Nuestra vida, vista desde un determinado ángulo, es una sucesión de toma de decisiones. Cuando salimos a la calle, cuando cruzamos una esquina, cuando manejamos un auto, cuando hacemos una compra, en cada momento estamos decidiendo.
Hay decisiones cotidianas y grandes decisiones que comprometen nuestra vida futura. El problema es que cuando tomamos una gran decisión o una pequeña no siempre lo hacemos con el conocimiento milimétrico de cuáles serán sus consecuencias.
Tampoco somos conscientes en un ciento por ciento respecto a los motivos por los cuales tomamos una decisión y no otra, aun cuando en una intersección de calles decidimos tomar por un camino a veces no sabemos porque tomamos ese y no otro.
Podríamos decir que existen dos concepciones respecto a la toma de decisiones, una está basada en lo que se llama el libre albedrío que definiría que nuestras decisiones son un producto exclusivo de nuestra conciencia.
El libre albedrío o libre elección es una creencia sostenida por ciertas doctrinas filosóficas que preconizan que los humanos pueden elegir y tomar sus propias decisiones. El libre albedrio se encuentra vinculado a las ideas religiosas, muchas religiones han apoyado dicha creencia, ya que según ellas el ser humano tiene el poder de elegir y tomar sus propias decisiones. Para las religiones en general y para el cristianismo en particular, Dios dotó al hombre de la capacidad de elegir el camino.
El concepto es comúnmente usado y tiene connotaciones objetivas al indicar la realización de una acción por un agente no condicionado íntegramente, estando su acción ligada a factores precedentes y subjetivos que hacen que la percepción de la acción del agente sea inducida por su propia voluntad.
Como vemos desde esta perspectiva cada decisión que tomamos es un producto de nuestra acción deliberada, consciente.
Frente a este punto de vista se yergue la crítica impugnadora que parte de considerar que somos seres socialmente situados y que por lo tanto cuando tomamos una decisión, lo hacemos en función de un conjunto de factores que pueden ser o no ser conocidos por quien toma la decisión.
Muchas de nuestras decisiones las tomamos aun sabiendo que pude acarrearnos problemas o inconvenientes, a veces tenemos que optar entre dos decisiones y elegir aquella que consideramos menos mala.
En la película “La decisión de Shopie” la protagonista, que se encuentra en una estación de ferrocarril donde se transportan prisioneros que serán llevados a los campos de exterminio, ante la exigencia de un oficial nazi se ve en situación de decidir cuál de sus dos hijos salvará y a cual condenará a una muerte segura en un campo de concentración (los hijos son un niño y una niña), primero se niega e implora diciendo que no puede tomar tal decisión, pero ante la orden del militar de que se lleven a los dos niños, la madre entre gritos y sollozos de angustia y dice “que se lleven la niña, que se lleven la niña”.
Podemos realizar mil y una interpretación de porque la madre decide condenar a la hija y salvar al hijo, pero lo real es que cualquiera de las dos decisiones eran letales, esta madre se encuentra en un campo de poder en el que ella puede decidir salvar a uno de sus hijos, pero a la vez otro poder determina que el hijo no salvado debe morir.
Decidir es un término latino “decidere” que significa separar cortando, es un vocablo compuesto por el prefijo de (de, dis) que significa separación y el verbo caederé que es pegar, cortar. Su significado más preciso sería cortar separando, cortar selectivamente. Esta palabra tiene una carga imperativa, decidir es optar por uno de los puntos en debate. Otra palabra, elegir, no tiene esa connotación tan imperativa, ya que se puede elegir sin optar, “elijo la amistad”.
Por lo tanto estamos ante un término muy fuerte que nos compulsa a escoger un camino desechando otros.
No siempre las decisiones se toman pensando en el bien común, ni tan siquiera en el bienestar familiar. Las decisiones pueden ser individuales o colectivas. En las decisiones individuales, aquellas que el sujeto toma en soledad, debe soportarse una carga mucho más pesada ya que la responsabilidad de la misma compete solo al sujeto individual. En cambio en las decisiones colectivas esta responsabilidad es repartida entre varios actores.
Por lo tanto tenemos diversos tipos de decisiones, pequeñas y grandes, nimias y determinantes, individuales y colectivas, cotidianas y estratégicas.
