viernes, 13 de diciembre de 2013
El sentido de la vida.
Uno de los problemas fundamentales en la existencia humana es el sentido de la vida.
A lo largo de miles de años se han ensayado diversas respuestas orientadas a otorgar alguna razón a nuestro paso por este planeta.
Quisiera comenzar este diálogo imaginario con el lector haciendo una apuesta fuerte. Digo fuerte porque en ella tomo como punto de descarga una afirmación que va a contrapelo de todo aquello que durante miles de años ha intentado desarrollar el pensamiento filosófico reaccionario. Mi apuesta se fundamenta en que el sentido de la vida reside en que la vida no tiene sentido. La vida es un devenir desordenado que avanza por el territorio del tiempo buscando los puntos de mayor facilidad de desplazamiento, como el agua desciende de la montaña, imparable, pero sin un plan pre determinado.
Los sentidos que a los largo de la historia se le han otorgado a la vida tienen que ver con la ideología, es decir con el manto justificatorio que los sectores dominantes en las distintas sociedades construyeron para legitimar su dominio.
De lo que se trata es que el vasallo reconozca su destino y acepte el vasallaje.
La pregunta que surge cuando nos colocamos en este punto de mira es, ¿y que obtiene el vasallo por su sometimiento?
Porque no es un enigma el sentido de quien otorga sentido, tiene respecto a su otorgamiento, una búsqueda de legitimación de su dominio tratando de evitar la rebelión del esclavo.
Pero porque el esclavo acepta ese sentido, que por otro lado no es un sentido propio, que tenga que ver con su propia praxis en la vida, ya que no es una producción autónoma del dominado, sino una significación heterónoma, es decir una producción de significado que se realiza por fuera de la práctica social del dominado.
En un trabajo que ya hemos citado desde estas páginas, Castoriadis nos rebela una visión de la famosa historia de Prometeo, en este relato, el Dios otorga un saber (significado en el fuego) a unos seres fundamentalmente inhábiles para la vida como lo eran esos seres monstruosos, pre humanos, que vagaban por el mundo sin ningún sentido. El saber que Prometeo les otorga es la conciencia de la muerte, la muerte no como fin, sino como límite.
En la medida en que el ser humano reconoce el límite de su existencia sabe que su tiempo es escaso, pero a la vez crece en él la angustia por su desaparición. La angustia de muerte constituye uno de los factores más desagradables que el un ser humano pueda experimentar.
Si el lector realiza un simple ejercicio podrá comprender más lo que intento transmitir. Ubiquemosno en un punto imaginario de nuestra existencia, esa ilusión transitoria que nos permite pensar que el tiempo puede ser contenido en un momento que se constituye en el instante más importante de nuestra vida. Pero cuando pensamos en ese momento, el presente, inmediatamente ese presente se transforma en pasado de un nuevo presente, y así establecemos que el presente, en un sentido agustiniano, no es nada más que una delgada línea que separa el pasado del futuro, el presente es solo ilusión de perdurabilidad, mientras podemos estar en el presente quiere decir que perduramos.,
Primera acotación, si el presente es momentáneo, tenemos que establecer una manera de condensarlo en nuestro imaginario para poder superar la idea de devenir permanente que erosiona todo lo que poseemos, pensamos o consideramos.
Ahora bien, desde ese presente podemos reconocer y reconocernos en una historia que nos antecede y que ilusoriamente consideramos que da sentido a nuestra vida, porque la historia es retrospectiva, es una mirada hacia atrás, y en ese atrás podemos vernos en todo nuestro desarrollo, desde que nacemos hasta el punto que el que hoy estamos reflexionando.
Y más aún, podemos superar el límite de nuestra existencia, porque cada versión de la historia construye una forma de conciencia socio histórica desde la cual podemos “saber” sobre acontecimientos que están más allá de nuestra inserción en el mundo. No solo conocemos el devenir de la historia por nuestra experiencia, lo conocemos también con la experiencia de otros que nos anteceden y que plasman a la misma en sus relatos históricos.
