lunes, 13 de junio de 2011

Intelectuales política y poder.

En estas líneas trataré de trazar una trayectoria de la construcción de los intelectuales y su relación con la política y el poder.

En algunos casos recurriré a autores que han tratado el tema y en otros pondré en juego mis propias ideas al respecto.

Según Christophe Charle, quien se formula la pregunta: "¿Por qué los 'intelectuales', en el sentido del caso Dreyfus, aparecieron como grupo, como esquema de percepción del mundo social y como categoría política, en esa época (1880-1900) de estabilización de la República y de la democracia?"[i] Para el autor, la significación de los intelectuales cobra real sentido si se considera que los mismos son parte de un campo de poder y les asigna tres derechos fundamentales, el derecho a escandalizar a la sociedad, el derecho a coaligarse en pos de la defensa de las causas justas y el derecho a utilizar el poder simbólico que implican los títulos que los mismos pueden exhibir.

Existe un cierto consenso a reivindicar como punto de surgimiento de  los intelectuales, el caso Dreyfus, donde Emile Solá arremete contra todos los privilegios sociales editando su conocido “Yo acuso”, que hiciera temblar al establismet Francés, pone de manifiesto los prejuicios sociales y el intento de impunidad que tiene como centro de la escena a las injusticias cometidas con un humilde Capitán judío de ejercito galo.

Desde hace mucho tiempo viene discutiéndose el rol de los intelectuales en la sociedad, para introducirnos en el tema nada mejor que convocar a uno de los intelectuales que más trabajó sobre el tema, Antonio Gramcsi: No hay actividad humana de la que se pueda excluir toda intervención intelectual, no se puede separar el ‘homo faber’ del ‘homo sapiens’. Cada hombre, considerado fuera de su profesión, despliega cierta actividad intelectual, es decir, es un ‘filósofo’, un artista, un hombre de buen gusto, participa en una concepción del mundo, tiene una consciente línea de conducta moral, y por eso contribuye a sostener o a modificar una concepción del mundo, es decir, a suscitar nuevos modos de pensar. [ii]

Ahora bien, no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales. Es por ello que reservamos el término en un sentido estricto a aquellas personas que utilizan su intelecto como medio de vida.

Tampoco podemos afirmar que todos los intelectuales son lo mismo, en los procesos sociales encontramos diferentes tipos de intelectuales, aquellos que solo usan su intelecto para desempeñarse en la sociedad (periodistas, escritores, artistas, académicos, etc.) y otro grupo que participa delos conflictos sociales defendiendo los intereses de una clase social determinada, a estos últimos Gramcsi va a denominar intelectuales orgánicos o de clase.

En este punto de nuestra charla es interesante establecer la diferencia entre el intelectual y el político. Una persona puede ser un intelectual orgánico de un determinado grupo social, pero ello no quiere decir que se involucre en las estructuras internas de las organizaciones que dicen defender el interés de ese determinado grupo social. El político es un intelectual que hace opción por un determinado “partido” en el sentido de parte de la sociedad, y que desarrolla acciones tendientes a acumular poder a través de la acción política, en cambio un intelectual orgánico hace opción por un determinado grupo social, pero no necesariamente participa de uno de las fracciones políticas que se arroga la defensa de los intereses de ese grupo social.

La organicidad del intelectual estará determinada por la mayor o menor cercanía que el mismo mantiene con el grupo social al que adhiere y cuyos intereses pretende defender, pudiendo operar tanto desde la sociedad civil (conjunto e organismos privados en los que se verifica el debate ideológico que tiene como material de origen las discusiones que espontáneamente desarrollan las masas) como en el nivel del Estado y toda la superestructura jurídica.

Gramcsi solía afirmar que el político se guía por el optimismo de la voluntad y el intelectual se rige por el pesimismo de la inteligencia. Es decir, el político es un constructor de poder que intenta llegar  gestionar la sociedad, debe necesariamente apoyarse en el yo puedo, no tiene espacio para la duda, y su voluntad es poder, mientras que el intelectual es un eterno interpelador e la sociedad, es quien señala al político los Límites de su exitismo, quien critica su falta de coherencia, quien exige profundizar los debates.

Podría decirse que el intelectual tiene como principal herramienta de trabajo la crítica, para él cada respuesta habilita nuevas preguntas, cada reflexión no cierra el debate, abre nuevos caminos del discurso. Frente al político que nos dirá lo que hay que hacer, o lo que hizo, el intelectual preguntará porque se hizo, para que se hizo, si se podría haber hecho de otra manera.

A mi manera de entender, cuando un intelectual se incluye en una organización política, deja de serlo, para convertirse en un político o en un gestor. En ambos casos pierde su independencia de criterio y pasa a ser parte de una estructura que cercena su capacidad crítica, su papel de interpelación al todo social, pasa a ser parte de una ideología como sistema de ideas que responden a una mirada fraccional de lo social.

