derechos laborales, etc., los gobiernos “democráticos” desarrollaban políticas orientadas a crear mayores espacios de acumulación basados en el mercado interno, favoreciendo los derechos laborales y creando sistemas de asistencia social y sanitaria que beneficiaban fundamentalmente a los trabajadores. Para poder visualizar esta dicotomía entre las políticas de los diferentes gobiernos observemos el artículo 14 bis de la constitución, la creación del INTI, el INTA, el CONICET, y de tantos organicismos de ciencia y tecnología, los programas económicos orientados a favorecer el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas, las políticas salariales expansivas, el aumento del consumo y de la inclusión social, el desarrollo de planes de vivienda, la creación de organismos de control de las exportaciones como la Junta Nacional de Granos, el IAPI y tantos otros, las medidas de protección a la industria local, etc. Todo lo que lograba la alianza de la mediana burguesía con la pequeña burguesía y los trabajadores, todas las leyes que favorecían a los sectores más vulnerables de la sociedad, eran sistemáticamente destituidas por los gobiernos militares que en nombre de supuestas revoluciones nacionales avanzaban en la aplicación de políticas orientadas a saquear a los sectores populares. En este proceso de la historia argentina existen algunos momentos clave, uno de ellos es la emergencia de sectores revolucionarios que en los sesenta y los setenta rompen con las viejas estructuras de la izquierda argentina (Partido Comunista y Partido Socialista) y redefinen el camino a la sociedad socialista, aparecen así las organizaciones que retomando algunas estrategias y definiciones clásicas del marxismo comienzan a plantear la necesidad de cambiar la estructuras capitalistas de dominación mediante revoluciones violentas que se basaban en proyectos de guerra de guerrillas o insurrecciones armadas. En la primera etapa de este proceso, el viejo líder carismático de la Argentina, Perón, apoya a parte de estos sectores y también preconiza la violencia como instrumento de cambio (recuérdese aquello de la violencia de los de abajo la genera la violencia de los de arriba, el apoyo a la juventud maravillosa encarnada en Montoneros, el ascenso de Galimberti en el aparato político del peronismo, etc.), pero cuando la burguesía observó que el desarrollo de estos sectores de izquierda revolucionaria impactaba más allá de la universidad, penetrando en organizaciones gremiales, sociales, comunitarias, comenzó un lento desplazamiento hacia políticas represivas cada vez más duras. No es necesario recordar lo que fue el genocidio entre 1974 y 1984 con un saldo de 30.000 desaparecidos y con la destrucción económica y productiva del país con las políticas neoliberales de los militares, Y acá surge un segundo llamado de atención de la sociedad argentina. Si la izquierda era peligrosa para el desarrollo de los negocios, lo militares condujeron al país al desastre de manera sistemática, lo cual los hacía más peligrosos para el desarrollo de los negocios. Es por ello que en 1984, luego del desastre bélico de Malvinas y con un país quebrado económica y socialmente, la burguesía decide ensayar un nuevo experimento político de democracia representativa parlamentaria. La gran burguesía decide tratar de crear un partido de derecha que la represente y la estructura tuvo el nombre de Nueva Fuerza al mando de Alvaro Alsogaray. Pero nuevamente la gran burguesía constató que cuando sus intereses económicos se traducían en políticas, no generan consenso en los sectores más débiles de la sociedad, es por ello que la siguiente estrategia fue la de infiltrar a los partidos que tradicionalmente habían representado intereses sustancialmente diferentes a los de la gran burguesía. Este experimento es el que encarna Carlos Menem, quien llegando al poder de la mano de los sectores populares, pone en marcha un plan económico neoliberal que defiende los intereses de aquel sector que en la campaña electoral decía combatir. El menemismo repite y profundiza las políticas conservadoras y hambreadoras de las dictaduras, y los resultados están a la vista. En la crisis del 2001 cuando se agota el ciclo neoliberal hay en la argentina más del 60% de podres y más del 20% de indigentes, la industria local estaba desmantelada, y los únicos sectores beneficiados por el menemismo y el delarruismo eran el capital financiero e industrial concentrado y los sectores más concentrados del agro representados en la Sociedad Rural, las CRA, etc. La derecha argentina aprendió del proceso democrático que no se logra consenso político sino se muestra una sensibilidad hacia los pesares de los sectores más vulnerables de la sociedad, abandonó el rígido modelo de pensar basado en la libertad de mercado (o por lo menos no lo defiende en público) y se montó en relatos que ponen de manifiesto la necesidad de terminar con la pobreza, y atender a los reclamos de los más necesitados. También ponderó el valor de los medios de comunicación como instrumentos de lucha política y herramienta de construcción de imaginarios colectivos nuevos. Surge la idea del político como tecnócrata, calificado para gestionar el Estado, y omnipresente en los medios de comunicación amigos. Se toman reivindicaciones que basadas en datos existentes son artificialmente creadas por los medios como la inseguridad, la corrupción, la inflación, etc. La base de los discursos de la nueva derecha argentina es no decir nada que manifieste sus reales intereses, montarse sobre la agitación de la emotividad que realizan los medios sobre temas como los enunciados más arriba y no definir, no ya un plan de gobierno, sino ni siquiera medidas económicas aisladas. De lo que se trata es de denostar permanentemente todas las medidas de gobierno, estar en contra de todo, sostener que todo se hace mal, pero sin proponer nada a cambio, sin decir como harían desde su óptica lo que dicen que está mal. Piense el lector, un gobierno que hizo todo mal (cosa que no es así como lo hemos dicho desde estas páginas hasta el cansancio) se podría haber sostenido durante doce años, o la república estaría actualmente en una quiebra total. Esto lleva a que la oposición, herramienta fundamental de gestión de la democracia representativa, no exista, por lo menos en términos de propuesta, y que actúe permanentemente de manera irresponsable, farandulesca e hipócrita. La falta de una democracia representativa legítima, basada en el juego electoral de recambios periódicos, de debate político y de gestión conjunta entre quienes gobiernan y quienes se oponen es una de las mayores dificultades del sistema político argentino y un peligroso camino que nos puede conducir al desastre. Hasta la próxima.

No hay comentarios:

Publicar un comentario