No quisiera ponerme nostálgico, ni parecer un viejo que mira hacia atrás, pero en una conversación con un amigo, en un bar de Rosario, me surgieron algunas imágenes que me gustaría compartir.
Había una vez, hace mucho tiempo atrás, en el siglo pasado, un país muy hermoso, en él su gente vivía muy feliz, casi no existía la pobreza, los indigentes podían contarse con los dedos de la mano.
Eran los tiempos que, en palabras de un viejo caudillo popular, reinaba el fifty fifty, la mitad de los ingresos para los trabajadores y la otra mitad para los capitalistas.
En ese país la gente por las noches se sentaba en las puertas de sus casas, en la vereda y charlaba amenamente de puerta a puerta, los vecinos constituían un gran grupo solidario, y la solidaridad estaba anclada en ese compartir cotidiano.
Cuando a algún vecino le pasaba algo, un accidente, una enfermedad, allí estaba la mano amiga de todos los demás para ayudarlo, poniendo cada uno lo que podía, el auto para trasladar al enfermo, el mas pudiente, el menos pudiente el cuerpo que cuidaba diligentemente al enfermo por la noche, o la banquita entre todos para ayudar a la familia a pasar el mal rato.
Los vecino se conocían mucho porque vivían toda su vida en un mismo lugar, la casa que habitaban la habían adquirido con un crédito hipotecario a cincuenta años que pagaban en cuotas semestrales de cinco o seis pesos, los chicos jugaban en las puertas de sus casas y se convertían en una pandilla de la cuadra, muchas veces se identificaban por el nombre de la calle o por el del barrio, “es Carlos el de Beethoven”, o “vamos a buscar a José el de La Florida”
Los jóvenes no debíamos esperar hasta la mayoría de edad para salir de noche, lo hacíamos desde muy pequeños, y no porque tuviéramos padres desaprensivos o flexibles, sino porque no corríamos riesgos, la calle era segura para nosotros, desde muy chiquitas las nenas se iban a tomar un pinino al centro, y cuando digo muy chiquitas hablo de seis o siete años.
Las fiestas de fin de año eran muy esperadas, había varios motivos, los regalos de navidad y reyes, la posibilidad de tirar cohetes en la calle, de detonar rompe portones o morteros, que eran tubos de metal con un tornillo sostenido por un alambre, se colocaba un poco de pólvora adentro y al golpear el tornillo que se incrustaba en el interior del tubo detonaba con fuerza pero sin riesgo.
Por las noches de la víspera de una fiesta de fin de año, todos los vecinos salían a la calle, colocaban sus mesas unas junto a las otras y ponían encima lo que tenían y todos comían de esa larga mesa comunitaria, escuchaban música, bailaban, se reían, como todo pueblo que es feliz, que siente que es hermoso vivir.
Cuando alguien quería comprar algo y no contaba con el dinero, lo hacía a crédito, pero el aval para dar el crédito era la palabra del comprador, la palabra empeñada era sagrada, era frecuente que la gente dijera, el pobre lo único que tiene es la palabra, no la va a perder por no pagar una cuota.
Había confianza, unos y otros se respetaban y confiaban, como desconfiar del vecino, del paisano de la misma tierra, si mas que un vecino era parte de una gran familia.
Los políticos hacían de la honestidad un emblema, se cuenta que en Santa Fe hubo un gobernador que puso un ministro de economía que desfalcó la provincia, y Crespo, que era el apellido del gobernador vendió su estancia para reponer la plata que el otro había robado, porque él lo había nombrado y era responsable de los actos de todas las personas que nombraba.
No se necesitaban llaves, las puertas que daban a la calle permanecían abiertas y los vecinos entraban a las casas sin llamar, solo un ruido o un grito para avisar al propietario que habían llegado, los ladrones casi no existían, y los pocos que habían eran profesionales, porque era su profesión, y tenían códigos éticos y morales, como no herir a la víctima, hacer el menor daño posible, tratar de robar a los que mas tienen…..
Los trabajadores no tenían la zozobra de poder perder su trabajo en cada momento, cuando una persona entraba a trabajar a una organización lo mas probable es que permaneciera en ella hasta que se jubilara, el empresario sabía que era importante su trabajador y lo cuidaba, y hasta se solía decir que había una mancomuñón entre trabajadores y empresarios. Los dirigentes sindicales todavía eran en un buen número trabajadores, se reconocían como tales y vivían como trabajadores. Algunos gremios prohibían a sus dirigentes incursionar en la política, el sindicalista debía ser sindicalista.
El país era surcado por extensa red ferroviaria que les permitía a todos los trabajadores transitar de un lugar a otro a un costo irrisorio. Había trenes que unían pequeños poblados con las grandes ciudades, se llamaban locales y había cuatro y seis horarios de trenes locales, y rápidos que paraban en algunas estaciones pero que hacían, por ejemplo, el recorrido de Rosario a Bs. As. en tres horas y con una máquina a vapor.
Los sindicatos tenían hoteles de veraneo y todos los trabajadores contaban con la posibilidad de tener vacaciones en diferentes destinos turísticos.
