domingo, 29 de diciembre de 2013
Los libros.
Cuando llego a mi casa nunca me encuentro solo, al abrir la puerta me reúno con miles de amigos que me esperan ansiosos de poder dialogar sobre diferentes temas.
Algunos son amigos nuevos, recientes, otros me acompañan desde hace muchísimos años, algunos tienen una tendencia a la frivolidad, otros son serios y sesudos y se interesan por razonamientos trascendentales, los hay muy parlanchines, a los que les gusta contar historias, y muchos me hablan de la vida cotidiana, de lo que hago o dejo de hacer, de lo que debería hacer.
Todos ellos se pasan el días silenciosos, apretujados en su pequeño cubículo, a la espera de que decida recorrer sus páginas, adentrarme en las profundidades de su conocimiento y poder pensar sobre los muchos problemas que la vida le plantea a los seres humanos.
Un libro cerrado es un amigo que espera dice un conocido poema, pero también es un manantial de sabiduría encerrado entre las portadas que como un volcán activo espera el momento de brotar con sus lenguas de fuego para acompañarnos en la aventura del conocimiento.
Con los libros puedo vencer el tiempo y el espacio. Algunos días, de esos en que me pica la comezón por pensar sobre cuestiones filosóficas, voy a visitar al viejo Platón, que desde el extremo de la biblioteca en el que se hallan los clásicos, me convoca a discutir sobre el mundo de lo sensible y el de lo real, a su lado Aristóteles discute fuertemente con su maestro respecto a que las ideas constituyen la realidad auténtica y le dice que la misma no está separada entre el mundo de lo sensible y el de las ideas sino que existe solo un mundo en el que se encuentran en relación las nociones con el mundo sensible.
Dejo a estos dos gigantes del pensamiento clásico debatiendo acaloramente y continúo visitando ese maravilloso mundo que constituye mi biblioteca.
Distraídamente recorro los diferentes anaqueles y observo que los he ordenado por lo que yo considero un orden temático, en el centro de la biblioteca se encuentran aquellos libros que más me acompañan, por lo menos los que contienen el saber sobre nuestro expertis, sobre aquello que decimos conocer y practicamos en los períodos de clases, son los que llamamos libros técnicos, esos que nos interpelan respecto a lo que constituye nuestro área de conocimientos.
Entre ellos uno me llama poderosamente la atención, no solo por los recuerdos que convoca, porque siempre la relectura de libros convoca a las experiencias pasadas estableciendo un fuerte nexo con lo que fuimos y que hizo posible que seamos lo que somos; el volumen en cuestión tiene un padre francés, François Petit, y es una compendio de Psicosociología de las Organizaciones como indica su portada.
Su importancia no reside tanto en el saber técnico que se halla encerrado en sus más de 300 páginas, sino en que ese libro me recuerda a quien lo trajo cuando gané el concurso de Social III en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario, el entrañable amigo y siempre presente Guillermo Ryan.
Durante años él fue una especie de faro que nos permitió reflexionar sobre las cuestiones más técnicas de la intervención organizacional, y atravesamos los primeros programas de la asignatura tanto como atravesábamos sus páginas, sedientos de saber para poder transmitir a nuestros alumnos.
Pasaron más de 25 años, mi gran colega y amigo ya no está con nosotros, un día nos abandonó y dejamos de sentir sus ocurrencias o sus comentarios de la lectura del “Libro del desasosiego” del autor portugués Fernando Pessoa, ya no llega cada día a la facultad con un comentario nuevo sobre las divagaciones que Pessoa hace en el texto, pero lo interesante que así como Ryan se enamoró de Pessoa, mucho pudimos conocerlo y leerlo.
El Petit, como le llaman al libro, ya no tiene el peso de aquellos años, hoy se lo ve más como un pequeño manual (valga la significancia del nombre del autor), otros autores han recalado en el programa y se han hecho un lugar en el proceso de conocimiento, nuevos amigos que nos vincularon a cuestiones más técnicas y actualizadas.
