Hoy se cumplen 17 años del atentado más violento que registran los anales terroristas de nuestro país. Aquella mañana, mientras estaba en casa, mi hija Ana paula, con sus tímidos 6 años, compartía el balcón del departamento de sus tíos con su hermano de 14, cuando el estrépito desencajó la Buenos Aires del primer mundo que nos había vendido un caudillo del interior, que mientras cambiaba sus ideas transmutaba su fisonomía, tal vez para parecer más rubio y europeo o asemejarse a su ídolo, el presidente WASP de los EE.UU de esa época.
En la orgía de vanidades que embriagaba a los argentinos de la década del noventa, nos enteramos que el supuesto primer mundo no venía solo, traía consigo las atrocidades que en ese momento golpeaban los distintos paisajes de Europa y el resto del mundo.
Es muy difícil explicar el porqué de la insensatez, de la irracionalidad que segó tantas vidas humanas (ni argentinos, ni judíos, ni franceses, seres humanos), que rompió tantos sueños, que destruyó tantas familias.
Mi lazo con el pueblo judío es de muy largo tiempo, siempre compartí algo con él, tal vez por ello, aunque no soy paisano, mi primera novia era judía, la madre de mis hijos también lo es.
Existen muchas cosas que me asombran de ese pueblo, la unión que produce su libro colectivo, el Talmud, que es una obra que recoge principalmente las discusiones rabínicas sobre leyes judías, tradiciones, costumbres, leyendas e historias, un código de existencia que mantuvo unido a ese pueblo en las peores circunstancias.
Tal vez me impactó mucho el relato de Howad Fast, quien en “Mis gloriosos hermanos” describe la rebelión de los macabeos en el año 167 antes de cristo y relata con crudeza la epopeya de los judíos en la búsqueda de su liberación de la elite macedonia gracoparlante que dirigía el impero Seléucida, o el relato bíblico del cruce del desierto en busca de la tierra prometida.
Reconozco que es una generalización, pensar que todos los integrantes de un colectivo social son iguales, entre los judíos, como entre cualquier pueblo existe la doble contradicción, tienen raíces y costumbres que los hermanan, (como ocurre con nuestros pueblos originarios de la América Latina) y diferencias sociales que los separan, pero merecen todo el respeto porque constituyen un ejemplo de perseverancia y lucha contra la opresión y la discriminación.
Entonces, como podíamos sentirnos cuando la mano anónima y cobarde del asesino nos atacó aquel 18 de julio de 1994, poniendo una bomba en la A.M.I.A., porque todos los seres humanos que creemos en la vida fuimos cobardemente agredidos en ese atentado, y de alguna manera una parte de nosotros se fue con la A.M.I.A.
Y si creíamos que todo terminaba allí, que la violencia ejercida sobre nosotros se limitaba al atentado, estábamos muy equivocados, en los años posteriores fuimos víctimas de una violencia mayor que la explosión, fuimos burlados por representantes políticos, jueces, policías corruptos que consagraron la impunidad, no solo de los autores materiales, sino de aquellos que ni siquiera estaban o están en nuestro territorio.
Año tras años, los familiares de las víctimas asistieron al dramático rito de recordar a sus ausentes, año tras año reclamaron justicia, y la justicia no llegó, quedó encerrada en los laberintos de la conspiración de los necios que creen que se puede tapar el sol con la mano.
Algunos delos responsables del encubrimiento ya son ancianos y confunden la inflación mensual con la anual o no pueden recordar el nombre del ministro de economía que nombrarían si ganaran, pero otros, que eran muy jóvenes en aquellos años continúan en la política activa.
Esos, los que hacen gala de su humanidad, son los mismos que nombran a acusados de complicidad con el atentado, en cargos de seguridad y dicen afanosamente que son buenos policías.
Esos, son los que usan sus fuerzas de seguridad para perseguir y agredir a los más vulnerables de la ciudad.
Esos son los que avalan la ilegitimidad de las patronales agrarias cuando cortan rutas para aumentar los réditos de su avaricia y se rasgan las vestiduras cuando los piqueteros cortan una calle.
Esos, son los que claman por castigo a los pobres que ocupan predio reclamando lo que la constitución le otorga y que los políticos les niegan, una vivienda digna.
Esos son los que reclaman justicia para los poderosos porque les brindan mendrugos de cámara, o les hacen campaña, pero piden mano dura con los pobres que roban casi siempre por extrema necesidad y porque son excluidos en una sociedad de privilegios.
Esos son los que no sostienen su discurso hipócrita, preconizando luchar contra la corrupción y son más corruptos que lo que critican.
Y entonces, la bronca contra la impunidad que gozan los responsables del atentado contra la A.M.I.A. se vuelve desazón y angustia cuando vemos que los propios miembros de la comunidad agredida van de la mano de los agresores haciendo campaña con “esos” que seguramente no sienten ni siquiera pena por lo que pasó. Y para colmo dicen ser rabinos y se jactan de su “intelectualidad”. Es conveniente recordarle a “esos” que además dicen ser guías espirituales, que un intelectual es ante todo un provocador que interpela a la sociedad contra la injusticia de los poderosos, y no un genuflexo que sirve a los más ricos y acomodados de la sociedad.
Y ya que recordamos a los intelectuales, es bueno compartir nuestra bronca con los artistas, sobre todo aquellos artistas que levantan su arte contra la opresión, aquellos que manifiestan su indignación con los comportamientos de quienes deberían ser la parte más avanzada de nuestra sociedad, aquellos que por tener a su disposición todos los modos y herramientas de pensamiento deberían ser críticos de los fariseos que entran a nuestro templo, la sociedad argentina. No critico a Fito Páez, como criticar a quien puso de manifiesto la azorada conciencia de muchísimos argentinos que vieron a los porteños votar por “esos”, pero también trato de comprender a quienes votan por sus verdugos, que votan por los que los someten a un caos de tránsito, que los humillan obligándolos a transitar por un ciudad llena de basura, que creen que a lo pobres hay que darles palos y palabras necias. Trato de entender el potencial de los medios de comunicación que ven en Macri al defensor de la derecha oligárquica que nos desprecia por ser tan solo mano de obra barata y no ciudadanos tan dignos como ellos.
En el acto de hoy habló un representante de Memoria Activa, tal vez el grupo más digno de los que produjo la A.M.I.A., pero más allá del interés y el valor de su discurso, es importante la significación que encierra el concepto de “Memoria activa”, el llamado a ejercitar la memoria, a reconocer a todos los cómplices del atentado, a los externos que están refugiados en sus espacios jerárquicos de un país islámico y a los ejecutores materiales e intelectuales locales, pero también a quienes fueron cómplices con sus dichos, sus maniobras de ocultamiento, de dilación, y a quienes con el antisemitismo militante o no, fueron también parte de la conspiración, a aquellos que callaron, que dijeron que era una pena que también hallan muerto argentinos, como si los miembros de la comunidad judía no lo fueran, a los que cada día humillan nuestra dignidad discriminando seres humanos por su apariencia, por sus enfermedades, por sus diferencias.
Y entonces sí, como dijo Fito, algunos sujetos que pueblan Buenos Aires, y todo el país merecen nuestro asco, sin remordimientos, porque si no los repudiamos ahora, si no repudiamos el huevo dela serpiente que anida en nuestra sociedad, estamos condenados a repetir la ignominia, y los seres humanos no nos merecemos ni A.M.I.A., ni las Torres Gemelas, ni ninguna muerte atroz en nombre de ideas sean religiosas o revolucionarias.
Hasta la próxima.
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