Desde sus orígenes, la humanidad corrió desesperadamente en busca de un horizonte que siempre se encontraba en la línea de fuga de la vida, en ese punto inalcanzable.
El sentido de la vida es un interrogante que torturó a todos los grandes pensadores de la humanidad, y para evadir imaginariamente este tormento, ellos crearon las utopías, relatos fantásticos de mundos magnificentes, que nadie había conocido, pero al que todos anhelaban encontrar.
Las utopías, tienen el valor de ser inalcanzables, pero constituyen un punto de referencia para la vida de los hombres. El carácter de la utopía es ese, ser algo de lo que habla, que se lo busca, que se construye permanentemente, pero que, como la línea del horizonte, cuando más marchamos, más lejos está.
Detrás de la construcción de las utopías, se encuentra la pregunta por el sentido de la vida.
No es necesario ser filósofo, cualquiera de nosotros, criaturas mundanas, removibles, perecederas, que sabemos que tenemos fecha de vencimiento, aun cuando en la etiqueta no figure, nos hemos preguntado en algún momento, ¿para que vivimos?, ¿para qué vivo?
Luchamos, trabajamos, criamos hijos, construimos empresas, nos odiamos, nos hacemos zancadillas, y todo para que, si al final, como dice el mandato bíblico, “del polvo venimos y al polvo vamos”.
Pero es justamente ese destino inexorable el que nos impulsa a crear. La creación es una hermosa gambeta que, cual eximios jugadores, hacemos a la muerte, es como decirle, vos nos vas a llevar, pero nosotros quedaremos en este lugar, en nuestras creaciones, y eso no lo podés evitar.
El poeta, el pintor, el intelectual, el político, todos tratan de hacer obra, pero también el obrero, el albañil, el administrativo, el comerciante, hacen obra, o, mejor dicho, hacen la obra que los hace a ellos.
Forjamos nuestra identidad, modelamos nuestra subjetividad a través de la acción, pero esa acción no es ciega, es más que una acción, es una visión, que nutre nuestro psiquismo, que construye nuestra identidad.
Cada uno de nosotros contempla extasiado su obra, se regocija en ella, como el padre lo hace en su hijo cada vez que nota que está recorriendo el camino del desarrollo.
Se cuenta que Gaudí, murió mirando la sagrada familia, la iglesia catalana que él había diseñado. Para verla en su totalidad camino hacia atrás y no pudo ver al tranvía que se lo llevó puesto. Cuando me contaron la historia no pude evitar pensar que ideas cruzaron por la mente del arquitecto en el preciso momento en que extasiado miraba su obra y era atropellado por un tranvía.
Muchas veces me he preguntado, que haré cuando deje de trabajar en la universidad, que será de mi vida, he pasado en ella (como estudiante, egresado y profesor) casi medio siglo, he vivido experiencias intensas, y lo que eufemísticamente puedo llamar mi obra (algunos libros, varias decenas de artículos y unos cientos de ponencias a congresos) la he realizado tras los muros de la facultad de psicología. No admito otra vida que no sea en esa organización, parafraseando a un empresario que un día, mirando por la ventana, dijo, hay vida fuera de nuestra empresa, allí en la calle hay personas que se ríen, que lloran, que comen y que nunca pertenecieron a esta empresa, yo podría decir hay vida después de la universidad, ella no es toda la sociedad, peor aún, es tan solo un átomo de la sociedad, solo una ínfima parte de los cuarenta y pico de millones de habitantes de la argentina que están en la universidad (en las universidades nacionales hay 1.824.904 alumnos, 189.692 docentes, 49144 administrativos, es decir 2.063.740 personas) menos del 5% de la población, y sin embargo para nosotros la universidad es el mundo, más que ello es el universo completo de vida, sensaciones, emociones, pasiones, etc.
Pero, y esto es significativo, el porcentaje de la producción intelectual de los integrantes de la universidad es muy pequeño relativo a la producción intelectual del país (libros, diarios, multimedios, etc.).
