En la década del 70´, existía una clara diferenciación entre la izquierda y la derecha, quienes nos enrolábamos en la izquierda nos definíamos como socialistas y preconizábamos la necesidad de hacer política para construir una sociedad sin clases en las que las relaciones entre ciudadanos se basaran en la igualdad y la democracia.
La democracia que hacíamos referencia, no era cualquiera, nuestro paradigma era la democracia directa y nuestro modelo de organización estatal era la dictadura del proletariado, definido como un régimen más democrático que la más democrática de las repúblicas burguesas.
El socialismo del que hablábamos, no era cualquier organización social, se diferenciaba claramente del capitalismo al que impugnábamos, ya que sostenía la necesidad de abolir la propiedad privada de los medios de producción.
Por esos años existía una clara división política entre los revolucionarios socialistas y la socialdemocracia, mientras que los primeros sosteníamos la necesidad de desmontar el Estado Burgués, los segundos veían en la democracia y en el capitalismo un camino hacia el ideal socialista.
Había una distinción que se daba entre reformistas y revolucionarios. Los reformistas (socialdemócratas) estaban agrupados en la Internacional Socialista (la segunda internacional) y los revolucionarios se nuclearon al principio en torno a la tercera internacional.
Los revolucionaros de aquella época cometíamos errores de ortodoxia ideológica y miopía política.
Entre los primeros podemos contabilizar una adhesión dogmática los principios, que no eran ya los del marxismo, sino su interpretación bajada desde la ortodoxia leninista primero, estalinista después, y finalmente del trotskismo, entre los segundos la falta de un programa de cambio acorde a la comprensión del ciudadano común.
Mucha sangre ha corrido en los enfrentamientos entre estas tendencias del marxismo contemporáneo, pero asombrará al lector que afirme que las tres principales tendencias del marxismo del siglo veinte (leninismo, trotskismo y estalinismo) compartían los postulados políticos en casi toda su esencialidad.
En los años de plomo, la izquierda se definía por una serie de presupuestos básicos, violencia, construcción del partido, gobiernos obrero y popular, construcción del socialismo, abolición de la propiedad privada, dictadura del proletariado. En el margen derecho del movimiento estudiantil estaba la izquierda tradicional, los partidos reformistas, tanto el socialismo socialdemócrata, como el Partido Comunista Argentino que se diferenciaba de la izquierda revolucionaria que había sido dada a luz, en virtud de la voluntad de los jóvenes ansiosos que rompieron con esos partidos organizando un sinnúmeros de organizaciones políticas de vanguardia como los Partidos Revolucionarios de los Trabajadores (PRT ) uno dirigido por Santucho que editaba el periódico “El Combatiente”, y que más tarde diera origen al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y el otro que con su periódico, “La Verdad” tenía una impronta más sindicalista, el Partido Comunista Revolucionario, (PCR) desprendimiento del viejo Partido Comunista, el Partido Obrero (PO), una organización maoísta Vanguardia Comunista y los grupos armados de la juventud peronista Montoneros, Peronismo de Base, etc. Más tarde surgiría la llamada Izquierda Socialista que se diferencia de la Izquierda Revolucionara por su caracterización de Argentina como país política y económicamente independiente, y en la cual lo que estaba a la orden del día no era una revolución burguesa sino la construcción directa del poder obrero.
Cuales son los errores a lo que me refiero, en primer lugar la cuestión de la conciencia. La izquierda reclutaba principalmente sus cuadros militantes de la pequeña burguesía, fundamentalmente de los estudiantes universitarios, nunca tuvo una gran inserción entre los obreros, ya que sus miembros provenían de las familias profesionales acomodadas que podían pagar los estudios superiores a sus hijos.
Desde el marxismo se sostiene que existe una conciencia inmanente de los trabajadores. Siguiendo y profundizando a Hegel, Marx separa la conciencia en sí, a la que define como la conciencia que tienen los trabajadores de ser una clase social determinada, y que la construyen en su lucha sindical (tradeunionista) de la conciencia para sí, es decir la certeza que asumen los trabajadores de que además de ser una case social, son la clase que dirigirá el proceso de cambio social que conducirá al socialismo como etapa intermedia y al comunismo como objetivo estratégico.
Esta conciencia en Lenin, que es externa a la clase obrera, se traducirá en la concepción de un portador externo a la clase, que debe acaudillar a las masas y que no es otra cosa que el partido de los trabajadores.
Es conciencia externa, que viene desde el afuera y se implanta en la clase obrera por acción de un agente portador que concientiza, el partido. El problema reside determinar quién autoriza a tal o cual partido como portador y en los setenta existieron más de cien partidos o grupos revolucionarios que se definieron como el partido dela clase obrera.
La cuestión de la conciencia no es un tema menor, si tal grupo se autoriza como el partido, será él quien defina los intereses y necesidades de la clase, de esta manera un grupo que se autoriza como tal, puede, por medio de las armas, sin consenso social tomar el poder, incluso contra los deseos dela clase que dice representar. Muchos ven en el estalinismo una desviación del pensamiento de Lenin, pero es una pensadora tan clara como Rosa de Luxemburgo quien pone blanco sobre negro que el pensamiento estalinista expresa fielmente lo que en la teoría y en la práctica sostenía Lenin.
Rosa dice en Reforma o revolución (y cito de memoria) más o menos lo siguiente. La dictadura del proletariado no es más que la dictadura de un sector dela sociedad sobre toda la sociedad, dentro de este sector la dictadura de un grupo (el partido) sobre toda la clase, dentro del partido es la dictadura de un grupo (el Comité Central) sobre todo el partido y dentro del Comité Central es la dictadura de un hombre sobre el Comité Central, Ud. camarada Lenin.
