La Argentina se encuentra en uno de los momentos más difíciles de su historia, no porque este inmersa en una crisis terminal de su economía, sino porque este es un momento de encrucijada.
En otras oportunidades he referido al término crisis desde su real perspectiva etimológica (del latín crisis, a su vez del griego κρίσις) constituye un momento de cambios en cualquier aspecto de una realidad organizada pero inestable. Aunque los cambios que sobrevienen a una crisis pueden ser previsibles siempre conllevan algún grado de incertidumbre en lo referido a su reversibilidad o profundidad. Si los cambios son profundos, súbitos y violentos, y sobre todo traen consecuencias trascendentales, van más allá de una crisis y se pueden denominar revolución.
Las crisis pueden sobrevenir por razones lógicas de desenvolvimiento de una estructura o ser la consecuencia de las decisiones tomadas por un grupo social. Es muy difícil determinar el origen de una crisis y sus causas en el momento en que ocurren, dado que las acciones tomadas no necesariamente se corresponden con los objetivos e intenciones de quienes las toman, y las motivaciones permanecen ocultas tras una parafernalia de escusas y teorizaciones que no tienen relación con lo que está pasando.
Las crisis no son puntuales, a veces duran unos días, meses, años, y su resolución es el producto de un conjunto de factores que concurren en un determinado momento, a veces aun sin la intervención de los actores sociales, y más aún, a pesar de su intervención.
La última gran crisis en argentina fue la de 2001, cuando la agenda neoliberal caducó por la acción de las fuerzas económicas desquiciadas que llevaron a una alta tasa de desempleo (según Clarín del 26/07/2002 en Argentina había 3.036.000 desempleados: el 21,5% de la población económicamente activa. Y la subocupación llegó al 18,6%, esto es 2.630.000 personas o sea 40,1% de trabajadores con problemas de empleo, 5.666.000 trabajadores), secuestro de los ahorros privados de las personas de parte del Estado (el afamado corralito), endeudamiento persistente con el fin de satisfacer gastos corrientes, festival de cuasi monedas (15 provincias emitían sus cuasi monedas por más de 5000 millones de dólares), aumento de la pobreza y la indigencia a niveles inimaginables (52,8 % de pobreza y 22% de indigencia), las reservas del banco central habían casi desaparecido (estaban cerca de los 10.000 millones de dólares) y los ciudadanos salieron a las calles a manifestar su disconformidad con el estado de situación y fueron ferozmente reprimidos por el gobierno radical de De La Rua con un saldo de muchos muertos y heridos en ciudades del interior del país, totalizando 39 muertos como consecuencia de la represión en los dos días (20 y 21 de diciembre de 2001).
La Argentina declaró, a través de sus representantes en el congreso, su quiebra y default de la deuda externa.
En este punto álgido de la crisis neoliberal iniciada en los finales del menemato (Menem gobernó entre 1989 y 1999 en base a políticas neoliberales que continuó De La Rua) destacamos algunos hechos políticos hoy olvidados, pero que tuvieron una gran significación.
En primer lugar, las consignas encarnadas en el pueblo en aquellos días eran “piquetes cacerolas, la lucha es una sola” que definía el llamado de la pequeña burguesía que salió a las calles a batir cacerolas para manifestar su angustia y desagrado ante una política económica que en la bancarrota se apropiaba de sus ahorros, a unir fuerzas con los desamparados sociales integrados en organizaciones piqueteras que venían resistiendo al neoliberalismo desde comienzos de la democracia.
El segundo hecho de relevancia y que va de la mano del “que se vayan todos” es la aparición de las asambleas populares que reunían a ciudadanos enfurecidos que habían decidido deliberar (debatir) por sí mismos la problemática de un país que afectaba profundamente sus condiciones de vida. Estas asambleas se extendieron a diversos puntos del país y si no constituyeron un punto de descarga de una nueva organización política diferente a las tradicionales, y si no prosperaron fue, entre otros factores, fundamentalmente por la acción irresponsable y sectaria de algunos grupos de izquierda que volcaron sus aparatos político-partidario para coparlas, dejando como resultado la rápida extinción de las mismas.
Estos dos hechos pusieron de manifiesto la desconfianza de las masas en los políticos de los partidos tradicionales y la búsqueda de nuevas formas de democracia, fundamentalmente la democracia directa.
