domingo, 9 de octubre de 2016

El regreso de Herr Hitler.


Durante el siglo XX la humanidad fue arrastrada a uno de los períodos de locura y muerte más tenebrosos de su historia. En Europa triunfaron las ideas más peligrosas para nuestra convivencia. Primero fue Italia donde luego de la marcha sobre Roma el 22 de mayo de 1922, un ex socialista y ex director del periódico Avanti, Benito Mussolini se encaramaba al poder peninsular fundando un régimen fascista tan o más temible que lo que luego sería Franco en España. Después fue el turno del que podría afirmar sin ruborizarse “yo el peor de todos”, Adolfo Hitler, es un ignoto pintor alemán que llegaría al poder en Alemania en enero de 1933. Apoyado sin tapujos por estos dos criminales, con la complicidad de los “democráticos” países occidentales, que callaron las atrocidades franquistas y no asistieron a la tambaleante república española, se desarrolló la guerra civil española, donde un caudillo fascista y autoritario se hizo con el poder a punta de pistola (no creo necesario señalar que me refiero a Francisco Franco), Podríamos decir que de la mano de estos tres siniestros personajes y de tantos otros que pulularon en la Europa de la post primera guerra mundial, el mundo se sumió en una borrachera de sangre y torturas, y cientos de millones de seres humanos pagaron con sus vidas la noche más negra de la historia humana. Ahora bien, seria equivocado adscribir solo a estos nefastos personajes la exclusiva responsabilidad de lo que pasó en las décadas del 30’ y el 40’, ellos fueron los ejecutores de una ideología de muerte y destrucción que tuvo muchas víctimas, pero también beneficiarios, fundamentalmente la burguesía concentrada que integraba e integra el complejo industrial armamentista y los ricos comerciantes e industriales que sostenían estos regímenes autoritarios y marcharon gozosos a la guerra porque veían grandes ganancias en la conflagración que se avecinaba. Hitler, Mussolini, Hirohito, eran los ejecutores, pero detrás de ellos estaban los partícipes necesarios de tanta muerte y destrucción y sus cómplices (conscientes o no), las capas medias que se fanatizaron y asumieron lo peor de la humanidad en cuanto a valores e ideas. La historia humana demuestra que la política en términos globales, tiene un carácter pendular, y luego de tanta destrucción, de tantos asesinatos, genocidios, era lógico que el mundo cambiara de fase, nuevas políticas, nuevos valores se adueñaron de la estructura de pensamiento de los líderes mundiales y se trasvasaron a las masas, la post guerra dejó la sensación de que por fin la humanidad había aprendido la lección y se encaminaba rumbo a un cambio profundo en sus lógicas ideacionales. Eran tiempos de reconstrucción, de elaboración del duelo de parte de las víctimas, tanto de un bando como del otro, porque, aseguran los historiadores, la historia la escriben los que ganan, y el salvajismo parecía que era solo de los que perdieron la guerra (Alemania, Italia, Japón), pero en una guerra, todos son salvajes, todos son genocidas. Mi padre relataba que estando en una sobremesa con un emigrado italiano, le preguntó, cual es peor invasor, los alemanes o los americanos, y su interlocutor le contesto, todos los invasores son feroces por igual, todos son malos. Estando en Budapest en 1999, le pregunté a un taxista si consideraba peores a los soviéticos o a los americanos, y me contestó, son lo mismo, a todos les interesa obtener una ganancia robándonos a los pueblos lo poco que tenemos. Curiosidades del saber popular, no hay burgueses buenos, todos tienen un solo valor (aunque mientan ante una cámara de televisión) el dinero y la ganancia. O acaso las atrocidades que cometió EE.UU. durante la guerra fueron menores que las que cometieron sus deleznables contrincantes. Por supuesto que no, y como para muestra basta un botón, recordemos a Hiroshima y Nagasaki, donde los americanos probaron la bomba atómica usando como conejillos de indias a los pobres japoneses. La diferencia entre los que mandan y los que son gobernados estriba en la responsabilidad que tienen sobre sus acciones, pero ambos son partícipes necesarios de las atrocidades, y las capas medias, a lo largo de la historia de la humanidad, han jugado siempre un papel patético sosteniendo dictadores y genocidas. Lo interesante es que las décadas de 60’, 70’ y hasta la del 80’, estuvieron determinadas por un cambio en el comportamiento de las masas. En la sociedad humana se impusieron nuevos viejos valores como la solidaridad, la paz, el amor por el “Otro”, la cooperación mundial, el deseo de lograr