viernes, 5 de febrero de 2016

La lucha democrática.


Una de las asignaturas pendientes de la izquierda es su posicionamiento frente a la democracia burguesa. La izquierda ha sido capaz de enfrentar las dictaduras y elaborar agendas para momentos de gran represión política y social, pero frente al desafío del juego de la democracia burguesa sus respuestas han sido, por lo general, inertes. Desde la mitad de la década del 60’ y comienzos de los 70’, los llamados años de plomo, la izquierda en todas sus variantes creció incorporando a miles de jóvenes a sus filas. Por aquella época existían tres grandes bloques de la izquierda que eran denominados izquierda tradicional (Partido Comunista, Partido Socialista Popular) que era el único sector que defendía el tránsito pacífico al socialismo y veía en la violencia un enemigo del propio pueblo trabajador. En una asamblea estudiantil de Rosario un conocido militante del P.C.R. descargo contra este sector una fuerte chicana “Marx dijo, la violencia es la partera de la historia, yo digo, el Partido Comunista los anticonceptivos”. La izquierda tenía una fuerte implantación en los sectores estudiantiles universitarios, donde las representaciones de los particos burgueses (fundamentalmente el radicalismo, como la Franja Morada y la Coordinadora que surgieron de la reunión de la Laguna Setúbal en noviembre de 1968, pero solo avanzada la primera mitad de la década del 70’ comenzarían a tener peso en el movimiento estudiantil las ) todavía no eran un actor político privilegiado en la Universidad. Existe una definición de Lenin en “Acerca de la Juventud” donde dice que la juventud es el sector más sensible de la intelectualidad y caja de resonancia de los conflictos sociales. La universidad de los 60´y los 70´sería el eco sonoro de la alta conflictividad social existente en la Argentina por aquellos años. Frente a la gran violencia institucional llevada adelante por el Estado en manos de dictaduras cívico militares que asolaron a la Argentina a partir del golpe septembrino de 1930 contra Irigoyen la izquierda comenzó a buscar nuevos caminos alternativos a la democracia burguesa que también fue reconvirtiéndose de acuerdo a los nuevos contextos mundiales. En el contexto de la post guerra, con los regímenes totalitarios arrasados y los nuevos vientos del estado de bienestar europeo, el peronismo se constituyó un régimen bonapartista que logró a lo largo de sus 12 años en el poder (1943-1955) realizar profundas reformas sociales que permitieron desarrollar un movimiento ascendente de las clases populares (fundamentalmente los trabajadores, profesionales y pequeños y medianos empresarios) que comenzaron a gozar de un mayor nivel de vida, el famoso fifti/fifti de Perón. Los primeros que se atrevieron a criticar la clásica denominación de fascista al régimen peronista y que adoptaron la categoría de régimen bonapartista fueron los sectores trotskistas (que comienzan a tener presencia en la política de izquierda en Argentina en la década del 40’ con intelectuales como Liborio Justo -Quebracho-, Milciades Peña, Hugo Bressano Capacete -Nahuel Moreno-, Homero Cristali -Juan Posadas-) que para desarrollar este análisis se apoyaron fundamentalmente en la crítica de Marx al régimen de Luis Bonaparte, quien desarrolló una política en la que el Estado pretendía ponerse por encima de los intereses de las diferentes clases sociales y actuar como mediador de los conflictos. Más allá de la polémica sobre el carácter del gobierno peronista, lo que está claro es que el peronismo fue siempre un movimiento policlasista, que bajo una dirección burguesa encaró la reforma del estado y la sociedad logrando importantes niveles de igualación social mediante la aplicación de las teorías keynesianas. Es indudable la simpatía inicial de Perón con el fascismo mussoliniano (estuvo estudiando la organización del estado y el sindicalismo bajo Mussolini en la década del 20’) pero luego de la derrota del nazi-fascismo, Perón viró en su imaginario de la sociedad burguesa y adopto muchos de los elementos que tenía el estado de bienestar que surgió en Europa desde la década del 30 en los países escandinavos y en casi toda Europa a partir del fin de la guerra y con la ayuda del plan Marshall. Si bien perón fue derrocado en 1955, sus políticas fueron