Uno de los mayores problemas de Argentina (además de los múltiples inconvenientes que tiene la vida en sociedad en este país) es la sordera ideológica que existe, no solo entre los políticos, sino entre todos los actores sociales.
El debate político ideológico en una sociedad es más que un simple ejercicio futbolero en el que el único objetivo es ganar, es una necesidad acuciante que permite a los ciudadanos ejercer el control de todos los representantes (oficialistas y opositores) a partir de lo que en muchos artículos hemos definido como el pensamiento crítico reflexivo.
Este pensar en términos futboleros implica cerrarse sobre un mismo, gratificarse con los propios argumentos, sin poder escuchar al “otro”, ese alter que necesariamente aporta puntos de vista a nuestro recorrido intelectual.
Entre los políticos, esta ceguera ante los argumentos del otro, esconde un interés concreto, el de mantenerse en el poder o el de conseguirlo. Por ello es muy difícil que varios políticos puedan debatir reflexivamente, casi siempre debaten sin escuchar. Esto lo podemos ver en los programas políticos televisivos, allí, el conductor del programa le otorga la palabra a uno de los invitados, este comienza a exponer y en el mismo momento intervienen los que están en la vereda opuesta, y Ud., mi querido espectador, ni siquiera puede escuchar lo que dicen unos y otros, el debate se transforma en una vocinglería sin sentido, en puro ruido comunicacional, y por lo tanto todos se van como vinieron, convencidos que el “otro” no tiene un ápice de razón, y que a él lo asiste “toda la verdad”.
Este modelo de debate se repite en los diferentes espacios públicos y semipúblicos, discutimos sin escuchar, no para pensar, sino para aniquilar a nuestro eventual contrincante. Con un agregado, si alguien dice “me parece que lo que hizo el gobierno en tal cosa es bueno” inmediatamente se lo tilda de oficialista y se lo encasilla en el bando enemigo al que hay que destruir, si en cambio el que enuncia dice “creo que la oposición tiene razón cuando critica tal cosa” pasa a ser un opositor al que hay que desechar.
Lo tragicómico de la política argentina es que casi siempre opositores y oficialistas son, amigos o compañeros de ruta de ayer, enemigos de hoy.
Vean sino a Carrió alabando a Macri, el mismo Macri que ayer denostaba, y denostando a Pino Solanas, con quien hizo una alianza que lo llevo a este último al senado. Vean a Masa que se cruza sin piedad con Aníbal Fernández o Randazzo, cuando no hace muchos años eran compañeros de gobierno cuando Masa era jefe de gabinete, y podríamos seguir con cientos de ejemplos, pero como decía la tía Veneranda, para muestra basta un botón.
Los gobiernos no son ni enteramente malos, ni enteramente buenos, algunos tienen una inclinación hacia actos de gobierno que favorecen a los sectores más vulnerables, otros crean vulnerabilidad con políticas de estado.
Existen gobiernos execrables que han realizado un genocidio como la última dictadura militar, que arruinaron la industria, que empobrecieron a los argentinos, pero aun así, no me atrevería a decir que todas las medidas que tomaron fueron incorrectas. Hay gobiernos populares, que gobernaron pensando en la gente, como el de Illía, Alfonsín, Néstor Kirschner o Cristina Kirschner, a los que seguramente podemos criticarles muchas cosas, pero lo importante es el balance que hacemos de cada gestión de gobierno. Y no solo pensar lo que un gobierno hizo, sino confrontarlo con largos períodos históricos de un país.
Sería incorrecto e injusto adjudicar un mal gobierno a Raúl Alfonsín por la manera en que término su mandato, es necesario ver la situación en que tomó el gobierno, lo que hizo y finalmente los errores que cometió y la operaciones políticas que soportó.