Como decía al comienzo algunos amigos son muy nuevos, se han instalado cómodamente en la biblioteca, o esperan pacientemente que surja una plaza en la misma, otros me acompañan desde hace muchos años, todavía conservo aquellos primeros libros que adquirí en mis inicios de la carrera de Psicología, las obras completas de Sigmund Freud de la Editorial Biblioteca Nueva que para validar una traducción de López Ballesteros incorpora una supuesta carta de Freud en la que afirma que siendo joven y pretendiendo leer el Quijote en su lengua materna aprendió castellano y por ello puede dar fe que esa traducción de López Ballesteros es fiel a su pensamiento, y el Manual de Psiquiatría de Henry Ey que tantas noches me recitó las grandes taxonomías psiquiátricas cuando me esmeraba por rendir Psiquiatría.
Pero de los viejos compañeros de ruta, tal vez los que más valoro son los que yo llamo los textos políticos, los libros que en época de militancia revolucionaria fui comprando con esfuerzo para acceder al pensamiento de lo que llamábamos “los clásicos” Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Gramcsi.
Todos ellos están presentes en mi vida, con ellos comparto no solo ideas, sino también experiencias en las que sus ideas, mal o bien eran aplicadas. Estos textos me remiten a los años de plomo, años en los que la palabra democracia estaba interdicta, y en los cuales los militares se consideraban un actor diferente del cuerpo social con derecho a decirnos que es lo que teníamos que hacer y que estaba prohibido, cuando debíamos vivir y cuando era tiempo de morir.
Los jóvenes de los sesenta y setenta no concebíamos que pudiera existir un muro imaginario o real, ideológico o material que se interpusiera en el destino socialista de nuestro país.
Tampoco teníamos dudas, “los clásicos” despejaban todos los interrogantes, no era necesario pensar, ellos ya habían pensado por nosotros y nos indicaban el camino más corto hacia el triunfo de la revolución.
En realidad no debatíamos con los grandes autores socialistas, solo acatábamos lo que ellos indicaban, pero la trampa residía en que la verdad revelada no era la palabra directa de los padres teóricos de la revolución, sino que estaba mediada por la interpretación de los zumos sacerdotes de las organizaciones políticas.
Y nosotros, humildes diáconos, predicábamos un evangelio apócrifo, que muchas veces venía tergiversado desde el propio texto, como las traducciones de Cartago o Editorial Claridad donde con los años nos vinimos a enterar que las traducciones no solo modificaban el texto original sino que muchas veces en las ediciones se amputaban párrafos y hojas del original.
Pobre Marx, pobre Engels, pobre Lenin, pobre Trotsky, y pobres los autores que se revolvían en sus tumbas con las adulteraciones que realizaban los “revolucionarios” con el solo fin de justificar sus traiciones y construcciones fantasiosas sobre la política de izquierda.
Los libros son además, de grandes amigos y compañeros que mitigan nuestra soledad y llenan nuestro espíritu de aventuras, ideas, conocimientos, nuestra memoria ampliada, en ellos está todo aquello que físicamente no podemos guardar en nuestra memoria biológica, allí encontramos todo lo que la humanidad ha pensado y producido, pero también en ellos encerramos nuestras propias experiencias, muchas de las cuales con el tiempo caen en el olvido para renacer mágicamente cuando releemos algo que hemos escrito hace ya mucho tiempo.
Los libros se enfrentan a un enemigo silencioso que amenaza con transformarlos en polvo del olvido, el tiempo, que tan inexorablemente como acaba con nuestras vidas, también sostiene una espada de Damocles sobre las tiernas almas de los escritos.
Pero en la era tecnológica, los libros tienen un nuevo enemigo, el bit, esa unidad electrónica que tiende a reemplazar tanto a los libros de papel como a las bibliotecas de madera.
Un libro de papel tiene una fragancia muy particular, me embriaga ese delicado perfume a papel y goma, que por cierto atrae a mucho otros depredadores de libros, aroma que hace que la lectura sea mucho más que un simple recorrido de lo escrito con la vista, convirtiéndose en una experiencia única en la que el lector disfruta de olores y sabores mientras intercambia ideas y conocimientos con antepasados y contemporáneos.
Por ello me cuesta la lectura en la computadora, el texto de la máquina se vuelve mecánico y despojado de vida y la lectura adolece de la falta de lo que podríamos denominar el “afectus societatis”, el amor por dar vuelta la página, escribir con una pluma en el margen, doblar la punta de la página para indicar hasta donde llegamos o simplemente acariciar el lomo del libro mientras nos decidimos a seleccionar nuestra próxima lectura.
