martes, 5 de junio de 2012

Revolución y cambio social.


Estos son los términos de uso frecuente en los diferentes espacios políticos vernáculos. El problema de los términos es cuando se hace un uso abusivo y dilatado de los mismos.
Si recorremos las páginas de los medios informativos, libros, escuchamos programas políticos, etc., nos encontraremos que ambos términos se hallan presentes en los relatos de actores de diferentes posicionamientos en el espectro ideológico.
El término revolución, fue usado por dictaduras militares, como por ejemplo la llamada “Revolución Argentina” como denominaron al golpe contra Illía los militares en 1966 o la “Revolución libertadora” nombre que acuñaron Aramburu y los golpistas de septiembre de 1955, en algunos partidos de centro derecha es también posible encontrar la palabra revolución como parte de su denominación, como por ejemplo el Movimiento Nacional Revolucionario de Bolivia, o el Partido Revolucionario Institucional de México.
Una primera conclusión, muy obvia por cierto, el uso abusivo del término revolución ha hecho que pierda significancia. Etimológicamente revolución proviene de revolvere, que implicaría dar vueltas. En algún sentido revolución sería mas que evolución, una re – evolución, llevar las cosas a un salto de carácter cualitativo. 
Por lo tanto la revolución en sentido estricto es un proceso que cambia todo lo existente, modifica todas las instituciones y desde una perspectiva instituyente, reordena la sociedad en un nuevo contrato social, totalmente diferente al existente. 
La revolución, para ser tal, debe contener algunos elementos fundamentales, la noción de cambio total y permanente, la idea de la acción colectiva, para lograr ese tipo de cambio social es necesario que todos o la gran mayoría de los ciudadanos adquieran una conciencia revolucionaria, es decir que integren a su experiencia la idea de cambio y se conviertan en actores significativos del mismo y un proyecto colectivamente construido, no por elites de cualquier tipo, sino por aquellos que son destinatarios del nuevo pacto social. La revolución, como enseñaba Castoriadis, implica necesariamente el paso de una sociedad heterónoma, es decir regida por normas que vienen desde fuera del colectivo social, tanto en el tiempo como en la participación, a una sociedad basada en la autogestión, en la que las nomas no las hacen los políticos, los iluminados, los dirigentes, sino que se producen en el seno de la sociedad con participación de todos.
La revolución no es cuestión de tiempos cortos, mas aun los cambios sociales más profundos, el capitalismo por ejemplo, no fueron realizados, ni por una persona, ni siquiera por una generación, se construyó a lo largo de siglos de cambios pausados en los que intervinieron millones de seres humanos separados por siglos en sus existencias individuales. No hubo un escrito fundacional, sino muchísimas obras que aportaron ideas a la construcción del sistema (Smith, Diderot, D´Alambert., Rousseau, etc.) o inventos que lo hicieron posible (Watt y la máquina de vapor, Cropton autor de la máquina de tejer, Hargreaves que inventó el torno de hilar, Savery construyó la primera bomba accionada con vapor, Fitch construyó el primer buque a vapor, Trevithick hace funcionar la primera locomotora arrastrada por una caldera a vapor).
El capitalismo revolucionó, en el sentido etimológico del término la vida cotidiana de los seres humanos y se convirtió en un sistema social hegemónico en el desarrollo de nuestra especie.
También produjo la escisión de las sociedades humanas en clases claramente diferenciadas, los poseedores de los medios de producción (fábricas, campos, comercios) y los que solo tienen su fuerza de trabajo para poder conseguir su sustento, entre ellas se sitúan una serie de clases y sectores de clases intermedias que actúan como colchón social a las contradicciones del sistema, dotándolo de una increíble flexibilidad que le garantiza perdurar en el tiempo.
La noción de cambio es mucho más estrecha y menos estricta que la de revolución, proviene del Latín cambiare y actúa como sinónimo de trocar, muy usada en el comercio. En castellano la palabra es polisémica ya que se puede referir a cambiar cosas, cambiar las cosas, cambiar de estado, y en política se usa frecuentemente para denotar el deseo de modificación de un estado de situación por otro, sin llegar a tener la altisonancia del término revolución.
Es mucho mas frecuente en el marco del capitalismo hablar de cambio, que de revolución. El cambo propuesto puede ser formal o sustancial, pude ser corto o largo, puede ser aplicado a todos o solo a algunos sectores sociales, puede ser positivo para unos, negativo para otros.