El Gobierno de Alfonsín se caracterizó por la transparencia, solo tuvo unos pocos hechos de corrupción denunciados (ej., Delconte en la Aduana) por el valor de enjuiciar a las juntas militares (algo que ningún gobierno democrático posterior a una dictadura había hecho antes) por intentar frenar el avance de las corporaciones (son memorables sus discursos silbados en la Sociedad Rural o el intento de gestar leyes que democratizaran a las organizaciones sindicales, la convocatoria a la movilización popular ante las asonadas militares o su debate con el obispo de Buenos Aires en un Tedeum recordable). Se le puede criticar la falta de decisión en la lucha contra las corporaciones, la tibieza en la implementación del Plan Austral, u otras decisiones que lo llevaron a tener que abandonar el gobierno antes de tiempo por errores propios, pero fundamentalmente por las conspiraciones desestabilizadoras que llevaron adelante sectores corporativos mediáticos, sectores de la burguesía concentrada y sectores políticos funcionales al poder económico y mediático.
En la Argentina los llamados gobiernos populares fueron permanentemente hostigados, destituidos, por poderes que se coaligaban bajo el liderazgo del llamado Partido Militar, que era quien a falta de apoyo ciudadano, tomaba el poder con las armas y llevaba adelante planes que tenían como objetivo la satisfacción de los intereses de la gran burguesía financiera, agraria e industrial, con modelos económicos profundamente neoliberales y con presupuestos sociales conservadores y reaccionarios.
Los llamados sectores populares liderados por la burguesía mediana y pequeña (generalmente convocados por la Confederación General Económica, con el apoyo de una intelectualidad pequeño burguesa “progresista” y de los movimientos sindicales peronistas y radicales, por la Federación Agraria Argentina, etc.) tuvieron a lo largo del siglo veinte una doble representación política electoral mayoritaria (el peronismo y el radicalismo).
Ante la debacle de Malvinas y la bancarrota del partido militar que demostró que además de su incapacidad para gobernar no podía cumplir con su objetivo institucional (la defensa del país) los sectores más concentrados de la burguesía asumieron una nueva táctica (por un lado tratar de crear un partico propio que confrontara electoralmente y por el otro ante las derrotas electorales infiltrar a los partidos “populares”)
Este segundo camino será exitoso cuando logran infiltrar al gobierno de Menem e imponer un programa neoliberal traicionando la voluntad popular que lo había votado para hace una cosa distinta a la que hizo Menem.
Lo mismo ocurrió con el gobierno de la Alianza, que ganó con un programa electoral e inmediatamente en el gobierno traicionó este mandato y decidió continuar las políticas menemistas. Esto dio lugar a una profunda crisis en la que los sectores dignos como el Chacho Álvarez se retiraron del gobierno y lo sumieron en una profunda debilidad que lo conducirían a su caída a mitad de mandato.
Nuestra democracia, aun joven (solo tiene poco más de treinta años) no ha desarrollado mecanismos de control popular que eviten estas traiciones a los mandatos electorales (Menem decía que un político a veces promete lo que sabe que no puede cumplir y otras hace lo que nunca prometió), que limite el poder de las corporaciones, democratizándolas, evitando los monopolios mediáticos y económicos. El desarrollo de mecanismos como el plebiscito, el referéndum, las asambleas populares, la revocación de mandatos, etc., constituyen formas de ampliación de la democracia que es necesario preconizar en forma continua bajo un modo de producción capitalista como vía de incrementar el poder popular y crear herramientas defensivas al servicio de los intereses de los sectores más rezagados y vulnerables de la sociedad.
Y es acá, en esta agenda política de reforma democrática donde se inserta la importancia del desarrollo de un pensamiento crítico y reflexivo, de incrementar la capacidad de escucha en el debate y desarrollar el cotejo de las diferentes informaciones que nos atraviesan a lo largo de cada día.
La clase dominante, cuando no desarrolla mecanismos comunicativos adormecedores de la conciencia ciudadana (ej. Los programas de chimento, de Tinelli, etc.) impulsa que debatamos temas que son insustanciales, o que si tienen sustancia lo hagamos desde perspectivas que sirven a sus intereses de clase.
Discutamos la inseguridad, o la corrupción, nos dicen, pero en el debate que impulsan los medios monopólicos de comunicación no aparecen (o si aparecen solo lo hacen de manera denominativa) la explotación a la que son sometidos los trabajadores, la pobreza y desigualdad que esa explotación genera, la marginación a que son sometidos millones de compañeros que por no tener casa viven en condiciones casi infrahumanas.