En esos años se recuerda poco la mendicidad callejera, el trabajo infantil, el abuso sexual a niños y adolescentes, el mobbing o el acoso sexual en el trabajo, el burn out, etc., todos síndromes que fueron pensados y relatados mucho tiempo después.
Y hablando de salud, todo trabajador tenía su obra social que le cubría la atención de su salud, tanto en lo que respecta a la consulta médica como a los medicamentos. Era impensado que un ciudadano no fuera atendido como correspondía por no tener recursos, siempre tenía atención en salud, porque si no tenia obra social, los hospitales le brindaban atención médica de calidad, y además estaban abastecidos.
La educación era obligatoria y gratuita desde el siglo XIX cuando se dictó la ley 1420, en el secundario había una amplia red de escuelas secundarias con diferentes terminalidades (bachillerato, mercantil, técnica, profesional) que otorgaban títulos que calificaban para tener buenos empleos, mas aun, muchas empresas reclutaban sus trabajadores de esas escuelas porque la educación media era de calidad y acorde a los requerimientos del mercado laboral.
La universidad era también de excelencia, tanto que los profesionales de ese país cuando migraban eran muy solicitados en los llamados países centrales porque tenían un expertis muy importante en sus profesiones.
Los trabajadores contaban con todos los artefactos que hacían más cómoda la vida cotidiana, los compraban en cuotas en la ferretería del lugar y lo pagaban regularmente.
Un hombreador de bolsa, un peón golondrina, podían ahorrar y comprar un terreno en cuotas y edificarse su propia casa, ladrillo por ladrillo, con el aporte de sus vecino, los que a cambio de un asado pagado por el propietario se reunían para techar la vivienda.
En ese país una vez los militares creyeron que podían hacer mejor las cosas que los civiles y echaron al presidente de la casa de gobierno, ese presidente que había mejorado la vida de sus conciudadanos, se fue a la calle solo y tomó un taxi para irse a la estación a tomar un tren a su pueblo, porque ni auto tenía, el como otros de su partido, no solo no se llevaron nada que no fuera suyo, muchas veces hasta perdieron lo que tenían antes de acceder a la función pública , como aquel presidente que apodaban “el peludo” que también fue desalojado del poder por la soberbia y la avaricia de militares asesinos y civiles ávidos de ganancias corruptas.
Ese país que duró hasta los primeros años de los setenta del siglo pasado ha desaparecido y sus ciudadanos atónitos se miran unos a otros y se preguntan ¿Qué nos pasó?.
Hoy desconfían, sienten recelo de sus vecinos, hay envidia, avaricia, los lazos sociales casi no existen.
Los políticos no solo son corruptos, sino que se jactan de serlo, como aquel presidente que puso a sus amigos en la Corte Suprema de Justicia, generando lo que se llamó una mayoría automática porque aplicaba el per saltum impidiendo que los funcionarios acusados de corrupción fueran castigados, y el muy orondo dijo “que va a haber corrupción en mi país si ningún funcionario fue condenado o está preso”. Durante esos años un sindicalista afirmaba que “para que el país saliera de la crisis debíamos (él como sindicalista y los demás dirigentes sindicales y políticos) dejar de robar por lo menos por dos años”, ese sindicalista que es un empresario rico y famoso por ser un corrupto reconocido que se jacta de ello.
Quino tan sagaz muestra en una viñeta a un político que va recorriendo su casa y dice, “antes tratábamos de ocultar a las manchas, ahora las encuadramos y las exhibimos como blasones”.
Tal fue la corrupción que en una provincia se decía que tras del palacio de un senador había una gran ciudad oculta por el palacio.
Hablamos de inseguridad, pero que nos pasó para que niños jóvenes elijan matar antes que estudiar, robar antes que jugar, violar antes que amar.
Que nos pasó para que el hijo del villero que había podido construirse su casa de material y abandonar la villa, hoy deba pelear y ser un okupa para tener un pedacito de tierra donde edificar su morada y que los demás nos enojemos porque nos dicen que es un criminal que roba la propiedad a los otros.
Que nos pasó para que en varias oportunidades, desde que llegó la democracia hayamos visto saqueos a supermercados de masas hambrientas, o familias comiendo de la basura allí donde la tiran las clases medias.
Porque no solo cambió la economía, la estructura social, cambió nuestra cultura, nuestros v alores, nuestra manera de ser. Hoy soportamos a una prensa canalla que nos miente para defender sus negocios, izquierdistas de ayer hoy defienden los intereses de esa prensa canalla porque les paga buenos sueldos, que nos pasó para que hallamos caído tan bajo.
Se ataca a un gobierno que quiere recuperar el país del cuento, aquel que tuvimos hace sesenta años, en busca de que, de la gran estancia del siglo XIX, de la miseria y la explotación, del deshonor y la mentira, de las oligarquías con olor a bota como les decía Sarmiento.
Es hora de que seriamente nos preguntemos ¿que nos pasó? Para abrir paso a la segunda pregunta ¿Qué podemos hacer?
Hasta la próxima.
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