La mejor manera de recordar es discutir con el pasado. La memoria no es una copia física de la realidad. Los seres humanos “filtramos” los hechos antes de guardarlos en la memoria, y lo que queda “registrado” es una interpretación de esos hechos y no los hechos mismos. Cuando recuperamos lo pasado volvemos a “filtrar” los recuerdos en función de la situación en que vivimos, de la carga ideológica que tenemos, de factores culturales, afectivos etc.
Poe ello siempre me gustó la expresión ejercitar la memoria. Ejercitar la memoria es ver críticamente aquello que recordamos, analizarlo, ver que cosas están comprometidas en la mirada del hoy cuando recuperamos el ayer.
Por eso quiero críticamente recordar hoy a los amigos, compañeros, vecinos, que fueron víctimas de las dictaduras.
Los setenta fueron años de plomo, en esos días el movimiento estudiantil estaba colonizado por la idea de cambiar el mundo en forma rápida, violenta. Una de las frases más mencionadas era “la violencia es la partera de la historia”. Quienes no adherían a esta máxima eran tildados de pacifistas, reformistas. Era común escuchar “te pensás que la burguesía va a largar el poder así nomás, hay que arrebatárselo”. El arrebatárselo era mediante la guerra popular prolongada o la insurrección armada, según los diferentes ciento y pico de grupos de izquierda que existían y se proclamaban portadores de la conciencia de la clase obrera. Los intelectuales de izquierda, a diferencia muchos pensadores de hoy, se agrupaban en partidos revolucionarios, es así que la palabra revolución era la más usada. Existían el Partido Comunista Revolucionario, el Partido Revolucionario de los Trabajadores, los Grupos Revolucionarios Socialistas, el Partido Obrero Revolucionario, el Socialismo Revolucionario, la Línea de Izquierda Revolucionaria, etc. Hasta los militares golpistas usaban la palabra y el golpe de Onganía en 1966 se autodenominó “Revolución Argentina”.
Desde la caída de Perón la Argentina vivió un proceso de radicalización de los sectores de la Pequeña Burguesía, escena que tenía como telón de fondo la confrontación de las clases sociales y el profundo debate que ello abría.
La Universidad de los 70` era un espacio de debate total, las discusiones políticas eran tan o más importante que la propia función de formarse en las diferentes profesiones.
Los estudiantes en particular y la juventud en general se debatían en controversias francas, honestas desde la posesión de determinados ideales y teorías. Creíamos en lo que pensábamos, hacíamos lo que creíamos. El movimiento estudiantil se caracterizaba, más allá de las diferencias, por los lazos de solidaridad, afecto, respeto que unían a los militantes de las diferentes fracciones, al final de un día o al terminar alguna de las maratónicas asambleas que se hacían, con mucha frecuencia era muy común que fuéramos al bar Odeón o nos paráramos en la puerta de la Facultad para continuar el debate que había empezado antes y seguiría después.
Recuero que en un pasillo vivíamos militantes de diferentes grupos de izquierda y los sábados a la noche nos reuníamos a compartir un magro asadito en el que la principal diversión era discutir sobre tácticas y estrategias políticas
El militante de los 70/ era arrojado, temerario, no tenía miedo a nada ni a nadie, porque su vida no importaba, había una suerte de culto al sacrificio personal, aquello de morir por los ideales fue tallado a sangre y fuego en los jóvenes corazones de ellos.
El debate de las ideas cubría todos los espacios vitales de los militantes, hasta las famosas peñas en las facultades eran un espacio de práctica política.
Éramos muy responsables, la primera indicación a los compañeros que estudiaban, era que debíamos ser los mejores estudiantes, los más destacados para dar el ejemplo a todos los compañeros, para que ellos nos creyeran y fundamentalmente para dar el debate con las ideas reaccionarias que germinaban en algunos estudiantes impulsadas por los discursos de los profesores adictos al régimen.
En las manifestaciones callejeras, los principales dirigentes encabezaban las columnas tomados del brazo, una primera línea compacta para confrontar con los represores. El referente era el más responsable y mas jugado del grupo político, a él se le exigía más que a los demás y era frecuente que él mismo se auto exigiera.
Otra de las ideas principales era la autocrítica, ese movimiento de volver la crítica hacia uno mismo, de confrontar las ideas con los sucesos y reformular tácticas y estrategias.
