La humanidad, como todas las especies de la tierra, solo tiene una manera de sobrevivir y es reproduciéndose. Individualmente tenemos nuestra vida acotada, y aunque hemos extendido mucho nuestra longevidad en el siglo XX, solo tenemos una esperanza de vida promedio que no supera los 80 años.
Somos tal vez una de las especies más longevas del planeta y tenemos la capacidad de aumentar nuestra longevidad década a década, y aunque en doscientos o trescientos años podamos llegar a una esperanza de vida al nacer de más de doscientos años, seguiremos siendo mortales.
La naturaleza previó un mecanismo para poder continuar el experimento de la vida y el mismo es la reproducción, incluida la vida humana. En los comienzos la reproducción aparecía a nuestros ancestros como un mecanismo instintivo al que debían darle curso, y lo hacían indiscriminadamente, apareándose el macho con la primera hembra que tuviera a su alcance, tal como funciona la reproducción en los animales.
En algún otro escrito he referido que, Engels, siguiendo a Morgan, formuló la apreciación sobre la vida familiar de los primitivos. Los mismos vivían en familias ampliadas, endogámicas, compartiendo el espacio de refugio y todo lo demás, desde la comida, los enseres, hasta las mujeres, existía un libre comercio sexual entre machos y hembras.
Solo cuando el hombre se hizo sedentario y comenzó a cultivar la tierra, obteniendo los elementos fundamentales para la vida de su trabajo, y no de la simple recolección que había imperado hasta ese momento, la economía familiar se separó de la economía de producción.
Los humanos no somos iguales, compartimos similitudes, genética, pero desde el nacimiento comenzamos a diferenciarnos los unos de los otros, el ambiente hará el resto, la construcción social terminará la obra con las leyes, prohibiciones y tabúes.
La acumulación diferenciada de los diferentes hombres de la tribu planteó la necesidad de la distribución y fundamentalmente la legación de lo acumulado, ya que en la medida en se producía más de lo necesario para la reproducción de la vida, un plus iba quedando, convirtiéndose en riqueza para entregar a los descendientes.
Del libre comercio sexual de los orígenes, que permitía saber de qué mujer era hijo o hija alguien, pero no de que hombre, surgió la necesidad de saber quién era el padre del recién nacido, para ello la monogamia constituyó una institución “eficiente”.
Hemos dicho que la implantación de la monogamia determina el paso del derecho materno al paterno y con ello el surgimiento de la sociedad patriarcal. Además de esto, la monogamia instaura el secuestro del cuerpo femenino, el que pasa de la libre disponibilidad sexual a la propiedad privada de uno de los machos de la gens, ya que en la medida en que el macho tiene la propiedad del cuerpo femenino puede tener la “certeza” de su paternidad.
La monogamia no se basa en el amor sexual, muy por el contrario, ella es la negación de la sexualidad ejercida en plenitud de las necesidades humanas. La monogamia está asentada en un contrato, el contrato matrimonial que establece que dos humanos que aceptan el contrato solo pueden disfrutar de sus respectivos cuerpos y circunscribir la sexualidad al estrecho margen del matrimonio.
De esta manera, en la medida en que una mujer solo tiene sexo con su marido, tal como dice el código napoleónico, los hijos de ese matrimonio serán hijos del marido.
Esta cuestión, muy funcional al desarrollo de la propiedad privada y a las relaciones de dominación patriarcal, no siempre funcionó, más precisamente nunca funcionó, dado que, desde las primitivas civilizaciones, al hombre, dentro del marco patriarcalista se le permitía tener relaciones sexuales por fuera de la institución del matrimonio y la mujer se las ingeniaba para desarrollar su deseo cuando este no estaba referido al hombre con el que se había casado.
Un interrogante surge respecto a la relación entre la monogamia y el amor romántico.
