martes, 15 de mayo de 2012

Trabajo y felicidad en el capitalismo


Este trabajo es una presentación realizada e un Taller en Córdoba, se presentaba un libro de Christian Baudelot y Michel Gollac  ¿Trabajar para ser feliz? La felicidad y l trabajo en Francia de Editorial Miño y Dávila.
La pregunta que formulan los autores es muy interesante, pero a la vez complicada, porque reúne en su enunciado dos cuestiones que en la sociedad de las TICs son sumamente complejas.
Creo conveniente aclarar que el libro contiene una primera parte teórica donde interpela no solo al trabajo, y a la felicidad, y que constituye una invitación al debate dentro del campo delimitado por la investigación realizada en Francia, y que buscó obtener datos sobre la sensación de felicidad en el trabajo de los franceses.
El trabajo de investigación fue realizado sobre datos de la Encuesta Permanente de Condiciones de Vida de los Hogares (EPCV) en 1997 que efectúa el INSEE (Insttut National de la Statistique et des Etudes Económiques).
Comenzaré mi análisis desde un punto que considero seguro, que es el de la razón etimológica de las palabras.
Etimológicamente, entre los latinos, feliz venía de felix que significa fecundo, y se relaciona con el verbo felare que es chupar o mamar, es decir que se vincula al acto de amamantamiento,  en griego el término  para designar a la felicidad es eudaimonia que se usaba para expresar bienestar, felicidad, buena fortuna, abundancia. La palabra es compuesta, tenemos eu que significa bien y daimón, daimono (luego derivaría a Daimoio (demonio), eudaimón es quién tiene un buen espíritu o buen ánimo, en definitiva un buen dios.
Por lo tanto la palabra felicidad es una acción activa que privilegia el dar sobre el recibir y que se relaciona con placeres ancestrales en la vida humana o con la cercanía a la divinidad.
La felicidad sería pues un estado caracterizado por la sensación de bienestar que evoca momentos prototípicos de la vida de un sujeto.
En la sociedad contemporánea, basada en el consumo, la felicidad se relaciona más con la posesión gratificante de bienes que con el bienestar mental y físico.
De todas maneras subsisten formas arqueológicas de representación que remiten a la idea medieval de la felicidad anclada a la vida celestial, como correctamente se señala en el libro, y de la misma como estado de plenitud psicofísica, que acerca la idea a la de la salud.  
Podemos tomar un camino de análisis de la relación de la felicidad con el trabajo en el que, cuanto menos, veamos que constituye un relación de ambigüedad y ambivalencia.
Si bien, en las respuestas al cuestionario aplicado por Baudelot y Gollac, aparecen indicadores que participan de la relación entre felicidad y trabajo (tener trabajo, que mi hija encuentre trabajo, tener salud, dinero, amor, familia, etc.) creo que estamos ante un concepto que podríamos decir que es un falso amigo, ya que, a mi entender estas vinculaciones aparecen porque el trabajo es, en la sociedad capitalista, el medio que poseen los proletarios para poder obtener los recursos que satisfagan sus necesidades más elementales.
Y este es el punto en el que me propongo interpelar al texto, formulando una nueva pregunta, tantas veces escuchada en la vida cotidiana: “Trabajamos para vivir o vivimos para trabajar?”.
Una digresión, se comenta que Ángela Merkel hizo referencia a que los alemanes trabajaban más horas que los españoles y que en ello residía una de las razones del mayor bienestar de los alemanes. Cuando su interlocutor le señaló que los españoles trabajaban más horas, Merkel dijo “entonces es peor de lo que pensaba” (es decir, en ese momento ella pensó, no son vagos, son inútiles).
La concepción de vida de los alemanes se teje alrededor de la noción de esfuerzo y eficiencia permanente, el alemán (en el decir de los españoles) trabaja sin resuello once meses y en el duodécimo ser emborracha con cerveza, que le sirven con eficiencia cantineros, en las ciudades balnearias ibéricas.
Como es de público conocimiento, la palabra trabajo proviene de un instrumento de tortura, el tripaliari, que era el aspa en el que se ataba al esclavo para azotarlo. A lo largo de la historia, las clases sojuzgadas han utilizado términos que remiten al sufrimiento para designar al trabajo, el yugo, el laburo, o términos que remiten a lo que el trabajo asalariado representa para el trabajador, es decir vender su cuerpo (fuerza de trabajo diría Marx) por dinero, no es casual que en nuestras fábricas trabajar, y perdonen el término, cuando se habla de ir a trabajar, se dice “vamos a poner la concha” utilizando una metáfora que alude al desempeño de las meretrices.
Los griegos y los romanos denostaban el trabajo manual, para ellos trabajar con la manos, con materias corruptas significaba corromperse y además una humillación, por ello tenían un ejército de esclavos que hacían esas tareas que para ellos eran denigrantes.
Hoy en argentina existen émulos de esos ancestros de la humanidad que ven al trabajo como algo sucio, a lo que ellos no se acercan, son las clases privilegiadas que viven de la renta y usufructúan el esfuerzo de los demás.
