viernes, 12 de julio de 2013

La política en tiempos bizarros.

Comencemos por ponernos de acuerdo en los términos, etimológicamente política proviene del latín “politicus” y ésta del griego “πολιτικός” (“politikós”), que significa “de los ciudadanos” o “del Estado”, siendo el adjetivo de “πόλις” (“pólis”) que significa “ciudad” pero también “Estado” ya que la ciudad en la Grecia clásica era la única unidad estatal existente. El término hace alusión a las ciudades griegas que formaban estados donde el gobierno era parcialmente democrático. Cabe señalar que es en esta cultura donde intenta formalizarse esta necesidad humana de organizar la vida social y los gobiernos desde tiempos ancestrales. Conceptualmente, la política sería una actividad social orientada a la toma de decisiones de un grupo para alcanzar ciertos objetivos. También puede pensársela como una forma de ejercer el poder, intentando resolver o minimizar los conflictos de intereses antagónicos que se producen en el seno de la sociedad. La utilización del término ganó popularidad en el siglo V a.c., cuando Aristóteles desarrolló su obra titulada justamente “Política”. Por lo tanto la política comprende una acción socialmente determinada, colectivamente ejercida por diferentes grupos que confrontan sus respectivos proyectos de cómo organizar la sociedad. Para llevar adelante sus proyectos los ciudadanos se agrupan en partidos, es decir colectividades de ciudadanos con ideologías compartidas y métodos y técnicas consensuadas para lograr sus objetivos. Para el marxismo el término “partido” es de una enorme importancia, por cuanto presupone que alrededor de él se organizan los intelectuales revolucionarios que responden a los intereses de transformación de la clase obrera. Gramcsi afirmó que los intelectuales respondían a los intereses de las diferentes clases, en general todos los seres humanos son intelectuales, pero solo una fracción de estos vive de sus habilidades discursivas. De estos, solo una parte se agrupan en los partidos, son los que Gramcsi denominaba los intelectuales orgánicos, que se reunen para defender los intereses de clase. En la dinámica política encontramos intelectuales orgánicos de las diferentes clases que pugnan en una sociedad (burguesía, campesinado, obreros, pequeña burguesía, etc.) Considero que un momento importante de la política es la revolución francesa, en la cual los partidos se agruparon en defensa de los intereses de las diferentes clases sociales. Los Girondinos y los Jacobinos, con Danton como cabeza de los primeros y Robespierre de los segundos, expresaban a las distintas fracciones de la burguesía (la naciente burguesía industrial, el burguesía comercial, pequeños propietarios agrícolas, los pequeños burgueses de las ciudades -fundamentalmente los profesionales-). Los sectores más radicalizados, los sans culotes que se integraban con trabajadores independientes, pequeños comerciantes y artesanos (carpinteros, sastres, etc.) tenían como cabezas visibles a Jacques René Hebert y Jacques Roux eran el ala izquierda de la revolución, más allá de ellos estaban los pobres que ni siquiera eran ciudadanos por no poseer bienes que los acreditaran como tales. Estos sectores tenían programas muy definidos que se expresaron en las consignas de la revolución, mientras la burguesía luchaba por la libertad dando origen al liberalismo político y económico, los desposeídos se encolumnaban tras la igualdad. Estos dos programas continúan vigente en las agendas políticas de la modernidad. Durante el siglo XIX las diferentes clases y sectores de clase que interactuaban en la sociedad construyeron distintas propuestas de organización. En general podemos decir que en este convulsionado período de la historia de Europa los partidos se agruparon en torno a dos grande categorías, los partidos burgueses y oligárquicos y los partidos obreros y pequeños burgueses. Los primeros constituyeron los programas liberales que sostenían el interés de acumulación capitalista de la burguesía que avanzaba a paso veloz y firme en la construcción de su hegemonía de clase en todo el mundo “civilizado”, los segundos se organizaron en la agenda de las luchas obreras y comenzaron a definir el programa socialista de transformación social. Mientras esto ocurría en Europa y EE.UU. la Argentina, a lo largo del siglo XIX, soporta una larga guerra civil. En nuestro caso no se trata de enfrentamientos interclases, sino solo de una disputa de la burguesía, que, a partir del lustro que va de 1810 a 1816 decide tomar en sus manos la gestión de las Provincias Unidas del Río de la Plata sacudiéndose la tutela del Rey de España. A lo largo de todo el siglo podemos observar largas contiendas armadas entre dos sectores de la burguesía, la burguesía ganadera de Buenos Aires y del Litoral, aliada a la burguesía comercial porteña que enfrenta una serie de tareas programáticas para consolidar su poder territorial. En primer lugar debe confrontar con los caudillos provinciales que representaban los intereses de las economías artesanales del interior que pugnan en la vana tarea de sobrevivir a la modernización capitalista y las oligarquías territoriales atrasadas. En segundo lugar debe lograr la unión nacional con un solo gobierno central para poder desarrollar su proyecto agrícola ganadero. Esa unión que se logra en la batalla de Caseros y se consolida después del combate de Cepeda el 23 de octubre de 1859 a pesar de la derrota de la burguesía porteña, en el mismo las fuerzas de la Confederación derrotan al ejército de Bs. As., con lo cual se consolida Argentina como país mediante la incorporación de Bs. As. a la confederación tras la firma del pacto de San José de Flores. El tercer punto de la agenda de la burguesía porteña, que se consolida en el poder tras la derrota de Urquiza en Pavón a manos de Mitre el 17 de septiembre de 1861, consagrando la integración definitiva de Bs. As. a la República Argentina como estado dominante, rasgo que conservará a lo largo de todo el siglo XX, es