Entonces podemos “conocer” el origen del universo, el origen del hombre, el origen de las sociedades. Según el punto de vista teórico al que adherimos tendremos diferentes relatos de ese devenir.
Segunda acotación, cada relato de la historia no es ingenuo, es una construcción ideológica que trata de fundar el presente en el pasado y de esa manera legitimar las relaciones de dominio que existen en este presente.
Veamos un ejemplo, el origen de la humanidad puede residir en un Dios creador que de la nada creo el mundo, al hombre y a la mujer o en una evolución constante de un universo que no tiene principio ni fin, que es infinito pero que tiene límites, tremenda paradoja, difícil de entender.
Pero ese ser imaginario, que es todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, y constructor tanto de los males como de las bondades del mundo, no es un ser que se ha revelado a los hombres en forma inmediata, de su existencia tenemos señales que solo los eruditos religiosos pueden descifrar.
Lo que esos eruditos construyen no es más que un mito, un mito que busca otorgar sentido a la vida, y que ese sentido comulgue con las relaciones de opresión que encontramos en la estructura social.
El razonamiento religioso invierte el orden del desarrollo, pone en el frente la figura de un ser todopoderoso que creo el hombre y todo lo existente, y en realidad es el hombre el que creo el ser todo poderoso como modo de conseguir, primero una justificación de todo aquello que no podía comprender, y segundo, en una demarcación que estructura el paradigma religioso, estableciendo las fronteras de lo que es la “verdad” de aquello que no lo es, y otorgando a ciertos elegidos la posibilidad de revelar la verdad que se encuentra en las “sagradas escrituras” que de sagradas tienen poco y mucho de escritura humana. A la angustia del hombre y su finitud, el pensamiento religioso otorga un bálsamo para calmar el dolor de la inexistencia, pero la medicina no solo se orienta a mitigar el dolor, también prescribe un tratamiento, un recorrido del hombre que se funda en la ética y la moral de dominación, y según la cual, si aceptamos humildemente nuestro sometimiento podremos acceder a otra vida, que nunca se sabe cuál será, pero que se vende como maravillosa. El marketing de las ideas religiosas es fantástico, nos venden una ilusión con un hermoso packaging que la hace aparecer como una realidad, y más aún nos libera de la angustia de la desaparición, aunque nadie ha regresado de ese mundo fantástico creado por la ilusión religiosa para comentarnos su experiencia en el reino de Dios.
En el pensamiento religioso el sentido de la vida tiene un corte abrupto, no se trata de la posibilidad de poder pensar el futuro, sino de dar un salto imaginario de una dimensión corruptible y efímera para pasar a la perennidad de la perfección absoluta.
Obstruye el dolor que sentimos por no poder pensar la evolución posterior a nuestro límite superior, más allá de nuestra propia existencia hacia adelante.
Tercera acotación, no es necesario hablar del pasado, porque ese es un relato que podemos manipular desde las diferentes vertientes de pensamiento, y no podemos significar el futuro porque como no existe no podemos conjeturar hacia dónde va, y por lo tanto, el futuro no puede estar puesto en una línea de continuidad que prosigue al pasado y al presente, sino en una ruptura que lo ubica en otra dimensión, que no es material sino espiritual, que no está en la tierra sino en un punto imaginario, en un reino imaginario creado por las construcciones religiosas.
Tal vez deberíamos preguntarnos porque disquisicionar sobre el sentido de la vida y la construcción filosófica alrededor del mismo y simplemente reflexionar acerca de que el verdadero sentido de la vida reside en vivirla, en aceptar el devenir y la fluicción y reconocer en el goce de cada momento la función importante de nuestra existencia. Reconocer que ese goce se relaciona no solo con los placeres mundanos sino también con el compromiso histórico de cada generación de disputar los territorios de sometimiento, y con la herramienta del pensamiento crítico tratar de sostener también nosotros una ética y una moral diametralmente opuesta, ya que en lugar de orientarse a aceptar la dominación, debe buscar obtener cada día un pedazo más importante de territorio liberado en la sociedad, en su cultura y en la subjetividad social.
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