Porque si es tan poco significativo lo que producimos, porque si nuestra incidencia en el producto interno bruto es tan insignificante, los universitarios creemos ser el motor fundamental de la creación, pues, porque, lo que muros adentro de la misma se hace, es nuestra obra, es lo que significa nuestras vidas y es lo que determina nuestra razón de ser, de existir.
Es muy interesante observar como un hecho tan presente en nuestra existencia, tan inquietante al momento de enfrentarnos a ella, la muerte, no registra muchas reflexiones sobre sus características, significado y biología.
En general, lo mucho que hay escrito sobre la muerte, se refiere a las reflexiones sobre la vida después de la muerte.
Los seres humanos necesitan esquivar a la muerte que saben que los espera en algún lugar, en algún momento, con búsquedas utópicas como las de la vida después de la muerte, y por ello crearon entidades como el alma, el espíritu, entidades que están unidas a la materia corrompible que constituye la fisiología humana, pero que, en el momento del pasaje a la inercia de esa materia, se despega de la misma y adquiere autonomía para ingresar a una dimensión distinta, nueva, eterna, placentera.
Todas las religiones se crearon para mitigar este miedo ancestral de los humanos a su desaparición, y todas inventaron algún tipo de mundo transmaterial en el que se depositaron las almas que abandonan los cuerpos sin vida.
Sin embargo, la muerte constituye un dato igualitario para la especie, ella acontece a todos los seres humanos, no importa que sean ricos, pobres, feos, hermosos, inteligentes necios, todos terminamos siendo abrazados por esta señora que inexorablemente nos lleva al valle del olvido.
A veces pienso, a que le tememos más, a dejar de existir, o a ser olvido.
Tomemos un ejemplo, si alguien me pregunta quien fue mi padre o mi madre contestaré inmediatamente, si me pregunta quienes fueron mis abuelos, tal vez pueda responder pero me costará un esfuerzo intelectual mayor, si me indagan sobre la identidad de mis bisabuelos es muy difícil que pueda contestar, necesariamente tendré que recurrir a una investigación, ni pensar que la pregunta se refiera a mis tatarabuelos, o a mis choznos, directamente creo que ni con una investigación podría contestar, y entonces me cuestiono, quien era aquel sujeto que por primera vez usó mi apellido, que pensaba, que hacía, que sentía, y siento la congoja de no poder saberlo. Tal vez él se halla preguntado si lo recordaría alguien unos cientos de años después.
Soy el último eslabón de una larga cadena que se remonta a los primeros organismos unicelulares, esta cadena es única y llega hasta mí, como miles de millones de cadenas llegan hasta cada uno de los seres humanos que existimos, mi cadena se continúa en mis hijos, ellos podrán cortarla o continuarla en sus hijos, como mis ancestros lo hicieron en su momento, pero reflexionar sobre esto, me permite esclarecer acerca de la obra que cada humano realiza con la gestación de los hijos, sostener a la especie, que es un inmenso colectivo de más de siete mil millones de personas, cada uno como punto actual de su cadena, cada uno como punto de continuidad en sus hijos de esa cadena. Cada uno de nosotros que muere sin hijos, es una cadena que se corta, es una ruptura del mandato de la vida, que existe y se sostiene evitando a la muerte en la continuidad de esas largas cadenas de existencia.
La lucha entre la vida y la muerte, es la lucha por la existencia, personal, individual, pero también colectiva, de la especie, que sistemáticamente se niega a desaparecer y que por ello constituye un organismo supraindividual que perdura en el mecanismo de procreación.
Todos estamos de paso por el mundo, es como una visita turística, estamos un tiempo, vemos, disfrutamos y nos vamos, algunos son más recordados por la magnitud de la obra, Platón, Aristóteles, Buda, Cristo, Confucio, Marx, Freud, y tantos otros que persisten y son hablados en diferentes momentos, otros no tienen esa presencia, pero son dichos y recordados en menor cuantía, otros desaparecen arrastrados por el viento del olvido que arrastra las arenas de la vida, pero todos han dejado una huella en la existencia, grande o pequeña, y la razón de su vida ha sido esa obra que perdura más allá de la muerte.
Hasta la próxima.