Si los partidos burgueses tradicionales pudieron reconstituirse fue porque en argentina no existió nunca un partido revolucionario capaz de organizar la rebelión de las masas en una estructura de consolidación del poder popular y construcción social transformadora. En el decir de Lenin existían condiciones revolucionarias objetivas, es decir, que los de arriba no podían gobernar como lo hacían, que los de abajo no querían seguir viviendo como vivían, y la existencia de una crisis económica objetivamente comprobable, pero que no era posible que se cuestionara el poder burgués porque no estaba presente la cuarta condición dada por Lenin, la existencia de una conciencia revolucionaria en las masas que se expresara en un programa socialista de transformación de la sociedad.
La izquierda no supo, no pudo o no quiso desarrollar un plan de acción unitario y las masas por sí solas no tenían el nivel de conciencia para enfrentar al poder burgués mas allá de la mera confrontación en las calles, en una rebelión condenada al fracaso desde sus inicios.
La que sí tomó nota de lo peligroso de la situación existente fue la burguesía que, a partir de allí, consideró las consecuencias catastróficas de la aplicación del programa neoliberal y decidió realizar un cambio de rumbo diametralmente opuesto tomando como guía la propuesta neo keynesiana.
Al igual que en la Suecia de 1930, el neo keynesianismo aportó las herramientas heterodoxas para salir de la crisis mediante el plan económico de Duhalde-Lavagna primero y de Kirchner-Lavagna después.
Durante doce años la Argentina asistió a una poderosa recuperación económica que impulsó todas las variables hacia arriba con un saldo de un crecimiento (en algunos años) del 8% del PBI anual. A diferencia de las políticas neoliberales que privilegian las ganancias de los sectores más concentrados de la economía, poniendo el énfasis en la regulación del mercado (en la oferta) y la vana ilusión de las masas en la teoría del derrame, el gobierno kirchnerista apostó al mercado interno, al consumo (puso el eje en la demanda) y en una redistribución social que garantizara un cierto nivel de previsibilidad social en el marco de un capitalismo definido por él como “capitalismo con rostro humano”.
No es necesario recordar todos los logros de una década de oro para los sectores más desfavorecidos de la economía (trabajadores, desempleados, marginales, vulnerables) como el aumento en términos reales de las jubilaciones y pensiones y universalización del sistema previsional (casi el 100 % de las personas con derecho a jubilarse obtuvieron ese beneficio), la re estatización de sectores claves de la economía como Aerolíneas Argentinas, AFJP (administrados de los fondos de pensión), de empresas de agua, planes de expansión ferroviaria, digitalización de los documentos de los ciudadanos, ampliación de derechos como el matrimonio igualitario, derecho a la identidad, juicio y castigo a los culpables de delitos de lesa humanidad, mejora de los derechos humanos, aumento de la libertad de expresión a niveles desconocidos en argentina con legislaciones innovadoras como la ley de medios, acceso a la tecnología con el plan conectar igualdad, desarrollo de la asistencia social con planes como la asignación universal por hijo, aumento en términos reales de los salarios de los trabajadores con instrumentos democráticos como las paritarias, disminución de la desocupación a niveles inéditos desde hacía décadas (la desocupación fue cercana al 5% en 2015), mayor acceso al crédito mediante planes como “ahora 12”, acceso a la vivienda y a la movilidad como los planes procrear y procreauto, movilidad de los haberes jubilatorios, recuperación de parte de algunos sectores del 82% móvil (por ejemplo en los gremios docentes) aumento del presupuesto educativo y de ciencia y tecnología que superaron el 6% del PBI, creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología y desarrollo de innovaciones tecnológicas como por ejemplo ARSAT-INVAP, en definitiva una agenda de transformaciones en el marco del sistema capitalista que impulsaron a la Argentina a niveles de vida y desarrollo cercanos a las décadas del 50/60 cuando los argentinos tuvimos el mayor nivel de vida de su historia.
La gran burguesía (las patronales agrarias, el gran capital financiero, los exportadores y los capitanes de la industria entre otros), si bien se benefició con este proceso, estabilizada la situación económica comenzó a trabajar, de la mano de los monopolios concentrados de comunicación (Grupo Clarín, La Nación, Perfil) en un plan orientado a desalojar del poder a la burguesía media y pequeña interesada en el desarrollo del mercado interno, encarnada en el kirchnerismo.
Para ello construyeron una agenda mediática de falsificación de la información, denuncias inconsistentes, ataques infundados, operaciones de prensa llevadas adelante por sus fuerzas de elite, “periodistas” otrora prestigiados como Lanata, Leuco, o simplemente empleados de los monopolios, otrora algunos colaboradores de la dictadura genocida, como Bonelli, Levinas, Longobardi, Van Der Koy, Blanc, Majul, Plager, Bilouta, Wiñazki, etc.