Podría decirse que cambio es el vocablo estrella de la política. Si un actor es elegido para la gestión de lo público necesariamente deberá demostrar que ha realizado cambios que favorecen a la totalidad de los actores sociales, si un partido es opositor necesitará criticar los cambios de gobierno y mostrar una agenda de cambios, a la que tratará de hacer visualizar, como de cambios reales, frente a los cambios “ficticios” de quién ejerce el gobierno. 
Si analizamos las campañas proselitistas veremos que el cambio esta en todos los partidos, tanto de derecha o de izquierda, los llamados progresistas o los denominados conservadores, todos van por el cambio.
Mas aún, si el lector lee atentamente la propaganda política en épocas electorales, encontrará que un candidato que participó en un gobierno del partido X, al que a lo mejor le fue mal en la gestión, dirá que lo voten porque es el candidato el cambio.
Es por ello que cuando encontramos la palabra cambio es necesario que nos preguntemos sobre la historia del actor político que lo enuncia, que exijamos su programa de gobierno, que observemos su plataforma política, y fundamentalmente que pongamos en tela de juicio todo lo que los políticos prometen, recuerde amigo lector, a aquel ilustre político que sentenció “un político promete muchas cosas que sabe que no va a cumplir, y luego hace muchas cosas que nunca prometió”.
Tratemos ahora de unir estas palabras en una reflexión que esté vinculada a la experiencia de nosotros, los ciudadanos de a pie.
Churchill decía que un joven que no es revolucionario es una contradicción y un adulto que sigue siéndolo una estupidez. Creo que muchas veces debemos aceptar que con el paso de los años y la experiencia los seres humanos vamos modificando nuestras ideas. También las sociedades son colectivos llenos de vida que en su proceso de maduración van modificando sus imaginarios sociales y al igual que sus componentes, a veces los cambios en el imaginario pueden ser progresivos o retrógrados. 
Veamos un ejemplo, en los setenta la mayoría de los jóvenes creía en una revolución inminente, un cambio drástico en la sociedad que instalaría la igualdad social y la libertad total en las relaciones internas de la misma.
Las concepciones que mayor cantidad de adherentes tenían se referían a la necesidad de construir una sociedad socialista, al rol de la violencia en el cambio, a la necesidad de construir un partido que liderara el cambo social, etc. 
Casi todos los jóvenes estaban de acuerdo con la necesidad de cambiar la sociedad capitalista y de que ese cambio se produciría en un tiempo relativamente corto. El atajo que hacía visualizar el cambio como mas rápido era la lucha armada y los partidos políticos de la izquierda en sus distintas variantes adscribían a la guerra popular prolongada, a la insurrección armada, etc.
Muchos de los que aceptaban la violencia como un mal necesario, que no veía otra forma de cambio que el cambio rápido y brusco, fueron asesinados por la dictadura militar, algunas veces cayeron en combate contra el ejército en una lucha desigual con final predecible, la mayoría fueron asesinados en los campos de exterminio montados por el llamado “Proceso de Reorganización Nacional” y los que sobrevivieron o se debieron marchar al exilio o refugiarse en un exilio interno.
Muchos de los que sobrevivimos a la dictadura hoy podemos realizar algunas reflexiones que queden como experiencia para las nuevas generaciones. 
Pero esas reflexiones deben tomar como dato, además de lo que pasó n nuestro país, lo que aconteció en lo llamados socialismos reales, lo que les ocurrió a muchos jóvenes revolucionarios en el mundo. 
Debemos ver en primer lugar si la ecuación entre sangre derramada, inteligencia perdida, valores ausentes, contra los logros obtenidos es satisfactoria. Imagine el lector lo que sería de nuestro mundo actual, si grandes intelectuales como Rosa de Luxemburgo, León Trotsky, Karl Liebnick, Bujarin, Kamenev, o las víctimas del castrismo como Camilo Cienfuegos, el General Ochoa (héroe de la guerra de Angola), los muertos de Tian An Men en China y tantos caído o en las purgas de los socialismos reales, en las guerras civiles, etc., hubieran tenido la vida biológica que le cabía sino hubieran sido asesinados. 
Fueron acaso necesarios los resultados catastróficos de las dictaduras de izquierda y de derecha que asesinaron a tanta gente en todo el mundo, después de dos siglos de revoluciones que siguieron a la “Gran Revolución Francesa” el capitalismo continúa siendo el sistema económico hegemónico en la tierra, aun con su explotación, sus masacres, sus diferencias sociales. 
Tal vez es hora de pensar en cambios y revoluciones con un contenido más auténtico de las palabras y con tiempos que no sean tan apresurados, aun cuando sepamos que nosotros no podremos ver la sociedad que nos imaginamos.
Hasta la próxima

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