El problema de la conciencia se enlaza directamente con el problema de la violencia y la legitimidad. Si un grupo de militantes se auto legitima como representante y portador de la conciencia y los intereses obreros legaliza la toma del poder en una sociedad en forma arbitraria. Esta cuestión es también importante en la actualidad porque a veces algunos grupos se apropian de las organizaciones y las asumen como propias, en tanto ellos representan el interés del “pueblo” lo que piensan es lo que le interesa al “pueblo”.
La conciencia se relaciona también con la cuestión del poder. Un autor contemporáneo ha desarrollado la idea de cambiar el mundo sin tomar el poder, me refiero a John Holloway, sería muy largo discutir sus presupuestos, pero lo que me interesa rescatar es que el autor afirma que si un determinado actor político, se incluye en las prácticas políticas (democráticas o no) de la toma del poder, termina incluyéndose en un campo en el que a la corta o a la larga será lo mismo que pretende cambiar[1].
Por otra parte, la unívoca referencia de este paradigma al poder como un poder centralizado y negativo, el poder impide y reside en el Estado quien tiene todo el poder, contrasta con los estudios de Foucault, respecto al carácter descentralizado y positivo del poder, según el cual todos los actores sociales tienen poder, y la prevalencia de uno u otro poder es el resultado de la existencia de múltiples nodos de poder que pugnan en la sociedad.
Un tema central en los debates de la izquierda setentista, era la cuestión de la caracterización de la estructura económica argentina y la consigna de poder resultante de esa caracterización. Si se pensaba a la Argentina como una colonia o semi colonia, necesariamente se hacía referencia a la necesidad de desarrollar una etapa capitalista en el proceso revolucionario y se visualizaba un sector de la burguesía al que se consideraba progresista. Era lo que se preconizaba como la necesidad de es desarrollar una etapa democrática burguesa que liquidara las rémoras feudales o semi feudales.
Esta consigna llevaba a algunos partidos (la llamada izquierda revolucionara) a luchar por la implantación de diversas formas de organización política del Estado (gobierno obrero y popular, gobierno de amplia coalición democrática, gobiernos popular con hegemonía obrera, etc.) y que en los hecho no eran más que variantes de los frentes amplios populares que surgieron en Europa en el siglo veinte.
Y acá aparece la idea a la que me quiero referir, el progresismo en los setenta respondía a la creencia den la existencia de un sector de la burguesía que se consideraba progresista y con la cual se imaginaba la posibilidad de realizar un recorrido conjunto durante el cual se realizaran las tareas democrático-burguesas necesarias para avanzar en la construcción del socialismo como modelo social que niega al capitalismo para lograr la síntesis superadora que es la construcción de la sociedad sin clases, fin estratégico del movimiento socialista de siglo XIX.
La idea de progresismo, contiene dentro de sí, la utopía de que la sociedad es un modelo de cambio dinámico que avanza paso a paso en la dirección del progreso social. Recuerdo en este momento la frase de Marx, retomada en “Un paso adelante y dos atrás” por Lenin, a diferencia de las revoluciones burguesas que avanzaban de victoria en victoria las revoluciones proletarias avanza y retroceden a puntos de partida en el proceso revolucionario (cito de memoria).
Es que en ese momento dominaba el paradigma positivista que imaginaba a la ciencia, y la ciencia social por excelencia como el motor del progreso social. El siglo veinte demostró con sus guerras, el nazismo, el falangismo, el socialismo real, etc., lo errado de esta concepción, la especie humana retrocede a escenas de horror inconcebibles, destruye lo hermoso construido y se sumerge en dramas espeluznantes que ni el peor de los romanos hubiera imaginado. La democracia griega naufragó y se necesitaron miles de año para que resurgiera con fuerza en el contexto humano durante la revolución francesa.
La historia no siempre es un camino de mejora de la humanidad, las experiencias más significativas de la cultura se ven alternadas por espantosos retrocesos que implican genocidios, destrucción y muerte (un movimiento revolucionario como el cristianismo que se basaba en el amor, dio lugar a un horror tan grande como la inquisición que se basaba en el dolor y la tortura).
El progresismo, en la actualidad no es más que un ropaje hipócrita de ciertos actores políticos que diciéndose socialistas, ocultan que defienden el interés de la burguesía, que comulgan con la explotación, que no erradican la miseria y la segmentación social.
Son intelectuales vergonzantes que suelen defender los intereses de os grupos mediáticos y que en nombre dela libertad d prensa sostienen los privilegios de sus patrones, son los que trafican ideología diciendo que adhieren a las patronales agrarias avariciosas porque el campo es la columna vertebral de la argentinidad, en definitiva son los que diciéndose socialistas sostienen los peores actores de la sociedad capitalista.
La tradición social de la revolución francesa nos dejó un legado, mientras la burguesía clamaba por la libertad y hacía de ella un factor excluyente del progreso social, los miserables y pobres sans culotes de París exigían la igualdad, como medio de salir de la humillación y el sometimiento al que lo habían sometido los aristócratas, y que pretendían continuar los burgueses.
Se puede estar en el partido dela reforma o el de la revolución, es un legítimo derecho a pensar en el cambio pausado o el abrupto, pero creo que es honesto no esconderse tras la ambigua idea del progresismo para conseguir votos delos humildes y relegados de la sociedad para luego gobernar según los reclamos de lo más encumbrado de la misma, manteniendo la pobreza y la inequidad.
Hasta la próxima
[1] En este sentido recomiendo la lectura de la parábola de George Orwell en Rebelión en la Granja y en 984, agua crítica al pensamiento Leninista y estalinista y aún al trotskista.