Ejercer la crítica no define al intelectual como el actor social que traza los lineamiento de la acción, del sector social al que adhiere, porque el intelectual usa la crítica como herramienta de desarrollo del pensamiento social y l autocrítica para lograr instalar en su propio sector el debate sobre el hacer y el pensar de ese fragmento social. Por eso decimos que un intelectual más que definir el camino a transitar, realiza las preguntas y señalamientos que les permitirá a los actores sociales elegir el camino.

Este tema es de fundamental importancia en la Argentina de hoy, en tanto ha comenzado a exponerse en los medios de comunicación los debates entre intelectuales que parten de diferentes posicionamientos teóricos, epistemológicos, sociales y políticos.

Durante la década del noventa los los mass media giraron hacia una práctica discursiva que se sostenía en la imagen como vehículo de comunicación y que implicaba formatos comunicacionales que privilegiaban el esparcimiento, la falta de contenidos y la chabacanería, fue lo que se llamó la tinelización de la televisión o más sencillamente la T.V. basura. Se trataba de poner en sintonía a los medios más populares, con el intento de construir una sociedad frívola, poco interesada en pensar y reflexionar y dada a una suerte de epicureísmo social.

Los costos de estas políticas de la era menemista fueron ingentes, se banalizó la vida en sociedad, se dejó de lado el cuestionamiento al poder, se privilegiaron el consumo y un imaginario de goce perpetuo por sobre el esfuerzo conjunto y solidario en la construcción cooperativa de lo social; y cuando la ficción dio lugar a la cruda realidad el país se vio inmerso en una gigantesca crisis que tuvo como saldo la caída de gobierno y un importante número de muertos por las fuerzas que reprimieron salvajemente la protesta social.

Hoy la realidad es muy diferente, parecería que lentamente se está instalando en nuestra sociedad la necesidad de debatir todo entre todos, en la vida cotidiana se discute política, aumenta la producción bibliográfica sobre la temática, y en lo mass media encontramos como reflejo un incremento de los programas que apuntan a desarrollar ese debate. Ya no es infrecuente sintonizar propuestas televisivas que reúnen a un grupo de ciudadanos que debaten diferentes problemas sociales y políticos (toma de un predio, piqueteros, ley de medios, etc.).

A esto, se le agrego un ingrediente nuevo, la participación e esos debates de los intelectuales. Este dato que podría ser auspicioso, tiene una arista sumamente negativa, existe una acción de cooptación de los intelectuales de parte de los diferentes sectores sociales dominantes, y de los medios de difusión masiva que responden al interés de esos sectores, que integran a su staff a muchos intelectuales con el fin de que se constituyan en plumas sostenedoras de sus intereses, desarrollando una labor intelectual a su servicio.

El debate en lugar de enriquecerse se empobrece y asistimos a intelectuales (algunos de ellos de gran prestigio) que en lugar de analizar la realidad social y ejercer la crítica sobre lo dicho y hecho por la sociedad, se convierten en defensores a sueldo de los centros hegemónicos de poder (de cualquier tipo o signo), dejan de cumplir su rol de provocadores, dejan de estar en el lugar del malestar que aguijonea cual tábano inquisidor a una sociedad que hasta ahora parecía dormir y que comienza a despertar de un largo sueño e inacción y empieza a desperezarse y a participar en la política entendida como un hecho ciudadano que debe concernir a todos.

Esos intelectuales han elegido el camino fácil del elogio sin contenido y la comodidad que brinda el soporte de los monopolios mediáticos para expresarse y adquirir visibilidad social.

En definitiva han decidido abandonar el espinoso camino que implica el pensamiento reflexivo y crítico que nos condena a la soledad y al ostracismo social, para poder concitar un poco de reconocimiento que los acerque a los cenáculos de la fama. Se trata de un farandulización de los intelectuales, porque a semejanza con lo que ocurría en los noventa donde la política se farandulizaba generando la inclusión de los políticos en el mundo frívolo y despoblado de contenidos, confundiéndose con los mediáticos al punto que resultaba difícil distinguir unos de otros. Si los intelectuales no retornamos a nuestras fuentes en materia teórica como discusiva, si persistimos en privilegiar el reconocimiento mediático por sobre la construcción crítica, estamos condenados a ser menos que los políticos frívolos de la década del noventa, ya que estaremos abdicando de lo que es la esencia de nuestro ser social, ser el acicate provocativo que motiva la reflexión de los colectivos sociales.



[i] Charle C. (2011) El nacimiento de los intelectuales. Nueva Visón. Bs. As.
[ii] Gramsci, A. (1984). Los intelectuales y la organización de la cultura. Nueva Visión. Buenos Aires.

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