domingo, 29 de enero de 2017

Andá a laburar, vago.


Como es sabido, el principal interés del capitalismo como sistema económico, es la ganancia. Para incrementar las ganancias, el capitalista debe bajar los costos, entre los costos considerados por los capitalistas, según la afirmación de Mauricio Macri está en primer lugar los salarios, por lo tanto, un capitalista para maximizar su negocio ha de pagar los salarios más bajos posibles y lograr el mayor rendimiento de sus trabajadores en la jornada laboral. Un capitalista vernáculo, aduce que no puede competir con los productos importados porque son mucho más baratos, dado que en sus países de origen se pagan salarios muchos más bajos, lo cual es una verdad a medias. Analicemos la cuestión, es cierto que Adidas, Nike, y otras empresas depredadoras transnacionales, por tomar un caso, pagan salarios bajísimos a sus trabajadores en países como India, Filipinas, Pakistán, Kazajistán, Kirguistán, etc. Pero no es menos cierto que en los países avanzados, como por ejemplo Luxemburgo, Noruega, Austria, EE. UU, Reino Unido, etc., se pagan salarios mucho más altos (diferencias que van de 10 a 200 dólares diarios) y sin embargo tienen economías competitivas, sin contar los costos adicionales que hay en países con una alta protección del trabajador que no o lo tienen los países más pobres. Cuál es el secreto, pues la alta productividad del trabajo producto de la incorporación tecnológica, y por otro lado la existencia de mercados internos en los países más desarrollados que viven del consumo interno, y que potencian las ganancias de sus capitalistas. Por lo tanto, la primera conclusión a la que arribamos es que con salarios bajos no se logra desarrollar un país, solo se logra aumentar la pobreza extrema y la dependencia de los centros de poder económico mundial. En países como Argentina, en donde su salario promedio ronda los 55 dólares diarios y con baja incorporación tecnológica en gran parte de sus industrias, la lógica capitalista ubicaría la clave para desarrollarse es la inversión genuina en tecnología y el sostenimiento e incremento de los salarios para lograr un mercado interno que fortalezca a las empresas y las motive a invertir para poder competir. Pero es sabido que en nuestro país, los gobiernos conservadores de derecha que gobernaron la mayor parte de nuestra historia, siempre apostaron a la competitividad de los productos primarios en los mercados internacionales, ello no solo es evidente en los datos de la evolución económica, sino también en la subjetividad de los actores locales que definen al país como el granero del mundo, centrando como el mayor y más importante jugador de nuestra economía a los productores agrarios y apostando muy poco al desarrollo industrial. La Argentina tuvo momentos de expansión industrial en los períodos de las grandes confrontaciones bélicas mundiales, en las entre guerras y en las post guerras, periodos en los que los países beligerantes estaban destruidos y requerían de materias primas. A partir de la década del 60’ y particularmente luego de la gran crisis de 1975 (Rodrigazo) Argentina no supo implementar planes de desarrollo industrial y su economía naufragó en los ajustes neoliberales que veían en las restricciones económicas a los sectores obreros y populares un modo de incrementar el reparto desigual de la renta, enriqueciendo a los grandes propietarios y empobreciendo a la clase obrera y a crecientes sectores de la clase media. Los ajustes siempre implicaron recortes en los gastos sociales, disminución de las plantillas, precarización del trabajo, aumento de las jornadas laborales, disminución de los salarios, etc. Su consecuencia a lo largo de las sucesivas gestiones neoliberales fue la constricción del mercado interno, la caída del consumo por menor poder adquisitivo del salario en virtud de los recortes y aumento de la pobreza y la indigencia que ha tenido una curva ascendente constante a partir de los comienzos de la década del 70’. Hoy Argentina está nuevamente gobernada por los mariscales de su derrota, los neoliberales, solo que en virtud de la mala prensa que tiene la palabra ajuste, hoy se la denomina sinceramiento, pero sus consecuencias son las mismas que surgieron cuando se aplicaron recetas neoliberales, aumento de la desocupación, recorte de los gastos sociales, caída de los salarios, menor consumo, incremento de la pobreza y la indigencia en beneficio de la concentración de los bienes en pocas manos, etc. Frente a la nueva catástrofe económica que se avecina, el gobierno de Mauricio Macri ha comenzado a desarrollar propuestas negativas para la mayoría social como el quite de