Por otra parte la importancia de las decisiones también se evalúa por diversos parámetros, a quienes afectan, que consecuencias conllevan, que campo de libertad tenemos para tomarlas, que conocimientos tenemos sobre sus efectos, etc.
En todos estos tipos de decisiones el que decide debe poner en juego una serie de valores y conocimientos.
Somos responsables de nuestras decisiones, aun de aquellas que tomamos en situaciones problemáticas o dilemáticas. Solo que las responsabilidades no son equivalentes en todos los miembros de la sociedad. En una organización la responsabilidad de los operarios no es igual que la de los supervisores o de la dirección de la empresa. Mientras que los primeros pueden decidir sobre aspectos operativos puntuales, en la medida en que se asciende en la escala jerárquica aumentan las responsabilidades y consecuencias de las decisiones que se toman. Una mala decisión de un operario a lo sumo causa un trastorno en la producción, en cambio una mala decisión de un CEO de una organización puede llevar a la quiebra de la empresa y afectar el destino no solo de quienes trabajan en ella, sino de quienes tienen relación con ella y más aún, muchas veces del conjunto social del que la empresa es tributaria.
En el campo de la política esta cuestión adquiere caracteres más determinantes. Un funcionario del Estado (presidente, ministro, legislador, etc.) cuando decide lo hace poniendo en juego un patrimonio que no le pertenece y que administra eventualmente, y por otro lado, sus decisiones afectan a sectores muy amplios del espectro social.
Las decisiones que se toman a nivel de gobierno (sean estas del oficialismo o de la oposición) nos afectan a todos, y no son más responsables los oficialistas que los opositores, porque, en una democracia, los opositores son parte del sistema de toma de decisiones, Massa, Macri, Binner, no pueden decir que las cosas van mal en el país porque el gobierno toma malas decisiones, porque ellos participan de la maquinaria de toma de decisiones, aun cuando pierdan una votación.
Pero peor aún, en nuestro país los políticos opositores actúan tomando decisiones que no son producto de evaluaciones serias de los elementos de juicio, sino que se trata de decisiones espasmódicas, si el gobierno propone algo ellos se oponen, desde hace muchos años no vemos que un opositor acompañe una decisión del gobierno.
Entonces, el razonamiento simple nos lleva a pensar que este gobierno no ha tomado ni una medida que sea positiva, y si es así, ¿los argentinos somos tan estúpidos que votamos a un gobierno de incompetentes? Porque, que yo sepa el oficialismo ha ganado tres elecciones presidenciales, muchas de gobernadores, más de intendentes, diputados y senadores, etc.
En muchas cuestiones se ha votado por la negativa sin conocimiento de lo que se trataba, o por mandato del principal político de la oposición (Magneto el CEO de Clarín) y su perro faldero Lanata. También tenemos el caso de defensa a ultranza a quienes les dan espacio en los medios. Por ejemplo cuando el gobierno actúa contra una corporación que comete actos delictivos, como es el caso del AFSCA con la adecuación del grupo Clarín, los opositores ponen el grito en el cielo porque se ha tocado a su amo y señor.
Otras veces actúan irresponsablemente como en el caso de quienes exigieron que nos sometiéramos como país al salvaje, corrupto e irracional fallo del juez títere de los fondos buitres (Griesa) y pagáramos la deuda tal como dice el juez.
Otros prometen el oro y el moro si son gobierno como derogar el impuesto a las ganancias y las retenciones al agro sin decirnos como van a financiar el Estado.
Está el caso de quienes dicen que van a revisar (eufemismo por derogar) todas las leyes promulgadas en estos doce años, es decir van a volver al saqueo de la jubilación privada, anular el matrimonio igualitario, la ley de medios, la asignación universal por hijos, la estatización de Aerolíneas e YPF, etc., etc.
Decidir no solo es hacer, decidir es tomar partido también, por sí o por no. Quien decide no debe ver solo el presente o el futuro inmediato, debe tener, sobre todo si pretende gobernar, un horizonte de visibilidad, capacidad crítica y espíritu de cooperación, cosa que muchos políticos de nuestro país carecen en absoluto.
Hasta la próxima.
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