Al amor romántico se lo podría definir como la manifestación de atracción física y personal entre dos sujetos, como una afinidad compartida entre dos individuos, también podríamos decir que el amor es un sentimiento que comparten dos personas aleatorias que se encuentran y no pueden evitar atraerse entre sí. Ahora bien, ese amor romántico es una construcción de Occidente, ya que en Oriente y aún en nuestro propio pasado la relación de atracción entre dos personas era concebida como placer, como simple goce físico, y la pasión, en su sentido trágico y doloroso, no solamente es escasa, sino que, además, y, sobre todo, era despreciada por la moral corriente como una enfermedad frenética.
En las antiguas civilizaciones, el patriarcalismo secundarizó el rol de la mujer, la que por lo general era considerada para atender los hijos que procreaba. El sexo en el matrimonio tenía como fin la reproducción, el deseo, la excitación, el goce desenfrenado que implica la atracción física se obtenía por fuera de la institución matrimonial.
Las bodas no eran producto de una fantasía romántica, en el que un hombre y una mujer desarrollaban la atracción mutua y la búsqueda del uno al otro como un lazo eterno, tal como se concibe al matrimonio en la modernidad, por el contrario, las bodas eran concertadas, algunas veces por los padres a muy temprana edad, y en muchos casos los consortes solo se conocían en el momento de la boda. A partir de la misma, la mujer concurría a la cama del macho solo cuando este se lo requería y como dijimos, con fines reproductivos.
A lo largo de la historia, observamos como la mujer adquiere el carácter de una mercancía, ello es muy visualizable en el concepto de la dote, es decir lo que el novio pagaba a la familia de la novia para poder contraer matrimonio, este concepto de la dote estuvo vigente en nuestras sociedades occidentales hasta muy entrado el siglo XX.
Si Ud. vio películas de héroes legendarios que aman incondicionalmente a sus mujeres, cree que Marco Antonio y Cleopatra vivieron un romance apoteótico, o se enterneció con el romance de Romeo y Julieta, le tengo malas noticias, estos romances no existían, a lo largo de la historia occidental el sexo desenfrenado se disfrutaba en las bacanales romanas, en las gigantescas orgías de la nobleza en la edad media y moderna.
Es a partir de la época victoriana en la que el amor romántico comienza a instalarse como una configuración social imaginaria de la sociedad occidental.
El objeto del mismo fue reprimir la sexualidad libremente expresada, constreñir la satisfacción del deseo al mero marco de la sexualidad matrimonial con fines reproductivos. El amor asume nuevas formas, la relación entre las personas, y, a partir de entonces, deberá seguir por canales normatizados. Se instituye el noviazgo, durante el cual, las partes del mismo, no podrán tener encuentros carnales.
El tabú de la virginidad es una búsqueda incansable de los hombres desde entonces, el hombre, en la noche de bodas exhibía la sábana manchada de sangre en la ventana como muestra de la toma de posesión de la virginidad femenina.
Por supuesto que muchas mujeres no llegaban vírgenes al matrimonio, pero se las ingeniaban y se pasaban trucos para aparentarlo en la noche de bodas.
La iglesia y particularmente la católica tuvo una gran responsabilidad en la represión de la sexualidad, al punto tal que, en el matrimonio los conjugues no gozaban de la desnudes del cuerpo, acaeciendo la penetración a través de una rajadura en el camisón femenino.
Como afirma Castoriadis, la sexualidad humana se diferencia de la animal en que en la segunda el placer es placer de órgano y con fines meramente reproductivos, en cambio en la compleja psiquis humana la sexualidad no tiene solamente ese carácter, los humanos gozan con la imaginación, satisfacen la pulsión con la fantasía, a veces gozan más con el recuerdo que con la relación concreta, recurren a artificios que les brindan placer, etc. etc.
¿Entonces surge la pregunta en que consiste el acto de amar en los seres humanos, es acaso el matrimonio una institución adecuada al desarrollo social?