Por ello amo a los libros, y he poblado de ellos mi casa. Cada mudanza es un interrogante respecto a adónde voy a situar las bibliotecas, como voy a reordenar los libros. En cada mudanza me reencuentro con un viejo amigo que ya no recordaba que estaba allí, envejecido pero con toda la vitalidad, esperando volver a ser útil.
Amo los libros y solo espero que mis hijos hereden ese amor por ellos, para que los grandes compañeros de mi vida nunca dejen de tener un hogar desde el cual aguarden que nuevas manos concurran a buscarlos para brindarle todo lo que son, todo lo que saben.
Hasta la próxima.
viernes, 13 de diciembre de 2013
El sentido de la vida.
Uno de los problemas fundamentales en la existencia humana es el sentido de la vida.
A lo largo de miles de años se han ensayado diversas respuestas orientadas a otorgar alguna razón a nuestro paso por este planeta.
Quisiera comenzar este diálogo imaginario con el lector haciendo una apuesta fuerte. Digo fuerte porque en ella tomo como punto de descarga una afirmación que va a contrapelo de todo aquello que durante miles de años ha intentado desarrollar el pensamiento filosófico reaccionario. Mi apuesta se fundamenta en que el sentido de la vida reside en que la vida no tiene sentido. La vida es un devenir desordenado que avanza por el territorio del tiempo buscando los puntos de mayor facilidad de desplazamiento, como el agua desciende de la montaña, imparable, pero sin un plan pre determinado.
Los sentidos que a los largo de la historia se le han otorgado a la vida tienen que ver con la ideología, es decir con el manto justificatorio que los sectores dominantes en las distintas sociedades construyeron para legitimar su dominio.
De lo que se trata es que el vasallo reconozca su destino y acepte el vasallaje.
La pregunta que surge cuando nos colocamos en este punto de mira es, ¿y que obtiene el vasallo por su sometimiento?
Porque no es un enigma el sentido de quien otorga sentido, tiene respecto a su otorgamiento, una búsqueda de legitimación de su dominio tratando de evitar la rebelión del esclavo.
Pero porque el esclavo acepta ese sentido, que por otro lado no es un sentido propio, que tenga que ver con su propia praxis en la vida, ya que no es una producción autónoma del dominado, sino una significación heterónoma, es decir una producción de significado que se realiza por fuera de la práctica social del dominado.
En un trabajo que ya hemos citado desde estas páginas, Castoriadis nos rebela una visión de la famosa historia de Prometeo, en este relato, el Dios otorga un saber (significado en el fuego) a unos seres fundamentalmente inhábiles para la vida como lo eran esos seres monstruosos, pre humanos, que vagaban por el mundo sin ningún sentido. El saber que Prometeo les otorga es la conciencia de la muerte, la muerte no como fin, sino como límite.
En la medida en que el ser humano reconoce el límite de su existencia sabe que su tiempo es escaso, pero a la vez crece en él la angustia por su desaparición. La angustia de muerte constituye uno de los factores más desagradables que el un ser humano pueda experimentar.
Si el lector realiza un simple ejercicio podrá comprender más lo que intento transmitir. Ubiquemosno en un punto imaginario de nuestra existencia, esa ilusión transitoria que nos permite pensar que el tiempo puede ser contenido en un momento que se constituye en el instante más importante de nuestra vida. Pero cuando pensamos en ese momento, el presente, inmediatamente ese presente se transforma en pasado de un nuevo presente, y así establecemos que el presente, en un sentido agustiniano, no es nada más que una delgada línea que separa el pasado del futuro, el presente es solo ilusión de perdurabilidad, mientras podemos estar en el presente quiere decir que perduramos.,
Primera acotación, si el presente es momentáneo, tenemos que establecer una manera de condensarlo en nuestro imaginario para poder superar la idea de devenir permanente que erosiona todo lo que poseemos, pensamos o consideramos.
Ahora bien, desde ese presente podemos reconocer y reconocernos en una historia que nos antecede y que ilusoriamente consideramos que da sentido a nuestra vida, porque la historia es retrospectiva, es una mirada hacia atrás, y en ese atrás podemos vernos en todo nuestro desarrollo, desde que nacemos hasta el punto que el que hoy estamos reflexionando.
Y más aún, podemos superar el límite de nuestra existencia, porque cada versión de la historia construye una forma de conciencia socio histórica desde la cual podemos “saber” sobre acontecimientos que están más allá de nuestra inserción en el mundo. No solo conocemos el devenir de la historia por nuestra experiencia, lo conocemos también con la experiencia de otros que nos anteceden y que plasman a la misma en sus relatos históricos.