Fueron años de socavamiento de las bases de legitimidad y confianza en un gobierno que en 2011 obtuvo el 54% propio de los votos (Macri obtuvo en primera vuelta un 25% de votos propios) y de la mano de la imposibilidad constitucional de la renovación de mandato de Cristina Fernández de Kirchner, que lograron imponer al candidato del ajuste Mauricio Macri.
Un dato de relevancia, por primera vez en democracia la Argentina tiene un gobierno atendido por sus dueños, la derecha neoliberal llegó al poder mediante los votos y no por cooptación de algún líder populista.
En solo 60 días el ajuste avanzó a caballo de los DNU (decretos de necesidad y urgencia). Se licuaron los salarios con un 50% de devaluación y una alta inflación, se despidieron más de 60.000 trabajadores (estatales y privados), se encarceló líderes populares (como Milagro Sala), se entronizó el clientelismo con contratos millonarios a amigos (como los contratos dados a Caputo), se mejoraron los rendimientos de las patronales agrarias, exportadores y mineras mediante la baja de las retenciones, se reprimió salvajemente a los trabajadores en conflicto (Cresta Roja, Municipales de La Plata, se realizaron allanamientos ilegales contra centros de cultura como el centro de La Cámpora en Olivos o la murga de la villa 1.11.14, se entregó el patrimonio nacional (arreglo leonino con fondos buitres, se pretende poner techo a las paritarias, se ocultó información (por ejemplo no se da más el índice de precios del INDEC), se pretendió nombrar jueces amigos del grupo Clarin (como Rosenkrantz) o de la gran burguesía (Rosatti) a la Corte Suprema de Justicia por decreto, se disparó la inflación (que venía bajando en los último año del anterior gobierno), en definitiva, todas las medidas tomadas por el actual gobierno constituyen una transferencia de ingresos de los sectores más pobres y vulnerables hacia los sectores más ricos de la sociedad,
El gobierno goza de un resguardo mediático basado en el otorgamiento de grandes beneficios a los grupos concentrados de la prensa que ocultan gran parte de las medidas que atentan contra el nivel de vida de los trabajadores y a la vez ha echado o propiciado el despido de periodistas honestos que mantienen la ética profesional y denuncian los atropellos del macrismo como Víctor Hugo Morales, los periodistas de 678 o de Radio Nacional, etc., de manera de garantizar su impunidad informativa anulando las voces críticas.
Estamos en los comienzos de la articulación de una política económica neoliberal de base antipopular. Para poder lograr ello el gobierno del PRO-RADICLISMO ha tejido una intrincada alianza con otros sectores de la política como Sergio Masa del Frente Renovador, sectores de la derecha kirchnerista como algunos gobernadores, políticos afines a la anterior gestión como Uturbey, Bossio, etc., con sectores de izquierda como Donda, Tumini, Santillán, Solanas, con sectores de la justicia como el presidente de la Corte Lorenzetti, y con sectores del sindicalismo como los viejos burócratas sindicales Moyano, Barrionuevo, Calo que rápidamente negociaron prebendas como el manejo de los fondos de las obras sociales a cambio de obediencia en las paritarias que se vienen y de garantizar el control de los obreros en lucha. Solo algunas centrales (en general vinculadas a los gremios estatales muy afectados por el plan de ajuste) se mantienen enfrentadas a Macri, las que extrañamente no fueron invitadas a la reunión del presidente con los gremialistas.
Es decir, asistimos a una reorganización de la gran burguesía que está articulando un plan de ajuste orientado a maximizar sus ganancias a costa de las condiciones de vida de la inmensa mayoría de los argentinos y a la desarticulación de los sectores más atacados por el gobierno del PRO-RADICALISMO, que aún no han enhebrado una respuesta colectiva salvo acciones sectoriales como el paro general de la CTA, las reacciones políticas de sectores de la izquierda o vinculados al anterior gobierno, etc.
Debemos ser conscientes que se instala esta reacción conservadora que pretende un modelo político como el de EE UU., en el que republicanos y conservadores se alternan en el gobierno, pero garantizando la misma base política neoliberal, y que en el caso de argentina sería algo así como la pretendida alternancia del macrismo con el masismo o peronistas de derecha como Uturbey o Bossio, la Argentina retrocederá varios casilleros con su consecuencia de hambre, desocupación, pobreza y represión.
Hasta la próxima
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