La izquierda estudiantil y obrera de los setenta no era un dato menor, después del rosariazo, el Cordobazo, el vivoraso, de los sucesos de Roca y Malargue, las ideas socialistas revolucionarias se expandieron rápidamente y los diferentes grupos socialistas crecieron en número de organizaciones y cantidad de militantes, la llamada izquierda comenzó a fraccionarse en cuatro campos nítidamente definidos: el campo nacional y popular que más tarde sería hegemonizado por los montoneros y su brazo político la J.U.P., la Izquierda Reformista que no aceptaba la lucha armada y planteaba la lucha por la democracia para cambiar el país, sector que con diferencias encolumnaba a los diversos grupos de viejo Partido Socialista Argentino y al Partido Comunista, la Izquierda Revolucionaria que se había constituido a partir de la ruptura de los grupos tradicionales de la izquierda y de los Partidos Burgueses como el Radicalismo y el Peronismo, y cuyo eje central era la lucha contra el imperialismo como paso a la construcción socialista y finalmente un desprendimiento de este último bloque que se autodenominaba Izquierda Socialista que sostenía que Argentina era un país capitalista independiente y que lo que había que hacer era luchar por un gobierno obrero.
La izquierda no supo enfrentar la democratización del país y en democracia naufragó por la falta de política y poco a poco fue minimizándose, las organizaciones armadas ya habían sido casi desmanteladas a fines de 1975 y lo poco que quedaba fue arrasado por la represión en el primer semestre del 76.
Los sectores de la derecha cavernícola argentina no quisieron arriesgar más, y los civiles junto a los militares trazaron un cuidadoso plan de exterminio de todo sujeto que enunciara un comentario crítico hacia el sistema. Fueron secuestrados, torturados, asesinados en el marco de un Estado Terrorista, miles de personas, militaran en una organización política o no, porque entre los mártires de los setenta habían militantes de diferentes agrupaciones políticas, pero también obreros que participaban de luchas reivindicatorias, personas que sufrieron la represión por tener un conocido o amigo que militaba, madres que buscaban a sus hijos, e incluso disconformes o críticos a la dictadura como ocurrió con empresarios, diplomáticos que cayeron producto de las “internas” del régimen.
Hoy que aquel mundo bipolar de los socialismo reales y los países capitalistas (EE.UU. vs. U.R.S.S) ha desaparecido, los escenarios políticos son muy diferentes y los discursos también. Algo inimaginable en los setenta, que militantes de organizaciones armadas de izquierda o sindicalistas combativos fueran elegidos presidente por las urnas, ocurre, véase los casos de los presidentes brasileros Dilma Rousseff. Ignacio Lula Da Silva, el uruguayo José Mujica. La chilena Michelle Bachelet o el boliviano dirigente cocacolero Evo Morales.
Muchas cosas que en los setenta no imaginamos, hoy son posible, muchas de las acciones que realizamos o fueron vanas o no nos llevaron a buen puerto. El mejor homenaje a los caídos durante la dictadura es ejercitar críticamente la memoria, para que las nuevas generaciones no cometan los mismos errores y para que podamos ir cambiando sin pausa, pero sin prisa el mundo en el que vivimos, tanto ecológica, como política y socialmente.
En los setenta pensábamos que sacrificar nuestra vida, inmolarnos por la causa era la mayor muestra de amor a la humanidad y nos lanzábamos a la hoguera de la lucha política que consumió a miles de jóvenes activos, críticos, si ellos estuvieran con nosotros tal vez la historia sería distinta. Lo importante es luchar por la vida, conservar la propia porque solo vivos podemos aportar al cambio social, muertos no cambiamos nada. Vivos podemos debatir con el vecino, con el compañero de trabajo, con los funcionarios, podemos construir empresas autogestionarias, organizaciones no gubernamentales para trabajar codo a codo con los sectores vulnerables, sin diferencias ni estigmatizaciones. Hoy es importante recordar que el enemigo no es ese militante de otra organización, o aquel que piensa distinto, sino los fascistas y mafiosos que como el huevo de la serpiente estas acá en nuestro hogar, la Argentina. Si bien la derecha más recalcitrante ya no enuncia un discurso de exterminio, pero sigue pensando igual, sigue intentando someternos para sacarnos hasta la última gota de sangre, para lograr mayores beneficios, sino vean lo que hacen las patronales agrarias explotando y oprimiendo a los trabajadores rurales en contubernio con aquellos que dicen ser sus defensores. Ellos, los asesinos, no están derrotados y aunque hoy enuncien un discurso con “tintes sociales” y hablen de los pobres hipócritamente, siguen con su avaricia económica buscando más beneficios y su sed de sangre para eliminar a todo los que puedan siquiera amenazar su futuro de privilegios y parasitismo social.
Ejercitar la memoria por el golpe y los desaparecidos es comprometernos a luchar para que no vuelva a pasar, para que la democracia sea cada vez más fuerte, bregar por ser más solidarios y cooperativos, luchar contra todo tipo de discriminaciones, por la ecología del planeta y para ello, amigos míos, tenemos que luchar por la vida y vivir para poder luchar.
Hasta la próxima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario