lunes, 11 de abril de 2011

¡Cambia la escuela?

Existe una imagen que ha quedado grabada en mi memoria. Siendo muy pequeño, tenía una o dos veces por semana las clases de labores. Se trataba de una modalidad didáctica mediante la cual los niños aprendíamos a hacernos diestros con las manos. Esto es por lo menos lo que dicen los libros de pedagogía. En realidad esas clases de labores eran un monumento a la alienación.
Años más tarde tuve oportunidad de leer “Cien años de soledad” de G. Marquez, en el capítulo en el que el Coronel Aureliano Buendía realizaba un pescadito de oro que vendía en el mercado por una moneda de oro que le permitía elaborar un pescadito de oro para vender por una moneda de oro encontré una explicación para aquellas clases de labores, eran como la máquina del gallego, una máquina que tenia un hueco por el que salía una mano que apretaba un botón para que saliera una mano para apretar un botón, no servían para nada.
Leyendo a Matías, ese entrañable personaje de Sendra que todos los días pone una cuota de ternura a los sufridos lectores del diario Clarín, un temor asaltó mi espíritu; Matías realiza en la escuela labores para el día del padre y tiene una idea genial, intercambiar los trabajitos con sus compañeritos para que el padre pueda tirar esas porquerías sin culpa, ya que lo que le regala no es lo hecho por él sino por un amigo; ¿es que la clase de labores continúa dictándose en las escuelas?.
Para desentrañar tan mayúsculo enigma teórico nada mejor que recurrir a un cientista de la educación, y así lo hice, le pregunté a Ana Paula, mi hija de 9 años que le divertía y que le aburría mas en la escuela. Lo que más la divierte podría contarlo utilizando un boleto de colectivo, de aquellos que había en la era pre-tecnológica, cuando los chicos afanosamente buscábamos el boleto capicúa de la buena suerte. En cambio para poder narrar las cosas que la aburren no me alcanzarían diez rollos de papel higiénico, y no del barato, sino del que la propaganda asegura que tiene 74 mts. exactos. Pero más aún, desde una perspectiva estrictamente científica Ana me relató que en la escuela una de las cosas que más le aburre es el dictado de la materia Tecnología (eso que antes se llamaba labores y que para poder explicárselo a ella tuve que recurrir al diccionario de igualación semántica entre la prehistoria y la actualidad que es la madre de Ana). Para ella es por el dictado, pero yo estoy convencido que los dictados, las cajitas de papel, los telares que les enseñan a hacer son de poca utilidad práctica y poco tienen que ver con el pomposo rótulo de Tecnología, sobre todo con la significación que el vocablo tiene en la era de la informática, las computadoras e Internet.
Es allí que me surgió el interrogante que encabeza este artículo. Muy lejos de dejar de ser una fenomenal máquina de alienación, la escuela ha consolidado sus aristas mas negativas. Es un (permítaseme el arcaísmo) gigantesco aparato ideológico del estado, y por añadidura aburrido. El aburrimiento en los niños con respecto a la escuela crece en forma proporcional a su paso de los grados inferiores a los superiores. Para sostener mi afirmación no necesito argumentos teóricos, como padre he observado como mis dos hijos progresivamente pasaban de un interés total por concurrir a clases a enfermarse con tal de poder faltar (y eso que soy un padre permisivo que le permito ordenar su calendario escolar y faltar cuando quieren).
El síntoma aparece como una forma inconsciente de manifestar su rechazo por todo lo que la escuela significa. Cada queja de Ana (como ayer lo hacía Nicolás) me recuerda mis propias quejas. La escuela es solo un espacio de sacrificio, con gigantescas cantidades de tareas para el hogar que hacen que los padres no sepamos si los chicos aprenden en la escuela o lo hacen en casa. ¿Por que los niños salen en tropel en los recreos, igual que lo hacíamos nosotros?. Es que acaso  consideran que deben dejar ese lugar tan divertido y placentero que es la clase y autoflagelarse con ese espacio, pequeño espacio de libertad vigilada (ya que siempre está sobre los niños la mirada controladora de alguna docente) que es el recreo?.
No es más lógico pensar que están escapando al corset que a su creatividad, a su necesidad de investigar, de conocer, de disfrutar con  el descubrimiento de cosas nuevas les imponen esos viejos y anquilosados programas que todos los años les repiten las mismas y tediosas frases sacralizadas sobre Belgrano, San Martín, Sarmiento y otros muchos próceres de cristal.
Creo, y sé que esto molestará mucho a quienes sincera y fatigosamente ponen lo mejor de sí en la vida cotidiana de la escuela, que los docentes son también víctimas de una burocracia que privilegia el sostenimiento de las “instituciones” autocráticas y alienantes por sobre el desarrollo humano de la libertad y la creatividad de los niños. Ellos también están sometidos a esas instituciones, son en algún sentido un grupo objeto en la escuela, sin palabra y con pocas posibilidades de romper la trampa en la que la burocracia los ha encerrado.
