La amistad es un águila serena que despliega sus alas en el cielo de la solidaridad. Es un sentimiento compartido entre seres humanos que, cuando es sincero, no espera una respuesta compensadora, por el contrario, en las relaciones de amistad se da sin esperar nada a cambio.
Es a (“sin”) y ego (“yo”), por lo que amigo significaría “sin mi yo”, es el sacrificio supremo de la egolatría en el altar de la solidaridad.
A lo largo de la vida cosechamos amigos y también los perdemos, y en el final del derrotero nos encontramos con los más auténticos, esos que persisten junto a nosotros sin reclamarnos nada durante el tiempo que compartimos, en esos años que pasan en la vorágine de tiempo que nos consume paulatinamente hasta extinguir la última llama que quedaba encendida de lo que fuimos.
Los amigos que se van, cuando la amistad es sincera, persisten en el recuerdo de los que quedan, ellos son los encargados de conservar el patrimonio inconmensurable del legado que cada uno de nosotros dejamos al momento de partir.
Que sería de la vida sin esos auténticos amigos con los que confraternizamos cada día. Con ellos compartimos un café, una charla, una fiesta, a veces ideas, otras veces diferencias, pero el fuerte lazo que nos une permite que nos profesemos el cándido sentimiento de amistad aun cuando no pensemos igual.
En la vida he tenido muchos amigos, pero pocos verdaderos, porque los amigos verdaderos son fieles y leales con nosotros. Son los que se permiten señalar el error cuando lo consideran para que retomemos la senda correcta, son los que nos apoyan en los momentos difíciles, los que no nos traicionan, los que sí tienen una crítica que hacernos, nos la hacen a nosotros.
La lealtad bien entendida, no es obsecuencia, ni tampoco obediencia y mucho menos obediencia ciega, es defender al amigo de los ataques arteros de quienes no tienen la moral suficiente para debatir francamente, no permitir la diatriba insidiosa que solo busca destruir a la persona, pero es también, reconocer, en primer y fundamental lugar, las fallas ante los que queremos.
Decía que he tenido muchos “amigos” pero pocos verdaderos. Como distinguimos el amigo verdadero del que no lo es.
Enigma de muy difícil solución, tarea propia de un oráculo. Tal vez la respuesta la encontremos en el tiempo. Cuando somos jóvenes hipervaloramos a los amigos, creemos que son perfectos, que siempre van a ser nuestros aliados en el mágico derrotero de la vida. Nuestro grupo de referencia es inmaculado, único, extravagante, insólito, pero es nuestro núcleo de referencia y para un adolescente que está forjando su identidad, los amigos se constituyen en el alter ego que los determina. Hacemos cosas para agradarlos, para que nos reconozcan, para que nos consideren parte, a veces sacrificamos parte de nuestro yo en pos de ese yo colectivo que es el grupo de referencia, como el que se inicia en el tabaco solo por no ser distinto al grupo.
Pero estos primeros grupos de referencia se van perdiendo y los amigos entrañables del ayer se constituyen en fantasmas de un viejo pasado que a veces nos cuesta invocar.
Otras veces sentimos en carne propia la laceración de la traición de aquellos que suponíamos nuestros amigos, nos abandonan, nos dejan a la vera del camino porque ya no servimos a sus mezquinos intereses personales, para este grupo de personas, la amistad no existe, las personas son solo instrumentos manipulables de sus codiciosos apetitos de poder o dinero.
Cuídate de tus enemigos, pero cuídate más de los que supones son tus amigos, detrás de cada tierno cordero, suele ocultarse un lobo hambriento de sangre, y cuando más mediocre es una persona, mas salvaje es su traición. Este grupo está integrado por obsecuentes, aduladores, insignificantes mediocres que solo pueden tener algún espacio en las organizaciones sobre la base de la resignación absoluta de sus principios en pos de algún cargo o prebenda.
A lo largo de la vida he compartido y aun considerado amigos a muchos de estos defenestrables sujetos, he recibido sus lisonjas, he participado de su mesa y madurado, incluso, muchos proyectos en las largas sobremesas. Filibusteros de la verdad, carroñeros de la ingenuidad, enredaderas trepadoras que se arrastran sin vergüenza y son capaces de entregar hasta sus más preciados afectos en aras del mero interés personal.
He creído en ellos, pero el tiempo se encargó de demostrarme mi error y hoy solo son un mal recuerdo en el arcón de los desperdicios, siguieron con sus negras vidas, flotando como corchos en la correntada y envejecen en la ignominia de la falta de ética y moral, hoy a la distancia los compadezco por sus bizarras vidas, por el sinsentido de su existencia, por la falta de afectos verdaderos, porque al traicionar sus sentimientos se traicionan a sí mismo, creen, en su soberbia, ser los mejores sin darse cuenta que son parte de la cloaca de una humanidad que no ha encontrado la forma de procesar sus desechos.