los subsidios a los servicios lo que ha redundado en su encarecimiento, trata de bajar los salarios, ha producido una fenomenal transferencia de ingresos hacia los sectores económicamente más concentrados como el agro, las mineras, los exportadores, etc. Todas estas medidas ni siquiera se han demostrado beneficiosas en el largo plazo ni para la gran burguesía que comienza a ver un horizonte de oscuros nubarrones en su porvenir económico. Entre las medidas desesperadas que se plantean tomar se encuentra la modificación de la ley de contratos de trabajo (ya modificaron por decreto la ley de ART precarizando más el trabajo y aumentando los riesgos de los trabajadores) con el argumento de que el problema de la argentina es que no se trabaja. Hemos visto al propio presidente y sus ministros hablar de la baja productividad y la poca contracción al trabajo de los argentinos. La inefable hipócrita, Elisa Carrió, que durante el año de gobierno de Cambiemos ha mostrado su ideología reaccionaria y depredadora al servicio de la superexplotación de la clase trabajadora, se ha sumado al coro de políticos y periodistas amanuenses que claman contra la poca vocación de trabajo de los argentinos. El papel de la prensa, sobre todo de los periodistas a sueldo para decir (y ocultar) lo que le conviene al régimen de acumulación implacable que pretende construir la derecha conservadora en argentina es fundamental. Antes de implementar alguna medida de carácter reaccionario, estos periodistas inundan las percepciones de los argentinos de falsedades haciéndoles creer la versión de los problemas que tiene el gobierno. Entonces, el problema de la Argentina no es la falta de inversión, la casi inexistencia del mercado interno, la voracidad de la gran burguesía que quiere cada vez más ganancias, las asimetrías sociales insoportables que en tan solo un año ha desarrollado el gobierno de Macri, sino la actitud de los trabajadores argentinos que no tienen ganas de trabajar. Veamos una perla en “La Capital” del 29 de enero de 2017. El reaccionario y derechista periodista Diego Vega, en una columna en la página 12 de esta edición afirma: “Demasiados discursos políticamente correctos que deberían entender que un país se pone en marcha trabajando, y no plagado de feriados.” Para Vega, el problema de la Argentina son los feriados, no la asimetría social y las políticas de hambre y miseria implementadas por el gobierno nacional, y por supuesto, aunque no los dice explícitamente, es la cantidad de feriados que en tiempos del kirchnerismo tenían los trabajadores que viajaban por todo el país haciendo mini turismo, y como Olmedo el idiota diputado salteño, Vega piensa que hay que ponerse a trabajar. Que cree Vega que han hecho los trabajadores a lo largo de dos siglos de vida nacional, tal vez para Vega se rascaron el higo a dos manos. El discurso del “aquí no trabaja nadie”, “lo que pasa es que los argentinos son una manga de vagos” es un discurso que además de falso de toda falsedad, está en línea con las políticas de superexplotación de la derecha vernácula. Veamos los datos de las horas trabajadas en los diversos países de nuestro planeta. Según la consultora GetVoiP con datos de los gobiernos de Singapur, Japón, el departamento de trabajo de EE.UU. y la U.E., elaboró los cuadros que acompañamos, en los que se evidencia con claridad que en Argentina se trabaja mucho, ubicándose en el puesto 36 en un orden que va de los que menos horas trabajan por semana a los que más trabajan por semana, trabajándose más de 2000 horas anuales que la ubica muy por encima de los países más desarrollados en cantidad de horas trabajadas. Cuando observamos el cuadro de salarios medios en el mundo, Argentina se ubica en el puesto 41, teniendo un salario medio inferior a países como Lituania, Jamaica, Rusia Estonia, Bosnia, Macedonia, Hungría, etc. Resulta claro que los medios de comunicación hegemónicos pretenden convencernos que los trabajadores debemos ser pobres e indigentes, como dijo el inefable presidente del Banco Nación Javier González Fraga, debemos dejar de creer que los trabajadores con nuestro salario podemos comprar celulares, televisores, casas, hacer turismo y mini turismo y convencernos que nuestro destino es vivir en asentamientos precarios. El intento en el discurso neoliberal es que seamos positivos, porque como dijera otro inefable ministro Marcos Peña, ser crítico, no necesariamente es ser inteligente, claro porque si somos todos boludos ellos pueden explotarnos a piaccere. Para que no nos sigan engañando busquemos información, veamos lo que ocurre en el mundo, luchemos, solo así el futuro será nuestro. Hasta la próxima.