la conquista del desierto. Desalojando a los pueblos originarios de sus tierras mediante una política de conquista y genocidio brutal la burguesía extiende las fronteras nacionales hasta el rio Colorado ganando la Patagonia que en esos tiempos era deseada por los chilenos. Mediante el fraude y la represión la burguesía completa su programa socio económico y establece el dominio a lo largo y lo ancho del territorio. Recién el 10 de febrero de 1912 con la sanción de la Ley Sáenz Peña de sufragio universal, secreto y obligatorio el país comienza a transitar el lento y escarpado camino de la construcción de una democracia moderna representativa y federal. Pero a lo largo del siglo, que es notable en la cantidad de reformas democráticas, se va construyendo una cultura de liderazgos caudillistas que está representada en la conformación de grandes movimientos de masas en lugar de partidos burgueses modernos. El primero de estos movimientos es la Unión Cívica Radical que a lo largo de las tres primeras décadas del siglo XX construye una representación política reformadora con base en la pequeña y media burguesía del campo y de la ciudad bajo el liderazgo de su caudillo Hipólito Irigoyen. El segundo gran caudillo será Juan Domingo Perón que en la década del 40 y comienzos de los 50´funda un movimiento popular que perdura como actor central de la política argentina hasta nuestros días. El radicalismo que tras la muerte de Irigoyen se constituye en un intento de partido burgués liberal, no logra competir con el peronismo. Ambos movimientos son los representantes de la burguesía pequeña y media ligada al mercado interno, mientras que la gran burguesía agraria e industrial financiera se organiza alrededor de “entidades gremiales” como la Sociedad Rural, Coninagro, C.R.A. y la Unión Industrial Argentina, etc., pero sin representaciones políticas, por lo que para la defensa de sus intereses utiliza el brazo armado de la burguesía, el ejército, como su partido del sector de clase. En la segunda mitad del siglo XX asistimos a un enfrentamiento entre dos sectores burgueses, los unos accediendo al poder mediante elecciones, los otros gestionando el aparato del estado mediante golpes cívico-militares. Ambos sectores tienen una agenda programática muy definida y se diferencian notablemente, la gran burguesía agraria, industrial y financiera vinculada fundamentalmente al mercado externo pugna por la apertura de la economía, la subsidiariedad del Estado y el mercado como regulador de la vida social y económica. La burguesía media, pequeña y la pequeña burguesía ensayan acciones de un proyecto nacionalista, estatista, que busca ampliar el mercado interno, dotar al Estado de mecanismos reguladores y atendiendo a urgencias sociales de los sectores más vulnerables. Los primeros se apoyarán en los organismos de crédito internacionales y tendrán como teoría económica de referencia al neoliberalismo que toma fuerza luego del consenso de Washington, con la constitución de la Trilateral Comisión y el desarrollo de las ideas económicas neoliberales de la Escuela de Chicago. Los segundos impulsarán políticas apoyadas en el neokeinesianismo, con un fuerte sector estatal, proveyendo al mismo con mecanismos reguladores muy potentes. Este esquema que funcionó con cierta claridad tanto en las propuestas económicas como en las representaciones políticas entra en crisis en la última década del siglo XX cuando los movimientos populares como el radicalismo y el peronismo son colonizados por las propuestas de la gran burguesía y la teoría neoliberal. El menemismo no es otras cosa que el abandono, de parte de la gran burguesía, del partido militar, la abdicación de gestionar por la fuerza y el intento de modernizar la democracia argentina gobernando la gran burguesía con la complicidad de políticos populares como Menen, Duhalde, Sanz, etc. Durante toda la década se instala en el país el imaginario neoliberal del uno a uno, con la ilusión de que un peso podía valer un dólar, se rematan las empresas públicas, se realiza un potente ajuste neoliberal que sume a la población en la pobreza, la indigencia, la desocupación, culminando con los hechos trágicos del 19 y 20 de diciembre de 2001 con la caída del gobierno neoliberal del radical Fernando De La Rúa. El kischnerismo vuelve a instalar algunas ideas que tratan de revivir el proyecto de la pequeña y mediana burguesía, pero solo lo hace desde una perspectiva neokeynesiana sin construir un proyecto global de país. El error que comete es la tentación del liderazgo caudillista que no confía en la participación activa de las masas y que basa el poder en un conductor del movimiento (el caudillo: Kirschner, Fernández de Kirschner) pero sin una estructura participativa basada en la democracia como sustancia y no como procedimiento. Pero el dato nuevo es que la política deja de ser lo que debía ser y se constituye en una confrontación de personalidades sin un proyecto acabado. Los gobernantes ganan las elecciones en base a su carisma y no a un programa de transformaciones y una vez instalados en el poder actúan secundados por un ejército de amanuenses y alcahuetes que les rinden pleitesía. En el campo de la oposición la situación es peor aún, la falta total de ideas y programas lleva a los políticos a rejuntarse en una amalgama viscosa y sin principios donde los enemigos de ayer son íntimos amigos de hoy en alianzas que solo duran el hasta el día de las elecciones. Por detrás de la escena las corporaciones fogonean estos enfrentamientos estériles, sin contenidos para poder utilizar el poder que les da la propiedad de los medios de comunicación y la concentración económica y territorial que les permite comprar las voluntades de eso que no son más que harapos de políticos sedientos de unos minutos de popularidad en la televisión o en la radio, pero con una militancia política sin principios, sin programa y sin ideas. Es la política en tiempos bizarros. Hasta la próxima.

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