continuadas por el desarrollismo de Arturo Frondizi (1958-1962) y también por el gobierno de Arturo Illía (1963/1966), siendo este período uno de los más altos en materia de distribución de la riqueza en Argentina (ver Bonantini C. (1996) Educación y sociedad. Tomo II. UNR Editora. Rosario). Si bien el período de inclusión y crecimiento de la clase media argentina se extiende hasta 1975 (retorno del neoliberalismo a través del ministro de Isabel Perón, Celestino Rodrigo) el lapso de tiempo que va de1955 a 1983 constituye uno de los períodos más ricos de la historia de la izquierda argentina, período caracterizado por la ruptura de numerosos partidos burgueses y de izquierda (peronismo, radicalismo, socialismo, comunismo) dando origen a la llamada izquierda revolucionaria. Del Partido Socialista Argentino que se rompe en mil pedazos surge el Grupo Vanguardia Comunista, y su versión estudiantil, la Tendencia Universitaria Popular Antiimperialista Combatiente (TUPAC) de orientación maoísta. El Partido Comunista que perduró a lo largo del siglo XX, en 1967 sufre una escisión, fundamentalmente de los jóvenes de la llamada FEDE (Federación Juvenil Comunista, FJC) y se crea el P.C. (C.N.R.R), comité nacional de recuperación revolucionaria) cuya versión estudiantil era el FAUDI (Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda) de orientación inicial guevarista pero que luego sumó una orientación maoísta. Algunos partidos trotskistas se sumaron a esta designación de izquierda revolucionaria como Política Obrera dirigido por Jorge Altamira, el Partido Obrero Revolucionario de los Trabajadores (PORT) de Posadas que pretendía crear una nueva cuarta internacional. La izquierda revolucionaria estaba dividida en dos grupos por el eje de la violencia revolucionaria, mientras que los grupos anteriores preconizaban la organización de las masas en el camino a una insurrección popular contra el capitalismo, otros grupos optaron, bajo el influjo de la revolución cubana y la creación posterior de la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad) por emprender la lucha armada contra la dictadura de Onganía (continuando la tradición del Ejército Guerrillero Popular (EGP) liderado por el periodista Massetti (ex director de la agencia de noticias cubana Prensa Latina) y los Uturuncos (de filiación peronista) y buscaron crear organizaciones armadas para la toma del poder. Dentro del grupo genéricamente llamado izquierda revolucionaria, que postulaba la lucha armada a partir de guerrillas urbanas estaban algunas organizaciones peronistas como las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y Montoneros. Todos ellos desarrollaron diferentes formaciones especiales (guerrillas) reconociendo el liderazgo de Juan Perón. Otro Grupo Armado relevante era el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) el combatiente por el periódico que editaba fracción del Partido Revolucionario de los Trabajadores, la otra fracción de igual nombre dirigida por el trotskista Nahuel Moreno se reconocía por el periódico que editaba La Verdad inclinado a la lucha sindical para llegar en un futuro a la insurrección armada de los trabajadores. Finalmente, de la escisión de los grupos que formaban la izquierda revolucionaria surgieron los llamado grupos socialistas que buscaban instaurar el socialismo en argentina sin etapas intermedias (revolución democrática burguesa) mediante un gobierno obrero. La izquierda en todas sus versiones (tradicional, revolucionaria y socialista) tuvieron una presencia muy importante durante las dictaduras que van de 1955 a 1973, donde grupos como el Frente Antiimperialista y por el Socialismo (FAS) fueron capaces de organizar actos que convocaron a más de quince mil militantes, y las formaciones especiales del peronismo, FAR, FAP, Montoneros. llegaron a ser en 1973 organizaciones de masas, convocando una muchedumbre en Ezeiza con motivo de la vuelta de Perón el 20 de junio de 1973. La última dictadura arrasó mediante un régimen de terror con casi todos los objetores del régimen capitalista. Con el advenimiento de la democracia, la izquierda fue incapaz de enhebrar una propuesta creíble y a lo largo de estos más de treinta años (1983 en adelante) nunca constituyó una opción de poder. Es que su carácter espontaneista y movimientista no le