jueves, 26 de enero de 2017

Crónicas Marxianas. por Carlos Bonantini: Las invasiones bárbaras (e hipócritas)

Crónicas Marxianas. por Carlos Bonantini: Las invasiones bárbaras (e hipócritas): Los romanos denominaban bárbaros a aquellos pueblos que no estaban incluidos en su imperio. Por lo general el peyorativo refería la falta d...

Las invasiones bárbaras (e hipócritas)


Los romanos denominaban bárbaros a aquellos pueblos que no estaban incluidos en su imperio. Por lo general el peyorativo refería la falta de conocimiento del griego y el latín de los miembros de estas comunidades. En general, el barbarismo fue conocido como un estadio intermedio entre el salvajismo y la civilización, encarnada por supuesto, por los romanos. Lo curioso es que ese “otro” al que se referían los romanos, poseía una cultura y una civilización en muchos puntos más avanzada que la de los romanos, al punto tal que el propio imperio sucumbió al avance de los llamados barbaros, a medida en que fue pudriéndose lentamente encerrado en sus propios prejuicios y fanatismos. En argentina, en democracia, durante algún tiempo, se construyó una cultura de la inclusión, de respeto hacia el “otro”, fueron tiempos en que se intentó construir una cultura de la solidaridad, de la inclusión, de la cooperación, tiempos en los que las personas sentíamos la necesidad de ayudar al más vulnerable, en que no discriminábamos al que era diferente, tiempos en los que parecía que el racismo y la xenofobia eran cosas del pasado. Los argentinos buscamos durante algún tiempo caminar juntos, de la mano, sintiéndonos hermanos, pero hoy constatamos que aquello fue tan solo un espejismo, En las sombras, las tenebrosas fuerzas del oscurantismo estaban agazapadas para dar el zarpazo y retrotraer la república democrática a la edad de piedra. Curiosamente, esta restauración conservadora se hizo mediante un relato que hipócritamente nos habla de la felicidad, del estar unidos, de respetar la opinión del otro, mientras que en la práctica, se está construyendo una país con presos políticos, con ciudadanos cada vez más pobres y con cada vez menos derechos, y en la vereda de enfrente, ciudadanos cada vez más ricos, con la totalidad de los derechos, llegando al caso de poder poseer un lago y evitar que los argentinos gocemos de nuestras bellezas naturales. A diferencia de Roma, en donde las invasiones bárbaras duraron varios siglos, en argentina, los propios argentinos, instalamos a los bárbaros en la casa de gobierno y nos sometimos a ellos sin decir nada. Y los bárbaros, que se camuflaron de civilizados, mostrándose con elegantes trajes de CEOs, hablando sofisticadas jergas de empresarios, haciendo alarde de una erudición vacía de contenido, y en un abrir y cerrar de ojos acometieron salvajemente contra lo que tanto nos había costado construir. Con suaves modales de sicarios entrenados, con voces seductoras cuidadosamente estudiadas, no dijeron que reconstruíamos un país entre todos, que los años anteriores habían sido una ilusión, que los pobres no podíamos tener celulares, LCD, hacer turismo, tener salud de primera, educación de calidad, y comenzaron a esculpir la denigrante es-(cultura) en la que ellos, los salvadores de la civilización estaban en la cúspide para salvarnos de nosotros mismos, que de una vez y para siempre debíamos aceptar nuestro destino miserable y el orden natural en el que, los seres humanos, tenemos destinos preestablecidos según los cuales los más adaptados, los más eficaces, los que han sabido forjarse una posición tienen el derecho (aunque sea un derecho heredado) de gozar de sus riquezas, y los otros, los que nunca tuvieron oportunidades, lo que no recibieron educación de calidad, los que nacieron en hogares humildes, en asentamientos precarios, ellos tienen que conformarse con su horizonte oscuro y trabajar sin denuedo para garantizar las utilidades que les permitan a los elegidos gozar de todos los derechos y bienes. La pregunta que surge es muy sencilla, ¿cómo hicieron unos pocos (no más del 5% de la población) para construir una subjetividad sometida que lleva al otro 95% a aceptar tanta miseria e indignidad? Es lo que en el mundo se llama la revolución conservadora que se estructuró a partir del fin de la segunda guerra mundial, pero que sentó sus bases durante la década de los 80’ cuando la derecha conservadora pudo empezar a ver los frutos de su obra de restauración conservadora en el mundo. Cristian Laval y Pierre Dardot, en su libro: “La nueva razón del mundo” de Editorial Gedisa, nos dicen que erróneamente se definió al neoliberalismo como un plan económico, lo cual es, pero que es mucho más que ello, “el neoliberalismo antes que una ideología o una política económica es, de entrada y ante todo, una racionalidad, y que, en consecuencia, tiende a estructurar y organizar, no solo la acción de los gobernantes, sino también la conducta de los propios