Entonces podemos “conocer” el origen del universo, el origen del hombre, el origen de las sociedades. Según el punto de vista teórico al que adherimos tendremos diferentes relatos de ese devenir.
Segunda acotación, cada relato de la historia no es ingenuo, es una construcción ideológica que trata de fundar el presente en el pasado y de esa manera legitimar las relaciones de dominio que existen en este presente.
Veamos un ejemplo, el origen de la humanidad puede residir en un Dios creador que de la nada creo el mundo, al hombre y a la mujer o en una evolución constante de un universo que no tiene principio ni fin, que es infinito pero que tiene límites, tremenda paradoja, difícil de entender.
Pero ese ser imaginario, que es todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, y constructor tanto de los males como de las bondades del mundo, no es un ser que se ha revelado a los hombres en forma inmediata, de su existencia tenemos señales que solo los eruditos religiosos pueden descifrar.
Lo que esos eruditos construyen no es más que un mito, un mito que busca otorgar sentido a la vida, y que ese sentido comulgue con las relaciones de opresión que encontramos en la estructura social.
El razonamiento religioso invierte el orden del desarrollo, pone en el frente la figura de un ser todopoderoso que creo el hombre y todo lo existente, y en realidad es el hombre el que creo el ser todo poderoso como modo de conseguir, primero una justificación de todo aquello que no podía comprender, y segundo, en una demarcación que estructura el paradigma religioso, estableciendo las fronteras de lo que es la “verdad” de aquello que no lo es, y otorgando a ciertos elegidos la posibilidad de revelar la verdad que se encuentra en las “sagradas escrituras” que de sagradas tienen poco y mucho de escritura humana. A la angustia del hombre y su finitud, el pensamiento religioso otorga un bálsamo para calmar el dolor de la inexistencia, pero la medicina no solo se orienta a mitigar el dolor, también prescribe un tratamiento, un recorrido del hombre que se funda en la ética y la moral de dominación, y según la cual, si aceptamos humildemente nuestro sometimiento podremos acceder a otra vida, que nunca se sabe cuál será, pero que se vende como maravillosa. El marketing de las ideas religiosas es fantástico, nos venden una ilusión con un hermoso packaging que la hace aparecer como una realidad, y más aún nos libera de la angustia de la desaparición, aunque nadie ha regresado de ese mundo fantástico creado por la ilusión religiosa para comentarnos su experiencia en el reino de Dios.
En el pensamiento religioso el sentido de la vida tiene un corte abrupto, no se trata de la posibilidad de poder pensar el futuro, sino de dar un salto imaginario de una dimensión corruptible y efímera para pasar a la perennidad de la perfección absoluta.
Obstruye el dolor que sentimos por no poder pensar la evolución posterior a nuestro límite superior, más allá de nuestra propia existencia hacia adelante.
Tercera acotación, no es necesario hablar del pasado, porque ese es un relato que podemos manipular desde las diferentes vertientes de pensamiento, y no podemos significar el futuro porque como no existe no podemos conjeturar hacia dónde va, y por lo tanto, el futuro no puede estar puesto en una línea de continuidad que prosigue al pasado y al presente, sino en una ruptura que lo ubica en otra dimensión, que no es material sino espiritual, que no está en la tierra sino en un punto imaginario, en un reino imaginario creado por las construcciones religiosas.
Tal vez deberíamos preguntarnos porque disquisicionar sobre el sentido de la vida y la construcción filosófica alrededor del mismo y simplemente reflexionar acerca de que el verdadero sentido de la vida reside en vivirla, en aceptar el devenir y la fluicción y reconocer en el goce de cada momento la función importante de nuestra existencia. Reconocer que ese goce se relaciona no solo con los placeres mundanos sino también con el compromiso histórico de cada generación de disputar los territorios de sometimiento, y con la herramienta del pensamiento crítico tratar de sostener también nosotros una ética y una moral diametralmente opuesta, ya que en lugar de orientarse a aceptar la dominación, debe buscar obtener cada día un pedazo más importante de territorio liberado en la sociedad, en su cultura y en la subjetividad social.
lunes, 9 de diciembre de 2013
El camino del medio.
Escribo estas líneas desde la indignación. Y digo desde la indignación, porque si bien vivo en Rosario, ciudad en donde los saqueos son frecuentes, estuve el del tres al cinco de noviembre en Córdoba.