En este punto de las reflexiones que el libro motivó en mí, surge la cuestión del empleo, que como bien señala el texto, es un bien cada vez más escaso, hoy Europa, con diecisiete millones de desocupados, vive algo que los argentinos experimentamos durante la segunda década infame (el menemismo-delarruismo), es decir una sociedad desequilibrada por las altas tasas de desempleo.
El texto narra adecuadamente cual es el sentir de los desempleados, y no solo que acuerdo con lo que dice, sino que también lo expresamos en nuestro libro “El mito de Saturno. Desocupación y vida cotidiana” y lo profundizamos en “Trabajo y no trabajo: la otra mirada”.
El desempleo afecta la psiquis de los desempleados, su vida de relación (familiar y con sus vecinos) su autoestima, y todo lo que se afirma en la parte teórica de este texto. Nosotros, en “El mito” fuimos mas allá y afirmamos que “la desocupación constituye una patología social del capitalismo que en el fin del milenio, afecta individual y colectivamente a la salud de las persona”[1].
En su irracionalidad el sistema capitalista condena a grandes franjas de la población (fundamentalmente jóvenes) a la inactividad laboral, retarda su ingreso al primer trabajo y los hacina en barrios despojados de los más elementales derechos sanitarios y sociales. A los mayores de cuarenta y cinco años los excluye permanentemente  del mercado de trabajo y por lo tanto del consumo y mediante planes de ajuste neoliberales los condena a la miseria, sin asistencia sanitaria, sin formación, y en general ello se hace para sostener las ganancias de los grandes bancos y corporaciones internacionales.
El sufrimiento del proletario es grande en la organización laboral, donde se ve sometido a cargas físicas, psíquicas y mentales, a un ambiente nocivo de trabajo, a exigencias de eficiencia y eficacia. Los nuevos manuales de gestión de recursos humanos impelen a los técnicos a que le reclamen al trabajador que intensifique su ritmo de trabajo, que se comprometa con la organización, que sea un operario emgaggement, positivo, comprometido, pero, con quien, con una empresa que no trepidará en lanzarlo a la calle si le es conveniente reducir su plantilla, ya sea por crisis, por incorporación tecnológica o simplemente por estrategia de negocios.
En este punto vemos que podemos esbozar una primera conclusión, en un sistema en que lo fundamental es la ganancia, y al que no le importa el trabajador, es imposible pensar en términos de felicidad en el trabajo, mas aun cuando el trabajador tiene sobre sí la espada de Damocles de la desocupación, la miseria y el hambre.
El segundo punto que en la lectura del libro me siento interpelado, y al que me quiero referir, es al papel del trabajo en la constitución de la humanidad.
Los autores hacen referencia a Dominique Medá[2], quien critica la concepción antropológica del trabajo, que a mi entender se encuentra en el propio Marx. Marx consideraba que el trabajo constituía la esencia del hombre, la idea es que el hombre se constituye en el proceso de trabajo. Yo discuto esa idea, primero, fundamentalmente porque considero que no existen las esencias, segundo porque no creo que el hombre esté dotado de un espíritu, y en tercer lugar porque el trabajo menos que menos constituye una esencia. El trabajo es una acción, que organizado en términos de herramientas, permite dotar de una cierta lógica al proceso de producción. Esa lógica varía según los diferentes modos de producción y también varía según los patrones de acumulación de cada sociedad (hay sociedades más piramidales y otras más planas)
Vuelvo a mi pregunta y ensayo una respuesta, entre vivir para trabajar y trabajar para vivir, me inclino por la segunda opción. La gran mayoría de los seres humanos, trabajamos porque no tenemos otra opción, porque tenemos que conseguir los recursos alimentarios, para pagar el alquiler, etc. En definitiva trabajamos porque existimos y para poder seguir existiendo.
Aparece en este punto de mi análisis un nuevo concepto, viejo concepto que tan magistralmente definió Sartre, el de la existencia.
Sartre decía que la vida humana es un proyecto hacia la muerte, que proyectamos nuestra propia muerte, pero que ese hacer proyecto es lo que nos permite seguir viviendo y luchar por conservar la vida.
Desde otro lugar teórico Castoriadis[3], trabajando el mito de Prometeo analiza el cambio que en 25 años hubo en la concepción griega del origen del hombre. En Esquilo los proto seres humanos aparecen como zombis, sin ningún tipo de motivación. Lo que Prometeo les da, simbolizado en el fuego, es el conocimiento, conocimiento que transforma a esos seres monstruosos inhábiles para la vida en seres humanos, y ese conocimiento es la certeza de la finitud de su existencia.
A mayor conciencia de lo escaso de la existencia, mayor compulsión a la realización. Vivimos para existir, pero esa existencia tiene una marca cultural y social, que nos impele a la creación de todo tipo (intelectual, material, artística, bélica, etc.).
