A lo largo de la historia de la humanidad, el hombre se ha preguntado sobre su esencia.
¿Qué es el hombre?, ¿cuál es la sustancia moral más importante del mismo?, tiene el hombre un alma?, ¿Y si la tiene, ese alma le da la posibilidad de ser virtuoso?.
Los filósofos han ensayado múltiples respuestas, pero ninguna ha satisfecho la necesidad de determinar esa esencia de lo humano tan buscada.
Hoy, es común, cuando se habla del ser humano, pensar en un ser caracterizado por la bondad intrínseca, el ser humano, dirán algunas corrientes filosóficas, es tener ética, moral, respetar las ideas y tener una vida práctica en consonancia con ellas.
¿Es esto cierto? Creo que la respuesta ensayada más arriba, aun que tiene importantes valores a rescatar, es el producto del idealismo burgués, que a partir de la revolución francesa, intentó crear una condición humana muy diferente a lo que el hombre es, y que está determinada por una esencia imaginaria que reúne condiciones de solidaridad, cooperación, bondad, altruismo, etc.
Desde la escuela, estas virtudes, que son reales y que tal vez podemos encontrar en algunos hombres aislados, son preconizadas como virtudes propias de lo humano.
Grave error, la antropología nos demuestra que el hombre es un animal depredador, destructivo, salvaje, que ha colonizado al planeta según intereses de clases o sectores de clases y que su principal interés es depredar, no solo al planeta, a las otras especies, sino a su propia especie.
Los animales matan porque sus instintos les indican que de esa manera pueden satisfacer su necesidad de alimentos, no matan en vano, no matan por placer, lo hacen ante una necesidad alimentaria concreta. El hombre en cambio mata por necesidad, para alimentarse, y en eso no se diferencia del resto de las especies, pero también lo hace por placer, como una actividad lúdica, por codicia, porque alguien se lo ordena o le paga, y en eso sí, el hombre se diferencia del resto de las especies.
¿Sería una hipótesis realista afirmar que la especie humana está condenada a la violencia, a la agresión, a destruir a todas las especies, al planeta y por lo tanto a sí misma?
Podría serlo según el punto de vista desde el que se mire. Los filósofos han lidiado con este interrogante a lo largo de la historia de la humanidad, y la verdad es que los ejemplos en favor de la hipótesis anterior abundan. Desde los comienzos de la organización social, esto es, desde que el hombre comenzó a abandonar la horda, caracterizada por un espíritu nómade y sin más reglas que la ley del más fuerte, y empezó a vivir en sociedades más o menos estables, con reglas aceptadas por los integrantes de cada una de estas comunidades la violencia entre las distintas comunidades ha sido el signo distintivo de la historia.
Cuando estudiamos historia vemos que en cada uno de los períodos históricos existieron cientos de guerras (guerras entre países, entre ciudades, entre miembros de un mismo país o ciudad), la guerra se constituyó en el medio por el cual el hombre buscaba expandirse hasta los confines del mundo civilizado (o conocido). Imperios como el de Alejandro, o el romano se construyeron sometiendo por la violencia a otras civilizaciones, más aún, la antropología nos muestra que el hombre de Neardhantal convivió durante algún tiempo con el homo sapiens y no es desatinado pensar que fue extinguido por este último.
Según Freud, existen dos instintos fundamentales en el hombre, el eros y el tanatos (instinto de vida e instinto de muerte).
Este par dialéctico de instintos ha pugnado por siempre en todas las civilizaciones y aun dentro de cada miembro individual de la especie. La cultura sería la domesticadora de la pulsión tanática que lleva al hombre a la violencia y a su propia destrucción.
Sería a través del mecanismo de sublimación como logramos vencer la compulsión a la violencia y la destrucción. El arte, la creación espiritual, la filosofía, las ciencias, constituyen la contracara de la violencia y a través de ellas se pueden producir conceptos y constructos que no son innatos en el hombre sino culturalmente aprendidos e introyectados.
Los mismos gobiernos que impulsan las guerras, son mecenas de obras artísticas, los mismos actores sociales que se enriquecen con el sufrimiento y el sometimiento de las grandes mayorías son los que preconizan la caridad, la solidaridad, el logro del bien común.