La corrupción por ejemplo, se denuncia la corrupción oficial, en el ámbito de la gestión de gobierno, y siempre que el gobierno sea kirschnerista (por ejemplo no hay o hay muy pocas denuncias de Clarín y TN de la corrupción del macrismo o de los miembros del masismo), pero nada se dice de la corrupción de los monopolios mediáticos, se ocultan los delitos económicos de los grandes burgueses que realizan operaciones ilegales de lavado de dinero o evasión fiscal por intermedio de bancos como el HSBC, poco se habla de apropiación violenta de empresas como el caso de Papel Prensa, o de sembradíos ilegales que arruinan el ecosistema como es el caso de los sembrados de Aranda (director de Clarín) en Entre Ríos.
Pregunta ¿por qué los fiscales, jueces, políticos y ciudadanos que se movilizaron el 18F no pidieron justicia de estas cuestiones?
En los jueces, políticos y fiscales es claro, defienden sus intereses corporativos, en los ciudadanos de a pie, en otros artículos explicamos cómo el poder mediático coloniza el imaginario de los mismos y les impone una manera de ver la realidad, de concebir lo que acontece, sin reflexión, mecánicamente.
No es necesario ser kirschnerista para ver que este gobierno ha desarrollado una serie de cambios que favorecen a los sectores más vulnerables y medios de la sociedad.
En los últimos 12 años ha crecido el salario real mejorando la capacidad de consumo de estos sectores.
Esto ha llevado a ventas record de automotores, electrodomésticos, turismo (interno y externo) incremento de la compra de servicios privados de salud y educación, etc.
Se han desarrollado políticas sociales como conectar igualdad, asignación universal por hijos, plan procrear, plan procreauto, etc. que le permitió a los sectores más empobrecidos acceder a bienes que antes les estaban vedados.
Se ha respetado escrupulosamente la libertad de prensa y de expresión de manera que en los diarios opositores como el Grupo Clarín y la Nación entre otros se pueden comunicar los mayores disparates, insultar funcionarios, mentir, deformar las noticias sin ninguna limitación, y los ciudadanos se expresan en manifestaciones como el 18F sin sufrir ninguna represión. Cualquiera puede decir lo que quiera sin temor a ser sancionado o perseguido por sus dichos cualquiera sea su ideología política. No se reprime ni impide ningún tipo de manifestación, piquete, etc.
Se han desarrollado derechos sociales de las minorías como el matrimonio igualitario, la defensa de las personas con capacidades diferentes, la sanción de la trata de blancas, etc.
Se han re estatizado empresas señeras de nuestro país como YPF, Aerolíneas Argentinas, las jubilaciones y pensiones, el agua, etc. Se están reconstruyendo los servicios de tráfico de pasajeros en ferrocarriles, mejorando las comunicaciones viales (ej. Autopista a Córdoba), etc.
Se ha logrado la independencia satelital con la construcción y puesta en órbita de ISAT el satélite de comunicaciones con el que Argentina accedió a un exclusivo club que comparte con un grupo de países menor a los diez.
Se ha impulsado la ciencia y la tecnología con la creación de un ministerio propio y la divulgación del conocimiento mediante diversos mecanismos como el canal Encuentro o Tecnópolis, o la mejora de los espacios y medios educativos incluida la educación superior.
En definitiva para no hacer una lista larga (que podría ser considerada una exégesis del gobierno) que pone de manifiesto que existe una obra que mejora las condiciones de vida y de convivencia de los ciudadanos.
Existe aún indigencia y pobreza, existe corrupción estatal y privada, existe narcotráfico, existen muchas cosas que no se han resuelto y que quedan para próximas administraciones pero si comparamos los datos de la Argentina actual con los datos históricos del siglo veinte veremos que este país se parece mucho más a la década del 60´ cuando los argentinos tuvimos el mejor nivel de vida de nuestra historia que a la argentina de la década infame, de la dictadura genocida, del menemismo o de la alianza.
El debate está abierto.
Hasta la próxima.