permitió superar la etapa infantil de su pensamiento y quedó fijada en un imaginario contestatario incapaz de construir un programa alternativo de gobierno en el marco de la democracia burguesa, como lo hicieron los socialdemócratas escandinavos en la década del 30´. Las masas nunca acompañaron electoralmente a las organizaciones de izquierda durante estos 33 años de democracia representativa, siendo contadas las veces que los grupos de esa tendencia en conjunto superaron el 3 o 4 % de los votos. Las veces que representantes de la izquierda accedieron al parlamento no fueron capaces de hacer uso del mismo y en no pocas oportunidades se fraccionaron dentro del mismo por intereses mezquinos. Podrían desarrollarse muchas razones explicatorias para esta ausencia de representatividad en democracia de la izquierda, pero creo que una de las más importantes es la ausencia de una teoría revolucionaria que piense la lucha democrática, más allá del espontaneísmo de las masas. Pensar la lucha democrática no implica hacerlo solamente en clave política, supone incluir todas las dimensiones determinantes del imaginario democrático, la política, sí, pero también la economía, lo social, lo cultural y lo ideológico. Un sector de la izquierda genéricamente denominada socialista concibió la necesidad de desarrollar la lucha por la máxima ampliación de la democracia y en ese camino tratar de que las masas ganaran en organización y conciencia, pero fue incapaz de sobrevivir a sus propias contradicciones de clase. A mi entender, el problema reside en una concepción paternalista de la izquierda respecto a los trabajadores y sectores populares, es la izquierda la que pretende tomar el poder para dárselo a la clase obrera, de esta manera una vanguardia lúcida de pequeños burgueses organizados en sectas pretende ganar el interés de la clase obrera y tomar el poder mediante la movilización de masas, para una vez instalado en el control del estado comenzar la transformación revolucionaria de la sociedad. La dificultad de esta concepción es que siempre que la izquierda logró alcanzar el poder (Rusia 1917, China 1949, Cuba 1959, etc.) se constituyó en una capa burocrática que lejos de transformar la sociedad, asimiló todas las lacras del capitalismo y mediante luchas intestina se eliminaron unos a otros quedando un grupo enquistado en el poder que lo usó para beneficio propio. Así dieron origen a los llamados estados obreros burocratizados, donde se instalaron dictaduras violentas que conculcaron los derechos de la población y desarrollaron formas de capitalismo monopolista de estado. El esquema de estos “estados obreros burocratizados” naufragó a partir de la década del ochenta y hoy solo quedan en pie algunas dictaduras autoritarias como las de China, Viet Nam, o Cuba, donde un grupo de burócratas ejerce la tutela del pueblo y se mantiene en el poder mediante la represión y el consenso pasivo de la población. Ello no invalida logros alcanzados por este capitalismo monopolista de estado, pero de ninguna manera en ellos se abrogaron los privilegios y se terminó con las diferencias sociales, más aún, en casos como China las diferencias entre ricos y pobres crecieron y en casos como Camboya o Corea del Norte, se cometieron terribles genocidios en nombre de la revolución. Por el contrario, podemos observar que en determinados países capitalistas como los países bálticos la población en general alcanzó un alto nivel de vida en el marco de políticas de desarrollo capitalista y democracia. El problema fundamental de la izquierda, como lo ha demostrado la experiencia de Siriza en Grecia es no contar con una teoría económica alternativa al liberalismo. En los países bálticos se desarrollaron experiencias sinérgicas de administración socialista mediante la aplicación de programas de desarrollo basados en el keynesianismo. Esto permitió que algunos países alcanzaran altos estándares de vida en el marco del estado de bienestar, aunque, justo es reconocer, que no desaparecieron las diferencias sociales, sino que se atenuó la pirámide social. En otras oportunidades he sostenido que los cambios sociales no son producto ni de un líder, ni de un partido, ni siquiera de una generación, el capitalismo tuvo que madurar varios siglos para alcanzar el triunfo de la revolución democrática burguesa