La vida me ha demostrado que este tipo de personas, que son capaces de prenderse como garrapatas malignas a quienes detentan poder, nos acompañan lamentablemente en diferentes etapas de nuestras existencias, y digo lamentablemente, porque desprenderse de ellos no es sin dolor, es un duelo terrible que debemos soportar, una herida narcisista que vulnera y mancilla nuestra autoestima, pero que cuando logramos despojarnos de ellos, sentimos un profundo alivio en nuestros corazones.
Estos son los que te dicen “yo nunca te voy a traicionar”, lo que te dicen “a vos te quiero como mi mejor amigo”, “vos sos lo mejor”, y cuando los ves unidos solidariamente a tus enemigos, a los bandidos que se apoderan de las organizaciones, de las comunidades, de las sociedades, te dicen es solo política, es conveniencia, es estrategia o táctica, pero mientras tanto caminan junto a los siniestros personajes que han devaluado la ética y la moral de nuestro país.
Cuídate de ellos, decía, porque son los mediocres, los improductivos, los parásitos que abundan en la sociedad capitalista, aquellos que creen que pueden ocupar cualquier lugar, que pueden ser cualquier cosa, solo por el mérito de venderse al mejor postor, de ser alcahuetes del poderoso de turno. Para ellos mi lástima, porque en el final de sus vidas, cuando sepan que son menos que nada, la inmensidad del abandono colonizará su vejez y parafraseando a Whitaker, no hay peor vejez que la del que ha perdido la vida sin poder producir obra alguna, y yo le agrego, aunque mas no sea pequeña.
Existe una imagen en 1984, la genial obra de George Orwell, en la que aquel que se ha rendido al poder, que ha entregado todas sus banderas, que ha vaciado de contenido su existencia, se encuentra solo en la mesa de un bar amando al dictador siniestro y derramando una lágrima de compasión por su propio ser inexistente.
Los otros, los verdaderos amigos, los que me han continuado acompañando a lo largo de la vida, los que nunca me traicionaron, esos son los que llevo en mi corazón.
No quiero que este elogio sea abstracto, sino quiero corporizarlo en personas concretas que, en este particular momento de mi vida, en el que mi carrera académica llega a su fin, se encuentran a mi lado, dándome todo el cariño que necesito para encarar la nueva etapa con todas sus frustraciones, desafíos, alegrías y tristezas.
Quiero hacerles un reconocimiento y el orden es arbitrario, no implica una escala amigóbica, una escala de los que son más o menos amigos, porque la amistad no tiene gradaciones, se es o no se es amigo, en las buenas o en las malas.
Guillemo Ryan a quien en Cuadernos Sociales le dedique un homenaje: “Te fuiste en silencio”, porque su única traición en el largo camino que recorrimos juntos fue abandonarnos en la flor de la vida. Se fue trágicamente al despuntar el milenio y hoy lo recuerdo con cariño sin poder evitar que una lágrima traviesa decida hacer turismo por mi cansada mejilla.
Ovide Menin, el entrañable maestro de todos, el que nos educó y formó en la carrera académica, el que aun con sus defectos supo ganarse un lugar en nuestro recuerdo por ser un paradigma de trabajo y de libre pensamiento, por suerte tuvo una larga existencia y compartimos con él muchos cafés y mucha charla, constructor sin claudicaciones, vive en nuestra memoria.
Miguel Cavigliaso, amigo de toda la vida, compartimos las buenas y las malas, socios en muchos trabajos, me permitió aprender que las organizaciones no son solo ideas y que la transformación necesita de la técnica y el trabajo constante. Jamás sentí un reproche de él, jamás tuve que reprocharle nada, de una generosidad entrañable, siempre presente, aun en los peores momentos, y son su serenidad y temple supo calmar los desatinos de mi atropellada personalidad. En él también va el reconocimiento a Alba su compañera de toda la vida, fuerza y entereza a su lado.
Juan Larrandebere y Claudio Bruno dos trozos de azúcar que endulzan la vida cada sábado en el bar de la memoria, del debate y del encuentro.
Graciela Simonetti que durante muchos años me permitió pensar y reflexionar sobre el trabajo y sobre la existencia, socia en la aventura del conocimiento, con nuestro esfuerzo conjunto fuimos capaces de publicar obras señeras en el campo del trabajo y la salud mental. Estoica y resignada luchadora que ha soportado los mayores desafíos y los mayores dolores, con ella mi homenaje y agradecimiento, y mi pequeño y sentido recuerdo a su hija otra amiga que la vida nos arrebató y que sentí como una pérdida propia.
Teresita Finkelstein, viajera incansable, ha recorrido los más lejanos confines del planeta, con ella compartí muchos cafés, cenas y largos debates que me iluminaron en los recovecos del psicoanálisis, leal discípula de Silvia Bleichmar, conductora de instituciones analíticas, pensadora y amiga de siempre.