Cierta vez, hace muchos años, un viejo y querido profesor de química de un colegio secundario elaboró una planificación disparatada, no recuerdo exactamente que decía, pero para dar una idea afirmaba entre otras cosas que la química se aprendía jugando al truco con señas. Cuando la entregó me dijo con mucha seguridad que sería aprobada. Ante mi asombro poco tiempo después vi la planificación aprobada con el sello y la firma de la vice - directora.
En no pocas oportunidades escuché las quejas de los docentes sobre la cantidad de papeles a llenar que no les permite dar clases como quisieran. La actitud de mi digno colega, si fuera imitada por todos los docentes tal vez haría que las cosas cambiaran un poco.
El cambio en la escuela o mejor dicho el cambio de la escuela no será solo el producto de las movilizaciones para conseguir aumentos salariales o mayor presupuesto educativo (lo cual todos sabemos que es muy necesario) la escuela debería además por una vez detenerse y reflexionar sobre sí misma, deberíamos preguntarnos todos los que estamos en algún nivel del sistema educativo ¿qué estamos haciendo? ¿que modelo de sujeto estamos formando?. Y esta respuesta debe buscarla en sí misma, no esperar que se la den desde afuera, ya que como dijo una vez mi viejo maestro, el Dr. Ovide Menin, si queremos que algo cambie en la escuela los cientistas de la educación, pedagogos, psicólogos, etc. deberían callar por lo menos por diez años (la frase es una versión libre mía del original de Ovide).
La escuela, mas que modernas teorías de aprendizaje, mas polémicas sobre contructivismo o reproductivismo, mas que “pensar al sujeto de la educación”, mas que teorizar sobre “que es un niño”, y muchos otros “interrogantes científicos” (cuyo debate es muy válido y es muy importante teorizar sobre estos temas), debería recuperar el profundo significado del saber cotidiano que la atraviesa, el maestro debería bajar de la cátedra, ese lugar elevado desde donde emana su saber y poder, para saber junto a sus niños, hacer realidad aquello de aprender enseñando, reconociendo que los niños enseñan aprendiendo.
Parafraseando a un historiador, deberíamos lograr que los niños puedan volver a ir a la escuela cantando, con la alegría del que va a una fiesta, del que sabe que la escuela es un refugio de libertad, tolerancia y creatividad que lo defiende de una sociedad cada vez más hostil y que por el momento privilegia el mercado a la convivencia humana.
En ese escenario estaremos creando las posibilidades de realizar muchas de las cosas que los teóricos del campo educativo preconizan sin decirnos como, “como”, esa palabra mágica que nunca he escuchado en boca de quienes tienen el poder (como los políticos) o gozan del poder momentáneo que les otorga la posesión del saber (como los intelectuales). El niño no es un humano en chiquito, el niño es un humano sin aditamentos, con derechos, responsabilidades, obligaciones, creencias, sentimientos, etc. Y como todos los humanos solo puede tener calidad de vida, solo puede crecer, cuando es libre, cuando puede hacer lo que quiere reconociendo los límites que la convivencia social le impone, pero esos límites deben ser reales, producto de necesidades auténticas, no modos de soyuzgarlo, de constituirlo en un objeto manipulable, porque la libertad antecede a los límites, en sentido psicoanalítico
podríamos decir que la libertad se rige por el principio del placer y los límites por el necesario pero no siempre simpático principio de realidad.
Los mayores sabemos que no somos libres, comenzamos a distinguir entre lo que significa vivir en democracia, en un estado de derecho (lo cual es un paso importante) y lo que es ser libres. Sabemos que no podemos gozar de la vida porque con democracia se puede comer, educar y vivir pero ello no es suficiente, el imperativo de hacer para vivir, debe dejar lugar a otro más importante y profundo, vivir para hacer. Ese hacer del que hablo está significado por la posibilidad de expandir nuestros espíritus hacia el infinito, poder hablar sin temores, disfrutar sin carencias. La sociedad actual no permite esa libertad plena, autentica, solo nos deja gozar de una libertad recortada, y por lo tanto no auténtica. Si nuestros niños de hoy pueden derramar una lágrima ante el que sufre, si pueden compartir su merienda con el que la necesita, si pueden reflexionar sobre los porque de muchos no se que de los mayores, estarán creciendo en libertad y la utopía volverá a estar a la orden del día, pero no como utopía, sino como posibilidad.
Entre lo uno y lo otro hay una brecha muy grande, es por ello que cuando mis hijos se quejan de la escuela siento que algo me duele muy adentro, porque tal vez yo ni siquiera supe quejarme. Dejemos que sean mas libres aunque ello tenga costos de indisciplina, heridas en nuestro narcisismo, dejemos que los niños tengan la oportunidad que nosotros no tuvimos porque ello es indispensable para que la escuela cambie.
Hasta la próxima

P.D.: Este artículo fue escrito en 1997 pero lo edito porque nunca lo hice y como un homenaje al pensamiento creativo de mis hijos que aún hoy no dejan de sorprenderme con su inteligencia y sagacidad.

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