miércoles, 13 de julio de 2011

Que somos cuando decimos quienes somos

En estos últimos días, plagados de información electoral, asistimos a una parafernalia de definiciones de los argentinos.
Los políticos, los periodistas, los faranduleros, todo el mundillo de los mass media se preguntan quiénes son los porteños, los santafesinos, los argentinos y se ensayan una multitud de identidades que pretenden resolver el enigma de porque se vota como se vota.
El dato nuevo es el intento de definir la eficacia del voto  través de una cierta identidad colectiva. Esta operación intelectual no es nueva en Argentina, y es una simple copia de lo que hacen los comunicadores en diferentes partes del mundo.
La identidad de los argentinos puebla las imágenes y las páginas humorísticas de muchos productos editoriales de diferentes países. Los argentinos somos vistos como megalómanos, con esa impronta de que Dios es argentino, que somos los mejores en todo, también se nos atribuye ser los mejores verseros, los que hablamos con un tono de dulzura, como los que creemos que somos los mejores amantes etc.
El primer error del intento de dotar a un colectivo de una identidad consiste en la generalización que ello implica, un argentino puede tener una identidad común con un alemán o un norteamericano mayor que con otro argentino. Por ejemplo un obrero argentino comparte con sus pares alemanes o norteamericanos su identidad de trabajador, identidad que no comparte por ejemplo con un burgués dueño de un fábrica, allí encontraríamos identidades de clase compartidas más allá de las nacionalidades.
Este error tiene consecuencias en la manera de conceptualizar a la sociedad. La equivocación más típica del populismo, es adjudicar identidades colectivas a actores sociales de un determinado país. Por ejemplo la noción de pueblo, cuando nos referimos al mismo, ¿a qué hacemos referencia?, ¿qué intereses comunes existen en el pueblo?
El pueblo es una noción que puede ser utilizada para referir a colectivos sociales que comparten intereses comunes, pero solo a condición, de que esos intereses satisfagan el interés de cada uno de sus integrantes, por ejemplo los pueblos aborígenes resisten la denominación de pueblo, pero no es correcto cuando se trata de designar a colectivos que tienen intereses heterogéneos.
En nuestro país, como ocurrió en diferentes períodos históricos en distintos lugares, es frecuente que se utilice la noción de pueblo en el segundo sentido. Pero la pregunta es qué tiene de común un trabajador (miembro del “pueblo”) con un empresario, un financista, etc. Para llevar al ridículo la noción de pueblo, podríamos decir que el mismo está integrado por un ladrón o un homicida y un policía, el pueblo aúna dentro del concepto sujetos sociales que tienen intereses antagónicos, y entonces, cual es la utilidad de este concepto. Pues bien, el populismo tiene mucho aprecio por la noción de pueblo porque permite ocultar las contradicciones existentes en la sociedad, tratando de aparentar la comunidad de intereses entre quienes son lo contrario, pares antagónicos en el desenvolvimiento social.
Y podemos encontrar una tercera noción incorrecta, la noción de que en la argentina encontramos un “pueblo” que tiene intereses comunes, que comparte una suerte de gen, el gen argentino que definiría la igualdad de los integrantes de este “pueblo”.
La Argentina es un territorio poblado por una multiplicidad de etnias, algunas originarias, otras, producto de la inmigración de los siglos XIX y XX, que hizo que en nuestro país haya una de las mayores diversidades genéticas. Este “pueblo argentino” está compuesto por sujetos que cuando les conviene se llevan cuantiosos recursos financieros a otras partes más redituables[1], por los integrantes de los sectores medios que ante las crisis no dudan de cambiar su pasaporte argentino[2] por el español o el italiano y migrar a Europa. Los integrantes del “pueblo” a diferencia de los pueblos originarios no obran en función del colectivo, sino que se desenvuelven guiados por su interés particular.
Existe otro interés unido al concepto de pueblo, es la noción de caudillo. El caudillo es quien dirige al “pueblo”, y éste deposita en aquel toda su confianza y lo sigue acríticamente, sin cuestionarlo. Nuestro país sufrió largas guerras civiles en el siglo XIX producto del enfrentamiento entre los caudillos de las diferentes regiones. Es así que se libraron más de trescientas batallas entre unitarios y federales, entre federales, entre unitarios, entre caudillos aliados y antagónicos, entre caudillos antagónicos, etc.
El caudillismo es una forma anacrónica de dominación basada en la confianza ciega que el colectivo tiene en un caudillo carismático, que por lo general convence al mismo de que su proyecto individual es el proyecto de todo el pueblo.
Al ser un proyecto personal se constituye en un conjunto de ideas clientelares y familiaristas que no tiene una planificación a largo plazo, el poder del caudillo reside en la posibilidad que tiene de hacer favores a sus seguidores lo que lo siguen por su carisma y por su condición de atender sus necesidades o laudar en los pleitos. Es además una rémora de la sociedad feudal y no es casual que esta estructura se corresponda a relaciones de producción pre capitalistas que subsisten en espacios nacionales poco desarrollados y con un fuerte componente de pobreza e ignorancia.