gobernados” (pagina15 de “La nueva razón social del mundo”.) Lo que se había basado en la restauración conservadora de los ochenta, se afianza en los noventa cuando se produce la debacle del socialismo real. La burguesía ya no tiene los límites que el precario dique de los estados llamados “socialistas” había impuesto a sus proyectos de rapiña internacional y entonces se lanza desaforadamente a la colonización de la subjetividad de los dominados mediante un mecanismo que no solo incluye a la complicidad de los académicos, que comienzan a deconstruir el discurso keynesiano que había posibilitado el estado de bienestar en los países capitalistas infiltrando a los dirigentes políticos con sus teorías estrambóticas como la del derrame, sino que tienen en sus manos una herramienta mucho más contundente y con mayor poder de penetración en las culturas subordinadas: los medios de comunicación. La construcción de esta nueva subjetividad no es tarea de un día, ni de un gobierno, es un plan sistemático trazado por los centros de poder mundial para lograr el sometimiento consensuado de los sectores más vulnerables de la sociedad. Es mucho más que un plan económico, es el desarrollo pleno del pensamiento heredado, basado en la heteronomía normativa, según la cual las normas no son construidas por los actores sociales, ni siquiera por actores presentes, sino que los ciudadanos respetamos normas heredadas que vienen desde el fondo de los tiempos bajo la forma de significaciones sociales imaginarias que permiten moldear instituciones fundamentales para la explotación social, como por ejemplo la sacralidad de la propiedad privada, la distribución injusta de los bienes, los derechos de los más poderosos que les permiten hacer y deshacer las vidas de los dominados, etc. Por supuesto, que los 10 hombres y mujeres más ricos del mundo tengan el 50% de los bienes mundiales conduce necesariamente a la construcción de un ejército de marginales, excluidos, pobres de solemnidad sin propiedades ni derechos, los que habitan casillas miserables, en medio de ecosistemas inmundos y enfermantes, sin ningún derecho que no sea la mendicidad o el sometimiento a condiciones miserables de vida y de trabajo. En el medio, una extendida “clase media” que tiene algunas posesiones y que por ello cree imaginariamente que es parte del mundo de los privilegiados, los que en las bacanales de la burguesía comen las sobras y creen estar sentados en el banquete. Este sector social, tremendamente vulnerable, blanco de los jóvenes y personas con conflicto con la ley, los que sin tener conciencia de ello impugnan el pensamiento heredado y salen por las calles a recuperar lo que la sociedad les ha arrebatado por generaciones, su vida y su futuro, clama angustiosa e infructuosamente por lo que llaman su seguridad, sin ver que la seguridad (o inseguridad) es parte del sistema social injusto que hunde en la miseria y deja sin futuro a las grandes mayorías populares. Como los bárbaros necesitan a este sector disciplinado y obediente del lado de sus intereses, desde los medios agitan el discurso de la inseguridad y la emprenden contra todos aquellos jóvenes que son portadores de cara o de gorrita, de tez oscura, con algún antecedente inmigratorio, que se atreven a incursionar en el ejido urbano. El pensamiento bárbaro en la actualidad se caracteriza por su falta de horizonte de visibilidad y la necesidad de dar respuestas, aunque estas sean inconexas y no coordinadas. Entonces, al discurso la ablación de los derechos conquistados, se suma el relato del encierro, y gritan como energúmenos, nos están matando como a moscas, que desaparezcan, que los encierren, no importa su edad. Tienen que ser encerrados y torturados y por qué no, ajusticiados. Así aparecen propuestas de bajar la edad de imputabilidad para que se pueda penar a los niños, de hacer leyes más duras que penen a los pobres con encierros en condiciones más denigrantes que las que tienen en libertad, diferentes formas de espionaje a los ciudadanos que, a la manera de gran hermano, pretenden controlar y que sepan que son controlados para lograr el efecto de subordinación de clase más tremendo, la auto subordinación. Estamos muy cerca de que, como en otros países de Sudamérica salgan bandas de autodefensa a perseguir y matar jóvenes para terminar con la “inseguridad”. La sociedad se está barbarizando, está construyendo una constricción ciudadana cada vez más asfixiante, está retomando los senderos de las dictaduras genocidas que pulularon en épocas nefastas de nuestra historia reciente, y solo nosotros, los ciudadanos podemos reconstruir una sociedad de valores en la que la solidaridad, la salud de la población, el bienestar general, la igualdad social, la libertad de pensamiento, el derecho a asociarse sin temor a ser encarcelado primen sobre el modelo en el que el lucro y el rendimiento son valores esenciales. Hasta la próxima.