sobre el feudalismo y el ancien régimen. Por lo tanto, la búsqueda de un nuevo orden social todavía está en pañales y será necesario mucho tiempo hasta que se logre construir colectivamente una teoría de la transformación social. John Holloway en su libro “Cambiar el mundo sin tomar el poder” sostiene que el problema fundamental de la izquierda tradicional es que trata de cambiar el mundo en el marco de las propias reglas de dominación de la burguesía. La izquierda, sostiene el autor, pretende producir modificaciones en el marco de la política burguesa y ello la lleva a preconizar la lucha por la toma del poder, lo que en la práctica política significa pretender cambiar la sociedad con las mismas herramientas burguesas con las que el capitalismo se sostiene. El piensa en pasar, de la lucha del contra poder, es decir arrebatarle el poder a la burguesía por medios violentos o parlamentarios, a la lucha anti poder, es decir, la búsqueda de lograr visibilidad de los sectores sumergidos y reprimidos de la sociedad y desarrollar en la práctica social un debate entre todos los ciudadanos que lleve a modificar las condiciones estructurales de la conciencia y el imaginario burgués. El cree haber encontrado un ejemplo concreto de su teoría en el movimiento Ejército Zapatista de Liberación Nacional que se orientó más que a la toma del poder a la visibilización de la situación de opresión de los indígenas en Chiapas. En países como Argentina en los que el capitalismo ha logrado un nivel importante de desarrollo y autonomía política respecto a los centros capitalistas mundiales, las demandas de la población tienen una gran heterogeneidad y se corresponden a intereses muy diferentes. En nuestro país aún tenemos relaciones laborales de semi esclavitud (fundamentalmente en los grandes establecimientos agropecuarios explotados por los miembros de la Sociedad Rural Argentina (SRA). Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), CONINAGRO, etc., y una masa de trabajadores informales con bajos sueldos y sin protección previsional, junto a un importante número de trabajadores asalariados, emprendedores, etc., pero es un país en el que las relaciones capitalistas de producción constituyen el modo de explotación hegemónico, un país en el que conviven sectores en situación de vulnerabilidad y hacinamiento junto a nodos de alta tecnología que incluyen edificios inteligentes, alto uso de la informática, millones de celulares, etc. Pero nuestra dificultad es que vivimos en un país de bajo desarrollo democrático. Un sistema educativo obsoleto construye sujetos de la ideología burguesa y no es capaz de configurar una masa de ciudadanos críticos. No existe participación ciudadana en las decisiones colectivas, sino que se ha instituido una llamada “clase política” que funciona a la manera de sistema experto en la gestión del Estado con casi ninguna participación ciudadana en la toma de decisiones importantes para el futuro social. La casi única participación ciudadana se resume en el ejercicio del voto cada dos o cuatro años, luego los representantes hacen lo que se les ocurre sin consultar a los ciudadanos. En América Latina existen países con participación ciudadana como es el caso de Uruguay en el que los ciudadanos son consultados para tomar decisiones trascendentes (por ejemplo, Uruguay no pudo privatizar la empresa de telecomunicaciones porque en el referéndum para decidir el pueblo voto no). Tampoco se ha logrado un nivel de desarrollo del pensamiento crítico y reflexivo y la sociedad argentina se halla colonizada por modos de pensamiento primitivos que tienen que ver con lógicas binarias de amigo/enemigo, con el agravante de existir una fuerte monopolización de los medios de comunicación que repiquetean en la conciencia ciudadana tratando de imponer modelos de pensamiento acordes a los intereses de la gran burguesía. El sistema político es de carácter partidocrático, pero con el agravante de que en todos los partidos burgueses existe la impronta de liderazgos caudillescos que hacen que el programa no sea del partido sino del líder que eventualmente coloniza la organización y la pone a su disposición. Un ejemplo diferente de organización política lo constituye el partido socialdemócrata alemán que en los años setenta construyó un programa político que tenía