Es en el proceso creativo que el trabajo se encarna, para darle posibilidades a la existencia humana, el trabajo debe encarnar en la creación, es tal vez por ello que durante siglos haya soportado la ambigüedad de ser algo oneroso, gravoso y a la vez muy requerido.
Resulta obvio que no es posible generalizar sobre los efectos que tiene el trabajo en la percepción subjetiva de la felicidad, pero podemos trazar algunas líneas de significancia, ya que como correctamente se señala en el texto, esta percepción, aunque muy variable de individuo a individuo, puede construirse como cuadrantes de generalización, en los cuales encontramos que el polo de la satisfacción engloba mas a quienes tienen un cierto estatus social y organizacional, un mayor dominio tanto de los objetivos como de los procesos de trabajo; que a quienes están en el punto más bajo de las pirámides sociales y organizacionales, quienes tienen un horizonte de visibilidad muy corto y solo pueden percibir las tareas que ellos realizan y a lo sumo las de sus vecinos de tareas.
Es por ello que su involucramiento en la organización se va a ver más dificultado, solo el miedo en contextos de inestabilidad laboral y social como los que vivimos en la década del noventa en Argentina con más del 50% de la población económicamente activa con problemas de empleo[4] o que se está viviendo en la Unión Europea actualmente con, como expresamos mas arriba, más de 17.000.000 de desocupados, pude lograr, y ello es también materia de discusión, que los sectores explotados y oprimidos puedan sostener el mencionado involucramiento en la organización.
Volviendo a el texto que nos convoca, me quedo con dos partes fundamentales del mismo, la apertura teórica que brinda elementos para comprender la naturaleza del trabajo en el marco de una sociedad de explotación y privilegios, segmentada en clases y estratos sociales, y su parte final en la que se enuncian algunas hipótesis muy interesantes, de las cuales, creo, la más importante es el análisis de las diferencias entre la crítica de artista y la crítica social y la posibilidad de la conjunción de ambas en el drama del trabajo.
Pero por sobre todo, el rescate que el texto realiza de las potencialidades que como intelectuales tenemos, quienes participamos de los análisis de los procesos sociales que se verifican en el campo del trabajo.
Podemos aportar mayores conocimientos que permitan el procesamiento de la conciencia social de los trabajadores respecto a la situación en que realizan sus tareas, desarrollar tecnologías sociales y organizacionales que permitan mitigar el sufrimiento psíquico que produce el trabajo, ampliar en la conciencia de los sectores vulnerables el campo de reclamos por mayores derechos sociales y laborales,  desmitificar ciertas tecnologías blandas que solo pretenden reordenar el sufrimiento, ocultando sus efectos nocivos, denunciar las condiciones y medio ambiente de trabajo a la que son sometidos los trabajadores modernos y ampliar los espacios de ciudadanía e inclusión, remarcando como dijimos más arriba, la visualización de las masas de trabajadores jóvenes que cada vez les cuesta más incluirse, y que cuando lo hacen, muchas veces son sometidos a condiciones inhumanas de empleo y de los trabajadores mayores de cuarenta años que por razones de salud al perder su trabajo quedan permanentemente excluidos del mercado laboral.
Para cerrar, creo que el texto es más que eso, es una invitación al debate, a la polémica profunda que nos debemos quienes trabajamos en este campo, y a discutir nuestro compromiso social y humano. O participamos del simulacro o nos hacemos cargo de nuestro lugar de intelectuales y somos capaces de comprometernos con la crítica social a todo orden laboral injusto.
No se trata de tener una mirada escéptica dela realidad, de sentir que nada es posible, se trata  repensar nuestro aporte a la construcción social justa y solidaria, pero por sobre todo, tener presente que, a diferencia de los intelectuales de los setenta, que contaban con un paradigma que orientaba su reflexión (el socialismo) y un marco teórico (el pensamiento de Marx) hay tenemos que partir de la reconstrucción del pensamiento social crítico, y en ese recomienzo no tenemos un padre, porque la historia lo ha destituido del lugar sacralizado en el que lo habíamos puesto contra su voluntad, hoy somos todos hermanos en la búsqueda de una nuevo paradigma teórico y social
Hasta la próxima.



  



[1] Bonantini C., Simonetti G. et al (199) El mito de Saturno. Desocupación y vida cotidiana. UNR Editora. Rosario. Pagina 76.buenos
[2] Medá D. (1998) El empleo, un bien en vías de extinción. Paidos. Buenos Aires.
[3] Castoriadis C. (1999) Figuras de lo pensable. Antropogénesis en Esq2uilo y auto creación en Sófocles. EUDEBA. Buenos Aires
[4] La población con problemas de empleo engloba a desempleados, subempleados e inactivos.

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