Llegué al aeropuerto cuando hacía pocas horas había comenzado el acuartelamiento policial, la ciudad era un caos, los taxistas que llegaban al aeropuerto nos preguntaban adonde íbamos, porque a determinadas zonas no entraban.
Transitamos la avenida de ingreso a la ciudad en medio del terror de que en algún momento un grupo de violentos saltara sobre el taxi, el chofer repetía sin cesar “lo dejo a Ud. y devuelvo el auto al patrón, no quiero morir por unos pesos roñosos”.
Al día siguiente la ciudad fue un páramo, todo cerrado, comercios violentados en toda la ciudad y especialmente en el centro, gente aterrorizada en sus casas bajo llave.
En los días siguientes se acuartelaron las policías de La Rioja, Catamarca, San Juan, Rio Negro, Buenos Aires, Santa Fé, las policías provinciales tomaron como rehenes a los ciudadanos y los sometieron a un reinado de terror para mejorar sus haberes.
Sin dejar de reconocer que los salarios de los policías son bajos, que ellos también son ciudadanos, que tienen familias, la pregunta es ¿los policías son como cualquier trabajador?
Evidentemente no, son una fuerza armada, el resto de los trabajadores no portamos armas, son una corporación para mantener el orden público, el resto de los trabajadores no contamos con los medios para hacerlo, están al servicio de la ley y deben velar por su cumplimiento, en cambio la infringen constantemente desde lo más mínimo como estacionar en una parada de colectivo sabiendo que ello impide que un discapacitado pueda tomar el colectivo, hasta estar comprometidos con el narcotráfico, la prostitución, el juego y los robos, generando zonas liberadas y sin responder a los mandos civiles.
Frente a esta situación muy compleja de por sí, el problema de la seguridad ciudadana está muy comprometido.
¿Qué pueden hacer aquellos que tienen posibilidades de llegar al público, como por ejemplo los comunicadores?, mucho, por empezar hacer análisis críticos pensando en la gente y no en los que les pagan, hacer periodismo de verdad y no ser jornaleros a sueldo de los dueños de los medios.
“Periodistas” como Lanata son una lacra social, porque en su afán desmedido por satisfacer a sus amos que les abonan jugosos haberes, (según se ha informado Lanata cobra 4 millones de pesos por mes en el grupo Clarín), que salen de nuestros bolsillos, porque el grupo no hace beneficencia y todos los costos los traslada a los precios, y como tiene una posición monopólica puede cobrar lo que quiere por sus productos, como por ejemplo la desmedida tarifa que cobra por los servicios de cable, son capaces de echar nafta al fuego, insultar a intelectuales, artistas etc., que no piensan como él o porque le hacen alguna crítica.
Lanata se ha preocupado por incentivar, como correctamente lo afirmó Sietecase en la entrega de los auto premios Clarín (perdón Tato) la grieta social de enfrentamiento y difamación permanente.
De lo que se trata para este tipo de “periodistas” no es de debatir sinceramente ideas. Para lo peor de los comunicadores de la derecha, se trata de destruir a quienes pueden tener algún acceso a la gente, quienes pueden llevar a los ciudadanos otro relato distinto al que ellos quieren imponer en su defensa sin concesiones del interes de sus amos.
Y lo que es peor, mientras el domingo 8 de noviembre Lanata continua difamando y denostando a Pablo Echarri, Paola Barrientos y Mex Urtizberea ante el conjunto de energúmenos y descerebrados que lo sigue sin criticarlo, estos aplaudían el discurso violento, discriminador y mentiroso de Lanata. Digo violento porque continuó agrediendo a Echarri, discriminador porque sostuvo el mote de la gordita de la publicidad de Galicia contra Barrientos, y digo mentiroso porque continúo insultando a una mujer, acusándola de adultera de su marido mientras estaba embarazada sin importarle la dignidad de las personas.
Entonces digo energúmenos y descerebrados, por no decir corruptos, que tal vez sería más adecuado, porque una persona que ante este discurso aplaude no está lejos de los carniceros y verduleros que aplaudían a Hitler, después se arrepintieron pero ya era tarde, para ellos y para todos los alemanes honestos, y para los 60 millones de europeos que murieron en una de las tragedias más grandes de nuestra historia humana moderna.