más de cuarenta páginas, en el mismo se recorrían todas las áreas de gobierno y acción social, el primer ministro socialdemócrata era el líder del partido, pero con la responsabilidad de llevar adelante el programa partidario, no su propio programa acorde a sus intereses individuales o clientelares. En Argentina, salvo honrosas excepciones, el liderazgo es caudillista, alguien llega al poder y somete a las estructuras partidarias y gubernamentales mediante la inclusión en puestos claves de políticos de extrema confianza que a la vez seleccionan colaboradores de extrema confianza. La política tiene una construcción piramidal y verticalista que somete todas las decisiones al mandato del líder antes que al del pueblo. Esta construcción mesiánica de la política posibilita la emergencia de rasgos autoritarios y una corrupción estructural que se ha ido afianzando con el correr del tiempo democrático que se reinició en 1983. Si bien en los últimos doce años de gobierno kirchnerista se logró una notable ampliación de derechos tanto sociales, como culturales o económicos, ello no surgió de un debate profundo en el seno de la sociedad (salvo excepciones como por ejemplo la ley de medios, el matrimonio igualitario) sino por la acción generosa de un liderazgo progresista. El problema de este tipo de liderazgos excluyentes es que cuando desaparece el líder la derecha reaccionaria tiende a revertir los procesos de ampliación democrática que con tanto esfuerzo construyó la sociedad. Creo que debemos pensar en la ampliación democrática como una clave de la construcción social igualitaria, pero con ella sola no alcanza, es necesario realizar acciones enérgicas que involucren el cambio educativo, político y social para poder desarrollar una generación superadora a la actual en materia de autonomía del pensamiento. Ello supone que el cambio educativo, ni empieza en la escuela, ni dentro de ella supone el aumento de la calidad educativa, vista en términos de días corridos de clase. El desarrollo de la autonomía reflexiva y crítica comienza en la familia. En los primeros años de vida el niño desarrolla que Pavlov denominó el reflejo de investigación, la inquietud del infante por reconocer el mundo circundante en base a su propia experiencia exploratoria. Este reflejo es bloqueado por la acción de la familia primero, y de la escuela después, las que se encargarán de abortarlo para desarrollar un sujeto acrítico y consensual que obedezca a los padres, luego a los maestros y finalmente a los patrones sin cuestionar porque debe hacerlo. El ejercicio democrático, cuando va más allá de la mera representación, supone además de la participación ciudadana con el voto o con simulacros de presupuestos participativos que no son tales, la desaparición de la mal llamada clase política, y su reemplazo por el pueblo ejercitando soberanamente su derecho de definir las políticas sociales y económicas, pero para ello es necesario reformar la constitución de manera que el pueblo no delibere ni gobierne sino a través de sus representantes, por una fórmula que establezca que el pueblo no tiene representantes ya que es el quien delibera y gobierna. Es decir, llegar al paradigma griego de la democracia directa donde los ciudadanos ejercitan su poder sin representantes. Por supuesto que ello supone un cambio de conciencia que no se dará en un día, o un año, y que tal vez lleve mucho tiempo, por medio de un proceso en el que los ciudadanos se empoderen sobre la base del pensamiento crítico, cooperativo, solidario, igualitario y reflexivo. En ello la educación tiene mucho que ver, pero no como sistema reglado y graduado, dotado de jerarquías que reproducen las relaciones de poder dominantes que dividen a la sociedad entre opresores y oprimidos, sino un sistema donde el maestro sea tan solo un coordinador técnico de un proceso de apropiación del conocimiento realizado por un colectivo autónomo de alumnos. Si somos capaces de instituir nuevas relaciones sociales en un proceso de cambio instituyente que transforme las relaciones verticales de convivencia en un modelo transversal que involucre a todos los actores sociales estaremos asentando las bases de la sociedad futura. Sino la noche de los tiempos espera agazapada. Hasta la próxima.

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