En las clases dominantes, a lo largo de la historia hemos observado un doble discurso, por un lado toman decisiones que empobrecen a la gente y por el otro aquellos mismos avaros hablan de la necesidad de mayor igualdad social, de mayor inclusión. Ni aun el dictador más despiadado sería capaz (aunque lo piense) de decir en público que el objeto de su tiranía es incrementar la pobreza y la indigencia, por el contrario en todas las dictadura existe un discurso de reivindicación de los más pobres y vulnerables de la sociedad.
Esta bipolaridad de la estructura de personalidad de quienes gozan de los privilegios en una sociedad se debe a que el discurso de la cooperación, de la solidaridad, de la igualdad, es funcional a los desarrollos de imaginarios sociales instituyentes que determinan que los pobres y desamparados se resignen a esperar su oportunidad en la vida.
El capitalismo es el sistema social más flexible que ha desarrollado la humanidad, pero a la vez el que más ferozmente ha exacerbado las contradicciones entre poseedores y desposeídos, y el que con mayor profundidad ha generado un grieta infinita entre las diferentes clases sociales.
Pero a la vez los capitalistas son los primeros en bregar por la libertad y en preconizar que la libertad conduce a la igualdad por vía de la meritocracia. Podríamos expresarlo de esta manera, todos nacemos iguales, todos somos iguales ante la ley, el hecho que un ínfima cantidad de humanos sean poseedores de la mayoría de los bienes existentes en el planeta y la gran mayoría no tenga ni un mendrugo para llevarse a la boca reside en las características individuales de cada persona. Hay personas que habiendo nacido en cuna pobre han ascendido a lo más alto de la escala social (ejemplos de estos abundan, aventureros, traficantes, contrabandistas, piratas, etc.). Por lo general la mayoría de las grandes fortunas de la sociedad capitalista actual tienen siempre gigantescas manchas negras por las cuales pudieron constituirse. Evasión de impuestos, corrupción, explotación salvaje, contaminación del medio ambiente, trata de personas, venta de armas, tráfico de estupefacientes, siempre encontraremos algo sucio que permitió que una familia rica exista. Solo como ejemplo podemos citar al uso de mano de obra esclava de parte de Ford Company en la Alemania Nazi, aun cuando esta empresa fuera de origen americano y EE.UU. le hiciera la guerra a Alemania.
La guerra, las grandes matanzas se realizan por un móvil económico, la disputa de mercados entre los burgueses de diferentes naciones, la necesidad de las grandes compañías capitalistas de apoderarse de los recursos naturales de otros países por medio de la violencia, etc. Si analizamos todas las guerras veremos que tras de todas ellas hay móviles económicos, está la avaricia y el egoísmo de las clases dominantes por poseer cada vez más, de un afán de riquezas sin límites.
Pero a la vez, las guerras constituyen una oportunidad de negocios muy importante para las clases dominantes, en el pasado y en la actualidad. En las guerras quienes más rédito obtienen de las mismas son el complejo militar industrial que provee de armas de exterminio masivo a ambos bandos. No es una novedad que las armas que utilizaba Japón en la segunda guerra mundial le eran vendidas por empresas de armamentos inglesas y americanas.
Por lo tanto las guerras, y fundamentalmente las guerras en el capitalismo, son una excelente oportunidad de negocios para la burguesía, tanto por la posibilidad de apoderarse de recursos naturales como de desarrollar su industria armamentista.
Los genocidios, las matanzas, las brutalidades de la guerra son un subproducto de la guerra misma. En la guerra el hombre ve liberado su instinto tanático y sin el control de la cultura y de la ley se convierte en una fiera asesina en busca de sangre, y el sufrimiento del otro no hace más que aumentar su apetito voraz.
A pesar de que existe una convención de Ginebra que trata de tipificar delitos de lesa humanidad, crímenes de guerra, nunca se ha conocido una guerra humana (en la guerra la espiritualidad no existe) y aunque al final de las guerras se constituyan tribunales de juzgamiento de los criminales de guerra, por lo general los que son juzgados son los vencidos, aunque en la guerra las atrocidades siempre son cometidas por ambos bandos en pugna.
La pregunta que flota es: ¿Si el ser humano es violento y destructivo como pudieron existir hombres como Ghandi, Jesucristo, Buda, que a lo largo de su vida enseñaron la no violencia, la necesidad de bregar por la concordia entre los hombres?