Pero por suerte no todos los argentinos son como ese minúsculo grupo de fascistas que sigue a Lanata, hay muchos que criticamos ese discurso y las voces son cada vez más, alcanzando a muchos que antes hacían silencio ante este poderoso comunicador de la derecha autoritaria de argentina.
Pero, siempre hay un pero, esta tan instalado el discurso del miedo que Lanata, Van der Koy, Bonelli, Blanc, Castro, Morales Solá, Ruiz Guiñazú, Fontevecchia, Magneto, Kirschbaum, y tantos otros han impuesto para silenciar con el terror de ser atacados o perder su trabajo, que muchos periodistas bien intencionados cuando no soportan llevar sobre su conciencia el peso de ser cómplices de la infamia denominada operaciones de prensa, para criticar deben recurrir al camino del medio.
¡Que es el camino del medio?. Es algo que ya hemos visto durante la dictadura militar, solo que en aquél momento se denominó la teoría de los dos demonios. Ante las críticas al genocidio que cometía la dictadura, o visto desde los primeros años de la democracia el genocidio que había cometido, el temor a ser sindicado como Montonero o terrorista, llevó a que se inaugurara la teoría de los dos demonios, que no era otra cosa que decir, “Sí, la dictadura cometió crímenes atroces, pero ello se debió a los crímenes que cometieron los terroristas”.
Se licuaba en la responsabilidad compartida, igualando el accionar del Estado y el de las formaciones armadas. Lo que no se decía es que la dictadura cometió un genocidio y que para ello usó la fuerza del Estado y que las formaciones armadas durante la dictadura solo hicieron uso del derecho constitucional que permite a los ciudadanos levantarse en armas cuando el usurpador rompe la constitucionalidad, como se afirma el artículo 21 “Todo ciudadano argentino está obligado a armarse en defensa de la patria y de esta Constitución, conforme a las leyes que al efecto dicte el Congreso y a los decretos del Ejecutivo nacional”, o como dice el artículo 22 “Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste (por supuesto durante un régimen democrático), comete delito de sedición”, por lo tanto el espíritu de la constitución es otorgar el derecho de los ciudadanos a levantarse en armas contra los sediciosos, más si estos son las fuerzas armadas.
Pero esto nunca fue considerado por la derecha o estos periodistas que hoy atacan sediciosamente al gobierno y ayer alabaron infamemente a la dictadura, o que hoy pregonan, como lo hace Lanata, que hay que dejar de joder con la dictadura y hay que mirar para adelante.
Esta teoría de los dos demonios servía para poder criticar el accionar de la dictadura pero desmarcándose arteramente de los supuestos “terroristas” es decir los 30.000 desaparecidos asesinados por la dictadura.
Algunos periodistas hay asumen esta teoría de los dos demonios, lamentablemente algunos de Rosario como Sietecase y Novaresio, y para criticar a los Lanata, tienen que agregar una crítica a 678, tratando de desmarcarse de lo que denominan el periodismo militante, sin darse cuenta que los Lanata también son periodismo militante de la derecha reaccionaria, y más aún, ellos son también son periodismo militante porque tienen posturas políticas aunque no las manifiesten tan claramente.
Respeto el discurso de Sietecase, pero me hubiera gustado que se ahorrara la parte de los que justifican todo, ya que, en todo caso, en otra oportunidad, podía criticar la justificación de todo si es que piensa que ello es así, con datos y hechos concretos.
Me parece interesante el artículo de Novaresio en la Capital, pero se hubiera ahorrado de echar supuestas responsabilidades al gobierno nacional por los hechos de Córdoba, porque lo sustancial del incendio fue la impericia, la desidia, la deshonestidad, la corrupción del gobierno cordobés que tiene vasos comunicantes muy profundos con su policía, que dicho y sea de paso más del 80% de la policía cordobesa fue nombrada por De La Sota en los últimos diez años y que muchos de ellos están procesados por supuestas vinculaciones con el narcotráfico.
Y de la oposición mejor no hablar, salió con la inefable Carrió, y demás a criticar al gobierno nacional para tapar los desaguisados de De La Sota, que es parte de la oposición.
Es necesario que los argentinos meditemos sobre la violencia que están generando estos personajes como Lanata, porque ineluctablemente en un futuro cercano vamos a padecer las consecuencias de quienes solo aspiran a que el gobierno fracase por mezquinos intereses personales o de facción.
Hasta la próxima.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)