Víctor Quiroga, a quien conocí siendo un pollito y con su vozarrón estruendoso me aturdió a lo largo de estos años, pero que fue un amigo leal y fiel, un co-equiper incansable en la labor de construcción de una teoría del trabajo y las organizaciones. Generoso, hiperactivo, estudioso, heredero de la cátedra que construimos colectivamente con un grupo entrañable de docentes de la Facultad de Psicología de Rosario y brillante editor de la revista que fundamos en sociedad hace más de quince años. Espero que este docente brillante e investigador productivo tenga el porvenir luminoso que se merece.
Maria Romina Cattaneo, madre eterna, encantadora, hormiguita de trabajo, persona de confianza, también la conocí en tiempo en los que recién se iniciaba y hoy constituye un orgullo para mí por lo mucho que ha logrado en función de su esfuerzo. Siempre ha estado junto a mí en el trabajo y en la vida, hoy es un honor que continúe trabajando conmigo.
Melisa Mandolesi, tal vez el pollito mas pequeño del grupo que se desliza por los intrincados pasillos y recovecos del saber, tenaz como ninguna, poderosa llama que enciende la vida de los que la conocen, amiga leal y tierna, aunque hace poco tiempo que la conozco, tengo toda mi fe y mi aliento depositado en ella.
Mariam Milicich, Daniel Poyo García y Gisela Latino, porque además de entrañables amigos y compañeros de cátedra me demostraron que la elección no fue en vano, son parte de la universidad que no se rinde a la mediocridad y que busca el conocimiento.
Guillermo Molina, inconmensurable profesor, erudito sin igual, conocedor de nuestra historia, no solo compartimos la cátedra, también la radio, a él mi cariño por los buenos momentos pasados en el trabajo y en la vida privada.
Flaviana Ponce que sostiene el trabajo constante en la cátedra de Psicología en el Trabajo y porque además de una amiga es una emprendedora tenaz.
Miguel Gallego, uno de los nuevos amigos que me acompaña en la aventura del conocimiento y que ha sabido forjar un horizonte de visibilidad profundo gracias a la prepotencia del trabajo permanente y fecundo.
Rodolfo Kaufmann ese medico sanitarista pleno de virtudes que me significó con su amistad, el que fuera “mi cuñado” con el que compartí noches y días de discusión, ejemplo de honestidad y conducta, siempre en el mismo lado de la calle, siempre junto a los que lo necesitan, con él mi homenaje a su constructora y eficiente esposa Rut Kiman.
Patricia Kaufmann quien me acompaño durante 30 años y aunque el destino haya separado nuestros caminos continúa teniendo el agradecimiento por el apoyo brindado a lo largo de esos años y por los dos hijos maravillosos que me dio, Su vida fue trabajo y tesón, toda mi admiración para ella, que ha sabido trabajar para los que más lo necesitaban, que ha construido instituciones y ha derramado amor entre sus semejantes. Y en ella a mis dos hijos, Ana y Nicolás que más que hijos son dos soles que me permiten disfrutar de la existencia.
Liliana Lampelfeld, la psicóloga errante que recaló en las lejanas tierras catalanas y desplegó toda la significancia del trabajo honesto y constructivo, gracias por los buenos momentos que me diste en esos lugares.
Emilia Domínguez Rodríguez, una catedrática a la vieja usanza, profesora intachable, de una generosidad increíble, me enseño mucho, trabajamos mucho y demostramos que los equipos científicos pueden construirse, aunque exista un océano de distancia. Gracias a su hospitalidad conocí la España profunda, y la realidad de la academia distinta y constructiva de la Universidad Española.
Gregorio Gomez Jarabo por los años compartidos, por ser tan hospitalario, en definitiva, tan buen amigo, es tal vez una de las figuras señeras de la ciencia española y sus libros le abren el universo de conocimiento a muchas generaciones.
Manuel Froufe, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, amigo entrañable, guía en la aventura del conocimiento, siempre solícito, siempre junto a uno cuando lo necesita, para él todo el cariño y afecto. Madrid y la autónoma no son lo mismo sin Manolo.
Adriana Cicaré, que dejé ex profeso para el final. A la que un gran amigo denominara la mini, pero que en el pequeño cuerpo encierra a una gran mujer, por su ternura de estos años, por sus cuidados, por su cariño, por su lealtad inclaudicable. La señora profesora, la que formó a bastas generaciones de economistas, la investigadora brillante, la que con tesón y ética humana lucha incansablemente por lo reivindicación de los valores humanos. En ella encuentro el placer de caminar sin descanso, de escuchar sin fatiga, de trabajar sin cansancio. Resistió y resiste todas las adversidades, madre del alma, eterna compañera de la vida.
Sé que me estoy olvidando de muchos amigos, a ellos les pido perdón, a otros no los menciono porque ya no sé si son amigos, son parte de la nebulosa de la vida que acompaña nuestras sensaciones y emociones, pero por sobre todo gracias a mis amigos por la compañía que me brindaron en estos sesenta y seis años.
Hasta la próxima.