jueves, 12 de enero de 2017

La razón de la existencia.


Desde sus orígenes, la humanidad corrió desesperadamente en busca de un horizonte que siempre se encontraba en la línea de fuga de la vida, en ese punto inalcanzable. El sentido de la vida es un interrogante que torturó a todos los grandes pensadores de la humanidad, y para evadir imaginariamente este tormento, ellos crearon las utopías, relatos fantásticos de mundos magnificentes, que nadie había conocido, pero al que todos anhelaban encontrar. Las utopías, tienen el valor de ser inalcanzables, pero constituyen un punto de referencia para la vida de los hombres. El carácter de la utopía es ese, ser algo de lo que habla, que se lo busca, que se construye permanentemente, pero que, como la línea del horizonte, cuando más marchamos, más lejos está. Detrás de la construcción de las utopías, se encuentra la pregunta por el sentido de la vida. No es necesario ser filósofo, cualquiera de nosotros, criaturas mundanas, removibles, perecederas, que sabemos que tenemos fecha de vencimiento, aun cuando en la etiqueta no figure, nos hemos preguntado en algún momento, ¿para que vivimos?, ¿para qué vivo? Luchamos, trabajamos, criamos hijos, construimos empresas, nos odiamos, nos hacemos zancadillas, y todo para que, si al final, como dice el mandato bíblico, “del polvo venimos y al polvo vamos”. Pero es justamente ese destino inexorable el que nos impulsa a crear. La creación es una hermosa gambeta que, cual eximios jugadores, hacemos a la muerte, es como decirle, vos nos vas a llevar, pero nosotros quedaremos en este lugar, en nuestras creaciones, y eso no lo podés evitar. El poeta, el pintor, el intelectual, el político, todos tratan de hacer obra, pero también el obrero, el albañil, el administrativo, el comerciante, hacen obra, o, mejor dicho, hacen la obra que los hace a ellos. Forjamos nuestra identidad, modelamos nuestra subjetividad a través de la acción, pero esa acción no es ciega, es más que una acción, es una visión, que nutre nuestro psiquismo, que construye nuestra identidad. Cada uno de nosotros contempla extasiado su obra, se regocija en ella, como el padre lo hace en su hijo cada vez que nota que está recorriendo el camino del desarrollo. Se cuenta que Gaudí, murió mirando la sagrada familia, la iglesia catalana que él había diseñado. Para verla en su totalidad camino hacia atrás y no pudo ver al tranvía que se lo llevó puesto. Cuando me contaron la historia no pude evitar pensar que ideas cruzaron por la mente del arquitecto en el preciso momento en que extasiado miraba su obra y era atropellado por un tranvía. Muchas veces me he preguntado, que haré cuando deje de trabajar en la universidad, que será de mi vida, he pasado en ella (como estudiante, egresado y profesor) casi medio siglo, he vivido experiencias intensas, y lo que eufemísticamente puedo llamar mi obra (algunos libros, varias decenas de artículos y unos cientos de ponencias a congresos) la he realizado tras los muros de la facultad de psicología. No admito otra vida que no sea en esa organización, parafraseando a un empresario que un día, mirando por la ventana, dijo, hay vida fuera de nuestra empresa, allí en la calle hay personas que se ríen, que lloran, que comen y que nunca pertenecieron a esta empresa, yo podría decir hay vida después de la universidad, ella no es toda la sociedad, peor aún, es tan solo un átomo de la sociedad, solo una ínfima parte de los cuarenta y pico de millones de habitantes de la argentina que están en la universidad (en las universidades nacionales hay 1.824.904 alumnos, 189.692 docentes, 49144 administrativos, es decir 2.063.740 personas) menos del 5% de la población, y sin embargo para nosotros la universidad es el mundo, más que ello es el universo completo de vida, sensaciones, emociones, pasiones, etc. Pero, y esto es significativo, el porcentaje de la producción intelectual de los integrantes de la universidad es muy pequeño relativo a la producción intelectual del país (libros, diarios, multimedios, etc.). Porque si es tan poco significativo lo que producimos, porque si nuestra incidencia en el producto interno bruto es tan insignificante, los