sociedades más igualitarias, más equitativas, más democráticas, en las que la vida humana tuviera un valor fundamental, casi podría decirse “sagrado”. Ello no implica que en la segunda mitad del siglo XX no existieran guerras, genocidios, matanzas, persecuciones, dictaduras, etc. Lo que significa es que los valores universales diseñados por el hombre a lo largo de la historia y plasmados en documentos fundamentales como la “Carta de derechos del hombre y del ciudadano” incorporada a la constitución de los EE.UU. cuando fenecía el siglo XVIII y por la misma época también adoptada por los revolucionarios franceses, significó uno de los legados más trascendentales del liberalismo burgués. Más allá de las intenciones ocultas o manifiestas de la burguesía, que siempre borró con el codo lo que escribió con la mano, lo real es que las masas, y, sobre todo, las masas de jóvenes del “baby boom” abrazaron con entusiasmo los valores más caros al verdadero liberalismo, dando origen a movimientos como el movimiento hippie, o a las juventudes que avanzaron convencidas del valor del socialismo como sistema social durante las décadas del 60’ y 70’. Algunos líderes, influenciados por las revoluciones violentas triunfantes proclamaron que la violencia era la partera de la historia (frase de Marx por excelencia) creyendo que era necesario arrebatarle por la fuerza el poder a la burguesía, pero aun ellos creían en los valores de paz, concordia, educación, solidaridad. Las juventudes de la segunda mitad del siglo XX se caracterizaron por el profundo idealismo que guiaba a su accionar político, y buscaron con denuedo una sociedad más justa e igualitaria. Para la burguesía, eran importante sostener hipócritamente estos valores, aunque luego, tras las bambalinas del poder, sostuvieran las más penosas guerras coloniales que sostenían la depredación de los pueblos colonizados para incrementar sus fortunas manchadas de sangre. La idea de la violencia, que ve al “Otro” al que piensa distinto, al que tiene una fe distinta, al que sostiene propuestas diferentes, como un enemigo que hay que destruir, es un producto que se reinstala con inusitada ferocidad en nuestras sociedades en la década del noventa, luego de la caída del muro de Berlín y del laboratorio socialista en el mundo, los regímenes soviéticos, o llamados socialistas reales. Cuando la burguesía triunfante ya no tiene frente a sí al enemigo “comunista”, y no necesita continuar haciendo demagogia, desarrolla, fundamentalmente, a través de los medios de comunicación, la idea de que el individualismo había superado al colectivismo. A partir de entonces, la búsqueda del éxito individual por sobre el papel de los intereses colectivos, constituye la piedra angular de la nueva construcción social. No importa quienes sufran o se perjudiquen de mis éxitos, lo importante es que “YO” sea exitoso, la pobreza dejará de ser algo execrable en los actos humanos, porque ahora se reconoce que pobres hubo siempre (aunque se seguirá sosteniendo un discurso contra la pobreza, pero con una matriz hipócrita). El resultado es bien sabido, hoy en el mundo el 1% de la población mundial es dueña del 50% de los bienes existentes. La burguesía más concentrada siguió impulsando guerras atroces en las que lucraban los complejos industriales armamentistas en primer lugar, pero donde, la clase en su conjunto se vio favorecida por las políticas criminales del imperio, en una era del mundo unipolar en el que EE.UU. reinaba apoyando guerras fratricidas, dictadores genocidas, y fundamentalismos delirantes. Todo lo que era negocio, era política de estado para el capitalismo, aunque en los foros internacionales los políticos burgueses condenaran discursivamente tanta muerte y desolación. Los medios de comunicación de masas desarrollaron una incansable y subterránea prédica en favor de ese individualismo irreverente que servía para hacer negocios, valorizaron una cierta “democracia” formal, pero vaciada de contenido que les permitía a los capitalistas hacer buenos negocios. Batieron el parche contra los populismos, nos dijeron millones de veces que vivíamos en sociedades inseguras, nos vendieron recetas neoliberales y teorías del derrame, que en la práctica significaron más pobreza, más indigencia, más muerte, más desolación en el mundo, y nuevamente los sectores medios compraron ese discurso lindante con el fascismo, con el autoritarismo, con la discriminación. En América Latina vimos como caían gobiernos que buscaban algo más de igualdad, un poco más de oportunidades para los sectores más vulnerables, no se trataba de gobiernos anticapitalistas, sino