En este punto es necesario hacer una aclaración, los seguidores de estas personas (de cuya nobleza nadie duda) generaron estados o instituciones de profunda violencia, la iglesia cristiana tiene en su haber millones de muertos por cruzadas, inquisiciones, guerras religiosas, etc. La India (estado fundado por Ghandi) es uno de los pocos países que posee tecnología nuclear de exterminio masivo, y ha protagonizado guerras (bajo la dirección de los discípulos de Ghandi) en las que se asesinó a millones de personas y aun dentro de sus límites estatales se explota salvajemente a sus ciudadanos y las asimetrías sociales son vergonzosas.
Tampoco es un ejemplo la vida en los llamados Estados Socialistas como la URSS, China, Viet Nam, etc., dado que en ellos al ahogo por el despotismo de los dirigentes se suma la desigualdad vergonzosa en términos de oportunidades de vida. Los ciudadanos de la URSS prefirieron el calvario de volver a un capitalismo salvaje antes que seguir viviendo en el infierno en el capitalismo monopolista de estado instaurado por Lenin.
Inhibe este relato la posibilidad de bregar por una sociedad en la que sus miembros puedan convivir en igualdad. Por supuesto que no, es posible (aunque no a corto, ni a mediano plazo) que la humanidad llegue alguna vez a un estado social en el que todos puedan ser felices. Esa sociedad fue imaginada por Marx en uno de sus libros (La Ideología Alemana) un texto poco visitado por los marxistas en el que describe una sociedad de placer y concordia, la sociedad comunista, en la que cada uno aporta según su capacidad y recibe según su necesidad, donde, al decir del Che Guevara, los estímulos para la creación y la producción no son de corte material, sino que son estímulos espirituales.
Pero para que esa sociedad llegue debe existir un cambio profundo en la estructura de pensamiento y en la conciencia de los hombres, no basta con tomar el poder en un país (como en Cuba por ejemplo) porque si el cambio de conciencia no ocurrió, estaremos construyendo un estado autoritario en el que unos pocos disfrutaran del trabajo del colectivo como en el capitalismo.
La construcción de una nueva sociedad comienza en las entrañas mismas de la vieja -así lo hicieron los burgueses- y el cambio tiene lugar cuando la conciencia de la clase revolucionaria se hace carne en todos los ciudadanos. Pero a las vez también supone la necesidad de que el cambio no sea el producto de un líder, tampoco de un grupo de iluminados (el partido revolucionario), ni de una generación, el cambio de pensamiento que posibilita la transformación social se da por la Acumulación de cantidad a nivel de la conciencia social para que en algún momentos se produzca el salto en calidad que es la transformación misma.
Y esa acumulación en cantidad es lo que diariamente se hace en la educación (tanto escolar como en la vida misma) enseñando a pensar críticamente, a ver al otro como uno mismo, a solidarizarse con el sufrimiento ajeno. Educar para el futuro es enseñar a reflexionar, formulando una ética trascendental que hace que el hombre sea honrado porque así lo siente, que no responda a las agresiones, que predique la paz con sus actos de vida, que su honestidad sea hacer lo que dice como indicaba Platón a sus discípulos, es enseñar a amar al semejante y ese acto de amor debe ser tal que me lleva a despojarme del egoísmo y las vanidades, a producir bienes materiales o espirituales para mejorar a la sociedad en su conjunto porque si la sociedad mejora, yo que soy parte de ella también lo hago, a no ser codicioso deseando tener bienes que en mi vida podre disfrutar, a cooperar con mis semejantes, porque las grandes obras son el producto de la cooperación que no pide nada a cambio, solo la satisfacción de haberlo hecho.
Solo si todos los seres humanos son capaces de sobreponerse a las mezquindades, a la violencia, y en ese camino son capaces de resistir los actos despiadados de quienes son los beneficiarios de la sociedad de clases, imponiendo la voluntad a la represión, la resistencia civil a la injusticia, de convocarse por encima de las diferencias entre quienes tienen la voluntad de un cambio real, estarán sembrando las simientes que madurarán algún día y producirán el árbol fecundo que alimentará a todos los espíritus en una sociedad de concordia.
Hasta la próxima
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