universitarios creemos ser el motor fundamental de la creación, pues, porque, lo que muros adentro de la misma se hace, es nuestra obra, es lo que significa nuestras vidas y es lo que determina nuestra razón de ser, de existir. Es muy interesante observar como un hecho tan presente en nuestra existencia, tan inquietante al momento de enfrentarnos a ella, la muerte, no registra muchas reflexiones sobre sus características, significado y biología. En general, lo mucho que hay escrito sobre la muerte, se refiere a las reflexiones sobre la vida después de la muerte. Los seres humanos necesitan esquivar a la muerte que saben que los espera en algún lugar, en algún momento, con búsquedas utópicas como las de la vida después de la muerte, y por ello crearon entidades como el alma, el espíritu, entidades que están unidas a la materia corrompible que constituye la fisiología humana, pero que, en el momento del pasaje a la inercia de esa materia, se despega de la misma y adquiere autonomía para ingresar a una dimensión distinta, nueva, eterna, placentera. Todas las religiones se crearon para mitigar este miedo ancestral de los humanos a su desaparición, y todas inventaron algún tipo de mundo transmaterial en el que se depositaron las almas que abandonan los cuerpos sin vida. Sin embargo, la muerte constituye un dato igualitario para la especie, ella acontece a todos los seres humanos, no importa que sean ricos, pobres, feos, hermosos, inteligentes necios, todos terminamos siendo abrazados por esta señora que inexorablemente nos lleva al valle del olvido. A veces pienso, a que le tememos más, a dejar de existir, o a ser olvido. Tomemos un ejemplo, si alguien me pregunta quien fue mi padre o mi madre contestaré inmediatamente, si me pregunta quienes fueron mis abuelos, tal vez pueda responder pero me costará un esfuerzo intelectual mayor, si me indagan sobre la identidad de mis bisabuelos es muy difícil que pueda contestar, necesariamente tendré que recurrir a una investigación, ni pensar que la pregunta se refiera a mis tatarabuelos, o a mis choznos, directamente creo que ni con una investigación podría contestar, y entonces me cuestiono, quien era aquel sujeto que por primera vez usó mi apellido, que pensaba, que hacía, que sentía, y siento la congoja de no poder saberlo. Tal vez él se halla preguntado si lo recordaría alguien unos cientos de años después. Soy el último eslabón de una larga cadena que se remonta a los primeros organismos unicelulares, esta cadena es única y llega hasta mí, como miles de millones de cadenas llegan hasta cada uno de los seres humanos que existimos, mi cadena se continúa en mis hijos, ellos podrán cortarla o continuarla en sus hijos, como mis ancestros lo hicieron en su momento, pero reflexionar sobre esto, me permite esclarecer acerca de la obra que cada humano realiza con la gestación de los hijos, sostener a la especie, que es un inmenso colectivo de más de siete mil millones de personas, cada uno como punto actual de su cadena, cada uno como punto de continuidad en sus hijos de esa cadena. Cada uno de nosotros que muere sin hijos, es una cadena que se corta, es una ruptura del mandato de la vida, que existe y se sostiene evitando a la muerte en la continuidad de esas largas cadenas de existencia. La lucha entre la vida y la muerte, es la lucha por la existencia, personal, individual, pero también colectiva, de la especie, que sistemáticamente se niega a desaparecer y que por ello constituye un organismo supraindividual que perdura en el mecanismo de procreación. Todos estamos de paso por el mundo, es como una visita turística, estamos un tiempo, vemos, disfrutamos y nos vamos, algunos son más recordados por la magnitud de la obra, Platón, Aristóteles, Buda, Cristo, Confucio, Marx, Freud, y tantos otros que persisten y son hablados en diferentes momentos, otros no tienen esa presencia, pero son dichos y recordados en menor cuantía, otros desaparecen arrastrados por el viento del olvido que arrastra las arenas de la vida, pero todos han dejado una huella en la existencia, grande o pequeña, y la razón de su vida ha sido esa obra que perdura más allá de la muerte. Hasta la próxima.