de gobiernos populares como los que cayeron en la Europa de los 30’ y los 40’. Al igual que en los países islámicos o europeos, se impulsó a los movimientos fundamentalistas, a los nuevos movimientos fascistas como los skinheades, para hacer caer esos gobiernos populares (algunos de ellos con fuertes prácticas autoritarias y corruptas, por cierto) o para impulsar mayor consenso hacia políticas conservadoras o neoliberales que permitieran a la burguesía apoderarse de los recursos naturales o maximizar sus ganancias a costa de los sectores más empobrecidos de la sociedad. El resultado del eterno batallar de los sectores más conservadores de la burguesía contra ideas o gobiernos populares es el desarrollo de un amplio sector social (fundamentalmente las capas medias) con un pensamiento retrógrado que no soporta las libertades, se escandaliza ante un ratero que roba una cartera y trata de lincharlo, pero cierra los ojos ante los desaguisados de los gobiernos conservadores que roban impunemente el patrimonio y el futuro de los pueblos y se moviliza al son de la música retrógrada que permite escuchar el canto de las sirenas que clama por mayor represión, más cárceles, menos libertades, en el mejor de los casos, o que lisa y llanamente abraza el fundamentalismo y sigue los pasos de líderes mesiánicos que al grito de “Alá es grande” imponen dictaduras atroces en las que la vida no vale nada y la muerte es su leiv motiv. La cultura de la violencia y la discriminación también crece en los llamados países desarrollados. Por ejemplo en Alemania, donde Ángela Merkel, canciller derechista de la Unión Cristianodemócrata (CDU), fue humillada en la última contienda electoral por Alternativa por Alemania (AfF) grupo xenófobo, antiinmigración, de ultraderecha. Mekel perdió las elecciones porque los alemanes de Mecklemburgo-Pomerania Occidental rechazaron su política a favor de la recepción de los refugiados sirios. En EE.UU. existe la posibilidad de que un candidato xenófobo, Donald Trump, gane las elecciones. Además de derechista y xenófobo confeso, Trump es un machista que humilla a las mujeres y por sobre todo un peligro para la humanidad si llega al control de la nación más poderosa del planeta. Esta cultura de la violencia y la muerte tuvo un jalón de importancia en América Latina, precisamente en Colombia, donde hace unos días, de manera casi inexplicable, el 50% de los ciudadanos que respondieron al llamado del presidente Santos a expresar su opinión sobre el tratado de paz que buscaba poner fin a 50 años de guerra civil en ese país, se pronunciaron por el no al tratado y por lo tanto por la continuidad de la confrontación. Explicaciones debe haber muchas, tal vez la acción de los grupos ilegales (paramilitares, traficantes de droga, sectores de la derecha conservadora, etc.) para los cuales la muerte de miles de colombianos se ha constituido en un negocio lucrativo, que les permite desarrollar sus actividades ilícitas como la venta de armas, la usurpación de las tierras de los campesinos pobres, la explotación de los mismos cuando el estado no está presente, las jugosas comisiones que pagan los narcotraficantes, en definitiva, todas las posibilidades de lucro ilegal que les permite una sociedad sin estado presente, en la que se impone la ley del más fuerte y no los derechos de los ciudadanos y el respeto a la vida. Para imponer sus intereses, estos sectores contaron con la ayuda inestimable de los medios de comunicación que contaron el relato contrario a la paz y la convivencia, medios que sistemáticamente conforman una conciencia conservadora en el sector social más permeable a su prédica (las capas medias) y que, en el poderoso giro a la derecha de la población mundial se han conformado en el ariete de penetración de las ideas más retardatarias en extensas capas sociales, aun los más desfavorecidos por el reparto cada vez más desigual de la riqueza. Lo que estos sectores debieran reflexionar es que, así comenzó la aventura nazi fascista europea que condujo a la humanidad a una de las hecatombes más lamentables de su historia. Pero también debemos reflexionar quienes nos encuadramos en lo que denominamos (como dije en un artículo anterior) pensamiento social avanzado, sobre todo el conjunto de la izquierda, que no ha podido vulnerar la espesa coraza reaccionaria del pensamiento de la derecha conservadora. Es necesario que pensemos como actuar en el futuro cercano para prevenir el escenario de terror al que se está deslizando la humanidad en este presente trágico. Hasta la próxima.

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