Para responder debemos separar los conceptos de sexo, amor y cariño. En general no es cierto que un hombre se conforme con tener a lo largo de su vida relaciones sexuales con una sola mujer, por el contrario, el hombre es un cazador nato (y la mujer también, aunque de manera diferente) y desea a diferentes mujeres a lo largo de su vida, si acepta el camino de la fidelidad matrimonial es porque se hace cargo de la demanda cultural y la represión del deseo que impone la cultura.
Esto no significa que una pareja no sienta atracción mutua a lo largo de su vida, lo que discute es que esa atracción sea solamente con su pareja.
Son conocidos los desbordes que acontecen en las llamadas despedidas de solteros en las que los amigos del novio lo llevan a cabaret, prostíbulos, etc., como último acto de sexualidad frenética para que renuncie a partir de allí, a la misma, en las últimas décadas las mujeres han asumido también esas prácticas.
El sexo, o mejor dicho la liberación sexual, como bien lo concebía Wilhelm Reich, es revolucionario, es un motor de transformación social porque impacta en el centro de la ideología capitalista, la propiedad privada de los cuerpos.
Desde la sociedad permanentemente se estimula a sus miembros para desatar las fuerzas de la sexualidad. Se reclama a los miembros la posesión de cuerpos hermosos, de decisión pulsional que lleve a satisfacer todos los mandatos de la misma, se muestran en los medios de comunicación los cuerpos desnudos o semidesnudos mientras se prohíbe la desnudes, y ello ocurre porque el sexo es uno de los mayores negocios que ha desarrollado el capitalismo, el sexo como tal o la presencia del mismo en las artes y los espectáculos, es tan solo eso, un negocio.
Si una mujer afirma que le quiere que la quieran por lo que ella es y no por su cuerpo, tal vez sea cierto esto en parte, porque la belleza corporal es tan solo una percepción realizada desde la subjetividad del que percibe. Un cuerpo atrayente para unos puede no serlo para otros, pero es errónea en cuanto, objetivamente, el cuerpo y lo que con él hacemos es fundamental para atraer al otro.
La seducción es una herramienta fundamental para atraer al otro, y ella no solo implica la forma de vestir, lo que se muestra y no se muestra, sino también los gestos, el lenguaje, las ideas, todo lo que ponemos en juego para lograr el efecto de unión sexual con la persona que deseamos.
Sin seducción es muy difícil lograr atraer al otro, sino que otra cosa es la vestimenta, porqué las mujeres usan prendas determinadas como polleras cortas, escotes pronunciados, prendas ajustadas, y los hombres buscan ropas que marquen sus formas, que tapen sus defectos.
Nos vestimos para excitar al otro, sobre todo cuando nuestro deseo sexual está a flor de piel, como ocurre en la juventud y la primera madurez, lo cual no quiere decir que el deseo desaparezca posteriormente, por el contrario, a diferencia de lo que afirmaba Platón, el deseo no es ese tirano del que nos despojamos cuando somos ancianos, el deseo sexual solo muere cuando nuestra conciencia desaparece.
No se debe confundir amor sexual con el cariño que sienten dos personas y el anclaje de su relación a las múltiples experiencias que han vivido a lo largo de la misma, el deseo sexual perdura y si en algunas personas suele no existir, no es una condición natural, sino patológica.
En las últimas décadas han comenzado a pulular experiencias diferentes de familia y matrimonio, algunas como la pareja abierta en la que los miembros admiten relaciones por fuera de la convivencia, otras como los clubes 'swinger' en los que las parejas tienen experiencias sexuales de intercambio con otras parejas, relaciones sexuales colectivas (tríos, cuartetos, camas redondas, etc.), formas de relaciones de pareja cama afuera, en definitiva, en el mundo moderno la experiencia sexual entre los seres humanos busca romper el cerco al que fue sometida en los últimos siglos y quiere liberarse de las ataduras para poder gozar en plenitud de la más rica experiencia el ser humano.
Hasta la próxima.
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