En el siglo veinte asistimos a la presencia de algunos caudillos carismáticos que ejercieron este tipo de dominio, Irigoyen en los años veinte y Perón en los Cuarenta y cincuenta.
La sociedad se compone de individuos que se agrupan en organizaciones con intereses heterogéneos, y que pugnan por hacer prevalecer sus intereses dentro de los colectivos.
Esos individuos desarrollan representaciones sociales y efectúan atribuciones de sentidos a aquellas personas que, formando parte del estrato burocrático que constituyen los políticos, se insertan en la burocracia de gestión. Esa atribución de sentido conforma las diferentes subjetividades que existen en una sociedad determinada en un momento histórico social.
No son ni buenas ni malas, las personas que interactúan en una sociedad determinada actúan de acuerdo a las ideas que se construyen desde estas subjetividades, las que se configuran por la acción de los mass media, por las tradiciones sociales existentes, por la acción formativa de la educación tanto escolar como familiar, por la presión social que ejercen los grupos de amigos, por los intereses específicos que tiene cada uno de los sujetos, etc.
Cuando nos preguntamos porque ganó Macri en todo Capital Federal, debemos buscar la respuesta en las características de la subjetividad de los porteños. En primer lugar, cuánto es el tiempo que gobernó en ese territorio una fuerza política, no digamos de izquierda, sino de centro. Tan solo en los pocos años que estuvo Ibarra y que fue desalojado por la presión de vecinos en el caso de Cromagnon. El resto del tiempo el voto de Bs. As fue orientado mayoritariamente hacia los políticos de derecha (De la Rua, Macri, etc.). Más aún, durante la crisis del campo, cuando las patronales agrarias codiciosas (emparentadas con el apoyo a la terrible represión de la última dictadura) salieron a la calle a pedir mayores beneficios para el sector, una gran cantidad de porteños salieron a apoyarlas.
Lo raro no es que gane Macri con el 47%, lo raro es que Filmus y Solanas, con un imaginario más centrista, hayan logrado más del 40% por ciento de los votos en la Capital Federal.
Ahora, porque Macri, que tiene pocas condiciones de líder, que fue a elecciones con un discurso desprovisto de contenido, precedido de una acción de gobierno plagado de denuncias de corrupción, de represión a indigentes, de ineficacia en la gestión, cosechó tantos votos. En primer lugar, porque basó su campaña en el modelo neoliberal de sujeto individualista tan arraigado en los sectores más favorecidos de la sociedad porteña. El P.R.O., apoyado por el repiqueteo del discurso de los monopolios mediáticos,  instaló una idea que en la burguesía y pequeño burguesía porteña, se introduce con facilidad, y es la afirmación que la situación económica favorable que tienen, no se debe a la acción de gobierno, sino a la capacidad de trabajo y creatividad de cada uno de ellos, la bonanza económica, no es una cuestión social, sino una mera cuestión de esfuerzo individual.
En segundo lugar , la subjetividad porteña se encuentra permeada por el imaginario de que el kischnerismo es de izquierda[3], corrupto, ateo, etc. O acaso el lector piensa que ese electorado de derecha de Capital vio con buenos ojos la ley de matrimonio igualitario, el juzgamiento a los responsables del genocidio, etc.
Para analizar los resultados de las elecciones de Capital es necesario tener en cuenta este dato de la realidad, nuestro país no es un colectivo con ideas progresistas o de izquierda. El hecho que en algún momento, algún político de izquierda haya cosechado algunos votos, no quiere decir que el electorado tenga un concepto transformador de la sociedad. El argentino actual, y más aún el capitalino, es un sujeto estático, que no quiere oír hablar de cambios, palabra que por demás ha perdido todo contenido al ser usada masivamente por sujetos de diferentes posturas políticas. Es un ciudadano que piensa más desde su interés personal, que en proyectos colectivos que tienen horizontes de visibilidad de largo alcance.
El imaginario revolucionario de los setenta fue sepultado junto a los miles de desaparecidos  y la represión salvaje de la dictadura, hoy es necesario empezar de nuevo, reconstruyendo los valores olvidados, uniéndonos entre los que somos las víctimas del sistema, no confiando en aquellos políticos burgueses que buscan usarnos para profundizar la iniquidad social.
Es el momento de impulsar el debate por la autonomía social, por la unión de los que no tienen voz, los piqueteros, los okupas, los explotados, para lograr un nuevo horizonte de futuro en Argentina.  
            Hasta la próxima

[1] Se calcula que la cantidad de dólares que los burgueses que forman parte del llamado “pueblo argentino tienen en el exterior es equivalente a nuestra deuda externa.
[2] Esto no es una crítica sino una constatación empírica
[3] NO olvidemos el decurso de las patronales agrarias alertando a que quieres cambiar la bandera por “un sucio trapo rojo” o la idea de que la presidenta y todo el gobierno son montoneros, etc.

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